Cada vez que Isabel Díaz Ayuso dice una de esas burradas que solo ella y Donald Trump son capaces de soltar sin despeinarse, un votante andaluz de izquierdas más se felicita íntimamente de tener al frente de la Junta de Andalucía a un político de derechas normal y no a alguien como ella. Tan normal, que su normalidad está consiguiendo que muchos votantes templados de izquierdas sigan dispuestos a pasar por alto el detalle de que Juan Manuel Moreno Bonilla es inequívocamente de derechas en asuntos de tanta trascendencia como la fiscalidad, la educación o la sanidad. ¿Por qué, entonces, esa benevolencia del electorado, que en 2022, después de una legislatura sostenida por Vox, le otorgó la mayoría absoluta y, si las encuestas no están equivocadas, volverá hacer lo mismo en 2026? Porque no se parece a Ayuso. El gran acierto político de Moreno es justamente ese, el de haber tomado la decisión, de gran calado estratégico, de no parecerse a Ayuso. La madrileña es su seguro de vida electoral.

Se diría que Ayuso y Moreno operan como vasos comunicantes: el perfil ‘vóxer’ y el talante atigrado y jactancioso de la presidenta de Madrid tienen el efecto colateral de mantener o incrementar el caudal de votos templados con que Moreno quiere volver a colmar sus arcas en 2026. Quienes en Andalucía nunca habían votado al Partido Popular lo hacen hoy con pasmosa naturalidad, sin sentimiento de culpa, convencidos estar votando a una derecha con rostro humano, muy alejada, piensan, de la derecha trumpista, podadora y malhablada que encarna Ayuso. 

Es lo mismo, pero no es igual

¿Pero acaso no son ambas una y la misma derecha? ¡Pues claro que lo son!, proclama a gritos la izquierda desolada. ¿O es que acaso no veis cómo favorece los convenios sanitarios con las aseguradoras privadas, cómo tiene más querencia por la enseñanza privada y concertada que por la pública, cómo defiende que el dinero de los contribuyentes está mucho mejor en los bolsillos de estos –de los que lo tienen, claro– que en los de la Hacienda Pública? Cierto: pero Moreno hace todo eso lenta, educada y parsimoniosamente, sin ruido, sin alharacas, sin chulería, es un hombre bastante de derechas que ha logrado convencer a una buena parte del electorado andaluz de que apenas lo es, de derechas, sí, pero apenas poco, solo lo justo, no como otros y Otras…  

Cuando mete la pata diciendo una gilipollez, difundiendo una mentira, insultando a un político que resulta ser el presidente del Gobierno o involucrándose hasta las trancas en la defensa de un defraudador fiscal que resulta ser su novio, la presidenta madrileña no solo no rectifica sino que se pone chula; Ayuso nunca dice “lo siento, me equivocado, no volverá a ocurrir”, sino que opta sin complejos por presumir en voz bien alta de la gilipollez, la mentira o el insulto, con el consiguiente regocijo de sus seguidores, convencidos de que cualquier medio está justificado para alcanzar el noble fin de acabar con el infierno del sanchismo. Vale, de acuerdo, tal vez El Novio haya defraudado un poco a Hacienda, pero, contestad con el corazón en la mano, ¿quién no lo ha hecho alguna vez? ¿Que 350.000 euros son muchos euros? Puede que sí, nadie lo niega, pero ¿qué es un desliz fiscal, que puede fácilmente solventarse pagando una multa, comparado con las atrocidades cometidas por un presidente del Gobierno que “ha dicho abiertamente que va a matar” a la valiente lideresa y que, no se olvide, ha convertido a España en una dictadura bolivariana?

¡¡¡Despertad, por Dios, despertad!!! 

Si, como le sucede al Servicio Andaluz de Salud, el Servicio Madrileño de Salud tuviera que llamar de urgencia a 2.000 mujeres a quienes el chapucero, escandaloso, quizá delictivo retraso en el diagnóstico de cáncer de mama ha puesto en serio peligro, lo primero que habría hecho Ayuso sería decir que es mentira, lo segundo culpar de la mentira a los medios engordados en el pesebre sanchista, lo tercero defender a muerte a su consejero de Sanidad y lo último presentar una querella criminal contra quienes filtraron el bulo, confiando en que algún juez amigo diera el trámite adecuado a su denuncia. Justo todo lo contrario de lo que está haciendo Moreno: disculparse de entrada, dar después un tironcillo de orejas a su consejera de Sanidad y volver de nuevo a disculparse. ¿Erosionará este dramático escándalo sanitario al presidente? Tal vez, pero solo un poco: después de casi siete años en el poder, la tasa de desgaste de Moreno es insignificante.

La izquierda andaluza fantasea con una Ayuso en San Telmo porque un perfil pendenciero como el suyo despertaría a su adormecido electorado, antiguos votantes socialistas a quienes la ministra de Hacienda y secretaria general María Jesús Montero zarandea como puede, ¡¡¡despertad, por Dios, despertad!!!, aunque sin mucho éxito por ahora, cada vez que baja a Andalucía. Y es que, maldita sea, en San Telmo está sentado un antiAyuso suavón, melindroso, educatito y hasta un punto mojigato si la ocasión lo requiere. Moreno es un hacha pidiendo perdón cuando su Gobierno se equivoca, pero no un hacha cualquiera: es un hacha humilde, rezadora, vegetariana, un hacha sinceramente compungida: el tipo de hacha que cierto electorado andaluz es proclive a confundir con el laurel de la rectitud, con la palma de la santidad.