Si hubiera un premio Princesa de Asturias de Filosofía Política lo ganaría muy probablemente el investigador que lograra explicar de manera clara y convincente cuáles son las diferencias ideológicas y aun programáticas que existen entre Podemos, Sumar e Izquierda Unida, marcas a las que cabría añadir otras de ámbito local, como las existentes en Andalucía, Galicia, Cataluña o Valencia, e igualmente incardinadas todas ellas en la galaxia de partidos, partiditos y partidetes postcomunistas. Sería precisa la intervención de una bien entrenada escuadra de sutiles teólogos bizantinos para discriminar esas diferencias y, visto lo vano del intento, acabar preguntándose por qué todos esos pequeños y pequeñísimos partidos que piensan prácticamente lo mismo no son uno solo, dado que su capacidad efectiva de transformar la realidad en la dirección que desean solo es posible uniendo fuerzas bajo una sola marca política, no solo electoral.

1. Una idea

El invento de un partido que no sea un partido pero sin dejar al mismo tiempo de ser un partido viene de la primera mitad de los años 80, cuando Julio Anguita promovió una federación de múltiples siglas denominada oficialmente Izquierda Unida-Los Verdes-Convocatoria por Andalucía (IU-LV-CA) y que marcaría las pautas que dos años después darían lugar a Izquierda Unida, marca nacional del mismo invento federal, que también capitaneó el propio Julio Anguita hasta que, entrados los noventa, sus amistades temerarias con la derecha de José María Aznar y su sugestiva pero extravagante tesis de las dos orillas hicieron implosionar a la coalición. 

2. Una pregunta

La pregunta podría, pues, ser ésta: ¿por qué Izquierda Unida sí llegó a tener, sobre todo en Andalucía, una trayectoria estable y sostenida durante casi tres décadas y, en cambio, Unidas Podemos primero y Sumar después no han logrado asentarse ni política ni electoralmente? La respuesta, o al menos una parte de la respuesta podría ser ésta: en Izquierda Unida siempre se supo quién mandaba, que era obviamente el Partido Comunista, mientras que en Unidas Podemos y en Sumar o bien no se sabe quién manda o bien pretende mandar quien no cuenta realmente con la masa crítica ni las herramientas necesarias para hacerlo. 

3. Un jefe

¿Insistir tanto en la importancia que para cualquier partido tiene la pregunta de ‘quién manda’ es simplificar demasiado las cosas o, dicho de otra forma, supone adolecer de una visión demasiado simplista e instrumental de lo que es un partido? Tal vez. Pero conviene recordar que un partido es un artefacto ideado para gobernar o influir en la gobernación de una comunidad, y tal artefacto solo es creíble para sus seguidores y votantes si estos identifican con claridad y sin ambigüedades quién manda ahí, quién es el líder, quién el comandante en jefe que ha de dirigir las hostilidades, pues al fin y al cabo el modelo en que se inspira y al que imita la política no es otro que el de la guerra, sin sangre, con reglas, con límites, pero la guerra: la guerra con sus ‘muertos’, sus ‘heridos’, sus ‘ejecuciones sumarísimas’, sus daños colaterales, sus tácticas, sus emboscadas, sus estrategias, sus alianzas, sus secretos inconfesables… 

4. Una propuesta

El coordinador de IU, Antonio Maíllo, propone una alianza de todos los partidos situados a la izquierda del PSOE, bajo el lema de “todos dentro, sin vetos cruzados”. Es una buena propuesta, no es original pero tampoco eso es lo importante: mucho más lo es que el dirigente andaluz la ha formulado con una clara e inequívoca buena intención, sin dobleces, sin resentimiento, olvidándose de las cuentas pendientes que los diferentes partidos tienen unos con otros y aun cada uno de ellos consigo mismo. El talante con que Maíllo tiende la mano contrasta con el tono victimista, despechado y un punto egocéntrico que muestra Pablo Iglesias para, en el fondo, hablar de lo mismo que Maíllo: cómo construir una coalición sólida, cohesionada y electoralmente creíble a la izquierda de los socialistas. Iglesias, en sus comparecencias públicas y en sus escritos, rara vez deja de caer en la dulce tentación de ponerse estupendo, un pecado de soberbia en el que no incurre Antonio Maíllo ni solía incurrir tampoco, por cierto, Íñigo Errejón, que en paz descanse.

5. Una épica

Las dificultades al parecer insalvables de la izquierda poscomunista para unirse en un solo partido y bajo un liderazgo reconocible recuerdan aquellas asambleas de facultad de mediados de los setenta que, dominadas o al menos conducidas por militantes trotskistas, podían prolongarse durante horas discutiendo qué táctica revolucionaria sería más efectiva: si acudir primero a los barrios obreros para convencer a los vecinos de ir todos juntos a tomar las fábricas o, por el contrario, dirigirse primero a las fábricas para soliviantar a los obreros y, después, todos juntos, proletarios y estudiantes, dirigirse a los barrios para lograr que los vecinos se sumaran a la Revolución. Huelga decir que los asistentes en aquellas asambleas venían a ser cuatro gatos, como mucho cinco, pero ese dato nunca indujo a los presentes a preguntarse por qué eran tan pocos: más bien preferían pasar por alto ese embarazoso detalle contable y centrarse en la disyuntiva épica: barrios/fábricas o fábricas/barrios. 

6. Una opción

La pugna actual entre Sumar y Podemos tiene pocos visos de resolverse satisfactoriamente no por ser demasiado ideológica, sino más bien por todo lo contrario: por ser demasiado personal. Solo un Sumar y un Podemos sin Yolanda, sin Irene, sin Pablo, sin Ione… permitiría a militantes y votantes de ambas formaciones pensar seriamente en la unidad. ¿Que en qué consiste la unidad, tomada seriamente? Consiste, sencillamente, en crear un partido, simplemente un partido, un maldito partido de los de toda la vida, no un espacio, ni un movimiento, ni una confluencia… Y dado que Antonio Maíllo no entra en esa envenenada ecuación de enemistades sin remedio, bien podría ser él mismo el líder de ese invento todavía por inventar aunque en realidad lleve inventado desde hace casi dos siglos. Obviamente, los demás no le dejarán. Y seguro que tendrán sus motivos, que, por supuesto, serán los de siempre: los barrios, las fábricas, los egos.