Durante el confinamiento, buena parte del discurso de la oposición contra el Gobierno fue ocupado por el luto. Si no eran las banderas a media asta, eran las corbatas negras. Todo, con tal de criticar a Pedro Sánchez. Mientras el Ejecutivo, como aquellos malabaristas chinos, mantenía los platos girando sin que cayeran, ante una crisis sanitaria mundial sin precedentes, desde el Partido Popular y desde Vox, parecían decir: “vale, pero ¿y las corbatas negras?”

No es que el Gobierno negara el luto, sino que consideraba que no era momento de detenerse. Lamentablemente, quedaba mucho por recorrer. De hecho, cuando ya han pasado varios meses, sigue muriendo gente en todo el mundo, también en nuestro país. ¿Alguien puede ser tan ruin como para afirmar que a Casado no le importaban los nuevos fallecidos que se iban produciendo porque entonces no llevaba luto? Es más, cuando la situación fue estabilizándose, el Gobierno decretó diez días de luto oficial. Algo que, curiosamente, no fue siempre respetado por los que pedían a gritos corbatas negras y banderas a media asta.

Este lunes, los conservadores han salido en tromba contra Pedro Sánchez porque no estuvo presente en el funeral que se celebró en la catedral de la Almudena. Al margen de que habría que revisar que los funerales de Estado solo fueran religiosos, la razón por la ausencia del presidente del Gobierno fue un viaje para reunirse con el primer ministro portugués António Costa, con quien empieza la gira en la que se verá con varios líderes europeos para acordar la cantidad y la forma de reparto del fondo de recuperación de la Unión Europea. ¡Ahí es nada! El futuro económico de nuestro país depende, en buena medida, del resultado de esos encuentros.

Desde digitales como el de Eduardo Inda, se titulaba “Sánchez se monta un viaje el lunes para no tener que ir al funeral por las víctimas del Covid en la Almudena”. Isabel San Sebastián, en las páginas del ABC decía que el viaje era “perfectamente aplazable”. Jorge Fernández Díaz, desde su habitual columna en La Razón, criticaba que Sánchez no asistiera porque sin él deja de ser un funeral de Estado. (¿Felipe VI no es acaso el jefe del Estado?) En ningún párrafo hace referencia a la causa de la ausencia del presidente. Y remata con un desafortunadísimo: “Quiere ser la novia en la boda, el niño del bautizo y el muerto en el funeral”. Una falta de respeto absoluta a las víctimas de la pandemia.

Como dijo en aquella fallida sesión de investidura el líder del PNV Aitor Esteban: “¿A qué estamos, a setas o a Rolex?” No se puede pedir a un presidente del Gobierno que deje de lado sus obligaciones urgentes para asistir a una misa, por respetable que ésta sea.

Algunos ya tienen experiencia al respecto. Cuando Sánchez se reunía vía telemática todas las semanas con los presidentes autonómicos, en plena crisis del Covid-19, para informar y para coordinar la gestión, había alguien que siempre daba la nota. Era Isabel Díaz Ayuso, que el día que no llegaba tarde, se iba pronto. En una de esas ocasiones, vaya, para asistir a una misa en la Almudena. Eso sí, después era la primera de la fila para criticar la falta de información por parte de Pedro Sánchez.

Los de siempre dicen que el presidente anunció su viaje después de que se confirmase la presencia de los reyes. Lo cierto es que la Conferencia Episcopal anunció el pasado fin de semana esa misa solemne. Casi tres semanas después de que Pedro Sánchez anunciara un homenaje a las víctimas a realizar el 16 de julio, con la presencia de los máximos representantes de la Unión Europea, como si se tratara de una competición.

Con la agenda europea del presidente del Gobierno, todos nos jugamos demasiado.