El independentismo prosigue en su tendencia irrefrenable a dividirse en nombre de la unidad, la transversalidad y la ampliación de la base social. Carles Puigdemont ya tiene un partido a su medida en el que agrupar a los legitimistas, aunque tal vez no tenga todavía un nombre para la formación puesto que la marca JxCat es propiedad de su antiguo partido, el PDeCat. El ex presidente de la Generalitat ha puesto en marcha su plan B tras comprobar que su invento inicial, La Crida, no ha pasado nunca de ser una hipótesis. La negativa del resto de partidos soberanistas a sumarse a su sueño de un movimiento mesiánico le ha empujado a la creación de un partido personalista que bien podría denominarse Juntos por Puigdemont.

Carles Puigdemont es, hoy por hoy, el activo electoral más notable para un amplio sector del independentismo desencantado. Ante la evidencia esculpida por la fuerza (y la intransigencia) del estado de que la secesión deberá quedar para mucho más adelante, este sector ha optado por el “voto molestia”. Se trata de un voto protesta para incomodar al Estado, por supuesto, pero muy especialmente a ERC y a su independentismo pragmático, y después al PDeCat por no someterse a los designios de Puigdemont y finalmente al resto de partidos y al mundo entero por no apoyar sus planes.

La apuesta recogida en el manifiesto recién divulgado es la habitual tras el 155 y la investidura de Quim Torra: una literatura de confrontación y unilateralidad y una práctica de instrumentalización de las instituciones catalanas para mantener viva la idea del estado propio. El manifiesto tiene el apoyo de numerosos cargos públicos de JxCat y del PDeCat.

El portavoz del PDeCat, Marc Solsona, ha advertido de que su partido no se acepta la doble militancia y de que la marca electoral JxCat es de su propiedad. En el documento divulgado ya se contempla el posible conflicto en la utilización de JxCat; en el texto se ensaya una formulación alternativa: “Junts, per Catalunya”. Quizás una coma no vaya a ser suficiente para pasar el filtro del registro de partidos; en todo caso, este detalle (todos están en contra nuestra) formará parte de la campaña de promoción de la nueva organización.

La maniobra de Puigdemont no constituye ninguna sorpresa. Hace un año, en una reunión mantenida con Artur Mas en Waterloo, se decidió que ante el fracaso inapelable de La Crida, había que reforzar el aparato logístico de JxCat. En aquellos momentos, la plataforma electoral era el único espacio de encuentro entre los viejos militantes del PDeCat y los fervorosos seguidores del legitimismo puigdemontista. Con la decisión de convertir esta marca en un partido, este será el punto de conflicto más acuciante, porque tras las siglas están las cuotas televisivas en campaña. Aunque Puigdemont seguramente confía ciegamente en su protagonismo en las redes sociales.

El nuevo partido se constituirá el 25 de julio, el mismo día que el PDeCat decidirá si acepta o rechaza la invitación a diluirse en dicha organización. De prosperar la posición de la ejecutiva, partidaria de mantener vivo el partido refundado por Artur Mas, quedará por comprobar el porcentaje militantes que se pasarán al partido de Puigdemont. Comenzando por el propio Artur Mas.

Artur Mas estaba al caso de la operación desde aquella reunión en Waterloo. En aquel momento, Puigdemont mantenía que no volvería a ser candidato a la presidencia de la Generalitat. Mas, quizás, imaginó que aquella maniobra podía favorecer su reaparición política y que su figura podría evitar el cisma definitivo entre Puigdemont y el PDeCat. Si alguna vez creyó en esta carambola, no tardaría demasiado en darse cuenta de que toda la operación está pensada a mayor gloria de Puigdemont y para frenar las expectativas electorales de ERC, dándose por hecho entre el legitimismo que para el segundo objetivo es imprescindible el cumplimiento del primero.

En el universo legitimista no hay espacio para Mas, a menos que asuma un papel muy secundario, impropio de un ex presidente inhabilitado por el Estado. Además, en estos meses ha emergido una nueva estrella en este universo, Joan Canadell, el presidente de la Cambra de Comerç, cuyo perfil encaja perfectamente, políticamente y emocionalmente, con el discurso populista de Carles Puigdemont. Artur Mas permanece extrañamente callado ante la aceleración de los acontecimientos, tanto en su partido, como en el nuevo partido que quiere destruir al suyo.