“¿A quién vamos a esperar?”, dice Abdel enfurecido. En Tagadirt, la sexta noche tras el terremoto se acerca, pero en la aldea donde habitaban 300 personas aún siguen sin ver un solo uniforme del ejército marroquí o convoy humanitario del ministerio de Interior. Constatamos la llegada de voluntarios civiles que, por sus propios medios, consiguen atravesar las carreteras del Alto Atlas, aún con peligro de desprendimientos y obstáculos, para traer alimentos y agua. Pero, como lamentan la mayoría de entrevistados, “no es suficiente. Comida tenemos, pero no podemos seguir así”.

“Solo prensa extranjera, ¡ningún medio de Marruecos ha venido por aquí!”, dice otro de los chavales que nos recibe. Un grupo de amigos de entre 20 y 25 años se apresura a mostrarnos su pueblo con un extraño orgullo. Nada queda en pie. Según las mediciones en el terreno, la aldea está a seis kilómetros del epicentro.

Solo el minarete es visible en el amasijo de muros de adobe, plásticos azules, mantas y alfombras reliadas con vigas de madera. El hedor se extiende por todo el monte, “estamos encima de un burro” que estaba en la cuadra cuando el sismo lo aplastó, los chavales imitan el rebuzno del burro en descomposición y se ríen. Contra todo pronóstico, están eufóricos.

El olor es común en todas las montañas de escombros en las que ya quedan pocos cadáveres que extraer, pero en las que aún quedan muchos animales. Muchas de las casas de adobe tenían un patio con gallinas y un pequeño habitáculo con paja en el que pasan la noche las vacas o burros de cada familia.

Los animales en descomposición son otro de los peligros que acechan a los supervivientes. Los equipos de la ONG Bomberos Unidos sin Fronteras (BUSF) desplegados en la zona alertan de que, a partir de ahora, comienza la fase de epidemias por la descomposición de restos orgánicos. 


La hora del rezo llega y el imán de Tagadirt se sube a los puntos más altos de lo que queda de pueblo. Su voz acalla el bullicio de los jóvenes, enérgicos ante la visita de la prensa extranjera. El minarete y los altavoces ya no funcionan. Toca volver a un pasado remoto. En cuento acaba la llamada a orar, los chavales nos piden una foto de grupo. La juventud de la aldea se va añadiendo a un retrato de familia. De fondo, no hay nada más que desérticas laderas o haimas. Le preguntamos a Abde si tienen electricidad para cargar los teléfonos, le cambia el gesto y dice: “¿quieres hablar de los problemas o me enseñas la foto?” Está claro, están cansados de lamento y tragedia. Le envío la imagen y bromean, van a abrir una cuenta en Instagram o en Tinder para Tagadirte.

Menos evasivo se muestra Omar Olmahtar. Se empeña en enseñarnos su casa derruida. En ella ha perdido a toda su familia, a su mujer, un hijo y dos hijas. Los chavales le rodean, le dan abrazos y ánimos. Les hacemos la pregunta que ronda toda la región y que nadie sabe responder: ¿qué piensan hacer, cómo van a vivir? La respuesta, la misma obtenida en varias aldeas: se encogen de hombros y señalan al cielo.

Tagadirt está a 2.136 metros de altitud. Abde nos enseña fotos suyas en la puerta de su casa del último mes de diciembre. La imagen le muestra encogido de frío, todo está inundado de nieve. Hoy, una ligera lluvia podría ser mortal y la previsión del tiempo revela que lloverá en los próximos días. Pero no hay un solo techo firme en el que los cientos de vecinos puedan resguardarse.

La zona de Imzilene integra a varios duares –aldeas que no superan por lo general los 500 vecinos– como Tagadirte, Irsane o Imi N´Tlit. En total, hay 7.500 habitantes en esta área. Según las imágenes satelitales de Copérnicus, el antes y el después del terremoto revela que hay 130 hogares derruidos. Pero la realidad es que, lo que ha quedado en pie, es inhabitable.

Análisis preliminares sobre la valoración de daños de la ECIS (estudio de construcción internacional) de Casablanca que monitorea las edificaciones que quedan en pie, la rehabilitación de las viviendas sería más costosa que el derribo total de las aldeas. Desde Cruz Roja Internacional cifran en 105 millones de euros la cantidad necesaria para ”para poder responder a las necesidades más urgentes”, como agua, saneamiento, higiene y asistencia sanitaria, dijo desde Suiza directora de operaciones del FICR, Caroline Holt.

El ministerio de Interior de Marruecos continua dando una respuesta lenta y caótica, según lo vivido en Tagadirte, pero las tiendas azules y amarillas van complementando el nuevo paisaje que ha dejado el sismo en el Alto Atlas. El ejército erige en Asní, dos horas al sur de Marrakech, un campamento con 250 tiendas de campaña. Las últimas cifras oficiales estiman que el terremoto de Al–Haouz, una denominación más certera que la de #TerremotoMarrakech, deja ya 5.674 heridos y 2.946 muertos. Para las decenas de miles que han quedado sin hogar, las tiendas de campaña no serán suficientes.