La justicia es bastante lenta cuando los justiciables son civiles pobres, muy lenta cuando los justiciables son civiles ricos y extremadamente lenta cuando los justiciables son jueces. Una de las razones de ello es que los cometidos por los pobres suelen ser delitos penalmente sencillos, fáciles de investigar, juzgar y sentenciar, mientras que los que cometen los ricos son ilícitos generalmente mucho más elaborados, más sofisticados penalmente y, por tanto, más difíciles de desentrañar y condenar. Para un fiscal, pillar a un delincuente rico con las manos en la masa es complicado, y no digamos, para un juez, condenarlo, dado que en no pocos casos el abogado que defiende al rico ha sido antes juez y conoce el paño penal tan bien como pueda conocerlo el colega que juzga a su cliente.

En cuanto a los jueces, muy pocos, poquísimos de ellos suelen cometer algún delito, y cuando lo hacen son en general severamente condenados. No, la lentitud extrema cuando el justiciable es un juez no se produce en la justicia penal, estadísticamente insignificante, sino en la justicia correccional, corporativa, en la justicia encargada, desde la comisión disciplinaria del Poder Judicial, de “sancionar conductas inadecuadas de los jueces”, por decirlo con palabras de la presidenta del Tribunal Supremo, Isabel Perelló, en su discurso de apertura del año judicial. Pues bien: cuando esa justicia colegial llega, siempre lo hace demasiado tarde, pues el perjuicio causado por el ‘delincuente’ suele ser irreparable.

Juez no come juez

Cuando un juez desprecia de manera flagrante la apariencia de imparcialidad, sin la cual toda su actuación jurisdiccional queda bajo sospecha, al Consejo General del Poder Judicial le cuesta horrores no ya sancionarlo, sino hacerle una mera advertencia o darle un pequeño tirón de orejas. Juez no come juez. Y seguramente es preferible que así sea: con respecto a sus compañeros nunca es bueno que los jueces sean caníbales: basta con que sean carnívoros; el problema con nuestro Consejo del Poder Judicial es que es resueltamente no ya vegetariano sino directamente vegano, y eso favorece los excesos y disfunciones de determinados instructores que, en contra de su deber y como denunció el presidente Pedro Sánchez, “están haciendo política”.

Como era previsible, sus palabras han levantado ampollas en el sector judicial conservador, que es mayoritario entre los casi 5.500 jueces que hay en España: y no tanto porque el reproche sea infundado como por haberlo dicho quien lo ha dicho. Pedro Sánchez siempre podrá alegar en su defensa que lo que dijo era verdad, pero a estas alturas es imposible que el presidente no sepa que hay muchas cosas sobre las que, sencillamente, un presidente no puede decir la verdad, y no por ser un mentiroso sino por ser presidente: y la parcialidad de determinados jueces es una de ellas. ¿Por qué? Porque las palabras presidenciales van a ser analizadas e interpretadas con ánimo político, no jurídico, con espíritu periodístico, no filológico: donde el presidente dijo “algunos jueces” tras haber recalcado la escrupulosa profesionalidad de la “inmensa mayoría” de ellos, sus exégetas han querido entender que el presidente del Gobierno estaba “desacreditando al poder judicial”. Y no es eso lo que estaba haciendo: solo estaba señalando una obviedad que todo el mundo conoce, que algunos jueces parecen operar con criterios políticos más que judiciales.

¿Qué jueces? Al menos, los que vienen instruyendo los casos de la mujer de Pedro Sánchez, el hermano de Pedro Sánchez y el Fiscal General designado por Pedro Sánchez. Como advertimos en otra ocasión, es difícil sustraerse a la sospecha de que estas tres personas están siendo investigadas por la justicia no por llamarse Begoña Gómez, David Sánchez o Álvaro García, sino por tener la directísima vinculación personal o política que tienen con el presidente del Gobierno.

Elogio de morderse la lengua

¿Debió decir el presidente lo que dijo? No. Un presidente tiene que saber morderse la lengua: aunque se haga sangre al mordérsela. En política no basta con tener buenas razones: hay que poner mucho cuidado no dárselas al contrario. Y con su alusión a esos pocos jueces que hacen política, el presidente se las dio tanto a los políticos de la derecha como a los jueces conservadores. A los presidentes demasiado habladores no se les juzga por sus ideas, sino por sus titulares, unos titulares que en teoría ponemos los periodistas, aunque muchos políticos y algún que otro juez conocen bien qué clase de titulares nos gusta poner y por eso nos los sirven cada día en bandeja, listos para ser publicados.

La presidenta del Supremo, por su parte, no pudo dejar de decir lo que dijo al mencionar “las insistentes descalificaciones de la justicia provenientes de los poderes públicos”: ni aun estando de acuerdo con Sánchez podía dejar de aparentar que no lo estaba, pues en el acto de apertura del año judicial Perelló no intervenía como jueza, ni siquiera como ciudadana y mucho menos como filóloga: actuaba como representante y portavoz institucional de los jueces, es decir, actuaba como política, dicho en el buen sentido de la palabra, no en el malo y, por tanto, también para Perelló regían, obviamente, las restricciones sobre la verdad.

¿Hará justicia, es decir, sancionará en su momento el Poder Judicial a esos pocos jueces que hacen política? Tal vez, pero no será pronto ni, probablemente, con severidad, pues del mismo modo que el alimento preferido de un político es otro político ya que, como todo el mundo sabe, la política es un oficio de caníbales, los jueces tienden más bien a la dieta vegana cuando se trata de sus colegas. En cuanto a los periodistas, huelga decirlo: nosotros comemos de todo.