A mitad de camino entre la displicencia, la indignación y el desdén, la apurada reacción de Alberto Núñez Feijóo ante la iniciativa del Gobierno de conmemorar el medio siglo de la muerte de Franco sugiere que el inequívocamente democrático Partido Popular siempre será un poquito franquista, del mismo modo que los hombres mas comprometidamente feministas siempre serán un poquito machistas. Aunque mucho más si gobierna con Vox y bastante menos si lo hace con las derechas nacionalistas, el PP nunca dejará de albergar un cierto poso franquista que le impide alinearse sin reservas con cualquier iniciativa que de un forma u otra condene la dictadura. No quiere decirse por ello que el PP tenga un electorado franquista: quiere decirse que no lo tiene, y nunca lo tendrá, antifranquista.
Cuando alguien condena a Franco, la derecha constitucional no solo se siente políticamente concernida, sino que se siente personalmente aludida e incluso, en mayor o menor grado, íntimamente condenada también. Y además resulta inútil todo intento por su parte de escapar a esa condena, si bien eso no quiere decir que el PP desee una vuelta la dictadura: por supuesto que no.
Un tatarabuelo incómodo
Es dolorosamente obvio que a la dirección Génova le incomoda, siempre le incomodó el enojoso asunto del franquismo, del mismo modo que a una respetable familia de la alta burguesía de Pedralbes o Serrano le incomoda que le recuerden que el origen de su fortuna lo labró un antepasado que se enriqueció traficando con esclavos. No sería justo acusar a esa familia de esclavista, pero, ¡por Dios!, no le pidáis que reniegue sinceramente del ancestro que amasó la riqueza de la que hoy disfrutan sus no del todo inocentes herederos. Estos no defienden el esclavismo: defienden a la familia, en concreto a su familia. Cuando el PP rehúye el tema del franquismo apartando de sí el amargo cáliz de su condena no es tanto porque defienda a Franco como porque se defiende a sí mismo. Se trata de un puro y duro asunto de familia. Aunque le incomode su trayectoria sanguinaria, sabe que Franco fue uno de los suyos. No puede decirlo pero lo sabe. Preferiría no saberlo, pero lo sabe.
La dirección del PP ha despachado una conmemoración gubernamental que, por definición, solo puede ser antifranquista interpretándola como una maniobra de Pedro Sánchez para “distraer la atención de los casos de corrupción” que se ciernen sobre su mandato. La excusa no es mala del todo como tal excusa e incluso es bastante apta para remover el avispero de las redes sociales, pero el argumento que la sostiene es falaz. El PP no ha descalificado la iniciativa porque sea una “cortina del humo del sanchismo” para ocultar su calvario judicial: la ha descalificado porque sabe, y en eso no se equivoca, que toda impugnación del franquismo contiene, en mayor o menor grado, una impugnación de la propia derecha española, que lo más que ha llegado a decir contra Franco es que tuvo sus cosas malas pero, caray, también tuvo sus cosas buenas, ¿verdad?
Una amarga conclusión
Por su parte, la pretensión del Gobierno de que la conmemoración de la muerte de Franco es una iniciativa escrupulosamente virtuosa e inocente resulta poco creíble. La idea, según la web del Gobierno, es “recordar y celebrar los importantes avances logrados en las últimas cinco décadas, homenajear a los muchos colectivos sociales e instituciones que los han hecho posibles y transmitir el valor de la democracia en un momento en el que ésta da signos de retroceso en buena parte de Occidente”.
El talento de la pluma que ha escrito ese párrafo no es suficiente para ocultar que el aliciente no único pero sí más poderoso de la conmemoración antifranquista es acorralar moralmente al PP: no tanto retratarlo como franquista, pues en rigor no lo es, como recordarle la obviedad de que Franco fue uno de los suyos y que sus herederos más directos hoy son los fundadores y dirigentes de Vox, a quienes el PP no hace ascos para gobernar en autonomías y ayuntamientos, como no se los hará, llegado el caso, para dirigir juntos el Gobierno de España.
Como tantas veces sucede en política, ninguno de los dos, ni el PP ni el Gobierno, puede decir toda la verdad al respecto. El PP no puede admitir que Franco fue y siempre será parte de su familia y, por su parte, el Gobierno no puede reconocer que la principal razón, no la única pero sí la principal, para esta celebración es incomodar a las derechas. La amarga conclusión es que, aun no siendo del todo inútil porque condenar a un dictador nunca lo es, el 50 aniversario de la muerte de ‘Paca la culona’ está abocado al fracaso porque, visto el rechazo visceral de esas derechas a la conmemoración, no va a incrementar el número, ya de por sí bastante menguado, de antifranquistas.