Siempre he considerado legítima la evolución ideológica o política de cualquier persona. En especial, claro está, cuando esta evolución se produce de manera paralela a importantes cambios sociales, económicos o culturales, y aún más cuando esta evolución personal tiene lugar en la adolescencia o la juventud. Me han parecido siempre particularmente legítimas, y en especial respetables, las evoluciones hechas desde posiciones de privilegio o poder hacia situaciones mucho menos confortables. Por todo ello me resulta difícil de comprender como un personaje como Rafael Ribó ha podido llegar a evolucionar, más allá ya de su madurez, del eurocomunismo que defendió con tanto ardor y pasión como secretario general del Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC) a abrazar las opciones nacional-populistas del secesionismo catalán más radical.

Rafael Ribó lleva ahora más de quince largos años ejerciendo el cargo de Síndic de Greuges, el equivalente catalán al Defensor del Pueblo español. Su mandato caducó hace ya seis años, pero él se mantiene en ejercicio. En realidad, lleva ya casi cuarenta años ocupando casi de forma ininterrumpida importantes cargos públicos: diputado autonómico de 1980 a 1999, con un breve intervalo de dos años en el que fue diputado a Cortes, y desde 2004 es Síndic de Greuges. A sus actuales 74 años, Rafael Ribó es uno de los más veteranos políticos catalanes en activo. Con un sólido bagaje académico e intelectual -se licenció en la UB en Ciencias Económicas y en Derecho, hizo un máster en Ciencias Políticas en Estados Unidos y a su regreso se doctoró en Ciencias Políticas y Económicas en la UB-, Ribó fue un miembro destacado de la Assemblea de Catalunya, ingresó en el PSUC en 1974 y en 1986 se convirtió en su secretario general. Fue Rafael Ribó quien, tan solo un año después, en 1987, dio por acabada la vida del histórico partido de los comunistas catalanes con su disolución formal en el seno de la federación ecosocialista, Iniciativa per Catalunya (IC), que presidió hasta el año 2000.

La deriva de Rafael Ribó desde sus posiciones históricas como eurocomunista y el ecosocialista hacia asumir de forma pública y reiterada las opciones propias del nacional-populismo separatista me resulta muy difícil de comprender. Está claro que la suya, como todas, es una evolución tan legítima como respetable. Pero no me parece legítimo, y aún menos respetable, que Rafael Ribó, en su condición institucional de Síndic de Greuges, se haya convertido en realidad en el Defensor del Pueblo exclusivamente de los ciudadanos de Cataluña que defienden la vía unilateral a la independencia, olvidándose de todos los demás. Como Síndic de Greuges Rafael Ribó actúa como han venido haciéndolo los tres últimos presidentes de la Generalitat -Artur Más, Carles Puigdemont y Quim Torra-, a quienes deberíamos denominar, para hacerles justicia, presidentes de la Particularitat.

Han sido ya muchas, sin duda alguna demasiadas, las acciones y declaraciones públicas de Rafael Ribó impropias de un importante cargo institucional como es o debería ser siempre el Síndic de Greuges. Cada vez más actúa y habla solo al servicio y en defensa de la ciudadanía catalana independentista, como un mero exponente del rampante nacional-populismo que nos invade por doquier. Porque, como explica el biogeógrafo y premio Pulitzer Jared Diamond, “populista es todo líder que culpa a un tercero de los males de su país o sociedad”. Para Rafael Ribó, todos los males y problemas que sufre Cataluña tienen siempre un mismo y único culpable: España y los españoles.