Se prometía una marea ciudadana y acabó pareciendo una quedada de domingo. Gente con banderas, discursos encendidos, frases ensayadas y cámaras buscando el ángulo del lleno. Pero algo no encajó. Ni el clamor fue masivo, ni la calle respondió como Génova esperaba. El Partido Popular convocó su gran manifestación en Madrid para lanzar un mensaje de fuerza contra el Gobierno de Pedro Sánchez. Sin embargo, entre los discursos de Feijóo, Ayuso y Aznar, y la realidad de una Plaza de España sin desbordes, lo que quedó fue una pregunta: ¿dónde estaba toda esa gente que prometían movilizar?
El acto, celebrado el domingo 8 de junio, reunió según la Delegación del Gobierno a entre 45.000 y 50.000 personas, aunque el PP elevó la cifra hasta las 100.000. El choque de números se convirtió en el primer pulso narrativo de la jornada. Pero más allá de las cifras, lo que resuena ahora es la sensación de que la convocatoria no tuvo el impacto esperado.
Desde el PSOE no tardaron en hablar de “pinchazo”. María Jesús López lo llamó “paripé”, y desde Moncloa se interpretó como un punto de inflexión en la estrategia de confrontación del PP. El ministro Óscar López, por su parte, fue tajante: “Llena de insultos y odio, pero no de gente”. Incluso desde Sumar se refirieron al acto como una “escenificación desesperada”.
También se reabre el debate sobre el equilibrio de poder interno en el partido. La convivencia entre la línea moderada de Feijóo y el discurso más radical de Ayuso y Aznar vuelve a tensarse. ¿Puede una misma estrategia de oposición representar voces tan dispares sin diluirse?
La pregunta ahora se traslada al interior del partido. ¿Qué ha fallado? ¿El liderazgo de Feijóo? ¿La capacidad de movilización territorial? ¿La falta de claridad en el mensaje? ¿O simplemente que la sociedad española no responde con entusiasmo a este tipo de protestas? Esta era la sexta manifestación convocada por el PP en lo que va de legislatura, y lejos de generar un efecto acumulativo, ha dejado una sensación de reiteración y pérdida de impacto.