Antes de que finalizara la noche electoral, la dirección nacional del Partido Popular ya pensaba en la siguiente parada: Aragón. Tras las vacaciones invernales, Jorge Azcón comenzará su campaña electoral. En febrero lo hará Alfonso Fernández Mañueco y, en mayo, Juan Manuel Moreno Bonilla; presidentes de autonomías donde Vox aglutina más poder que en Extremadura. Los primeros comicios de este nuevo caucus electoral han dado una lección a los populares: Vox se ha erigido como actor permanente y definitivo de la política nacional.

El PP no podrá desprenderse de su socio y, con tal fuerza, condicionará la investidura de María Guardiola y la gobernabilidad del Partido Popular de Extremadura. Hace poco más de un año, la ultraderecha rompió con la derecha, y ahora, es la derecha quien hace suya a la ultraderecha. Los azules asumen que las mayorías absolutas son una utopía inalcanzable y no quieren reiterar en el error del 23-J

Al tiempo que Alberto Nuñez Feijóo arremete contra Pedro Sánchez, Génova se felicita del crecimiento paralelo de las derechas mientras este sigue en Moncloa. El quid de la cuestión reside en la confluencia entre PP y Vox, un litigio condenado a reeditarse. Ese cambio de discurso advierte de la connivencia de los populares para con su competidor más a la derecha, y sobre todo, facilita el camino de asimilación del electorado general. Aunque en estas elecciones hayan encontrado la forma de convivir en el mismo espacio electoral, y sin tener claro un pacto en el horizonte, las alarmas se han encendido en el resto de autonomías; de manera más contundente en aquellas que pasarán por las urnas.

Es difícil de imaginar que Vox vaya a entrar en algún ejecutivo autonómico antes de que se celebren elecciones generales. Pero, el crecimiento exponencial de la marca de Abascal en las comunidades autónomas y en el ámbito nacional le obligará a ocupar consejerías, cuando no ministerios. Además, este auge fortalece la posición de Vox en una negociación de investidura o de legislatura. Los populares exigen responsabilidad y unidad frente al enemigo, pero el miedo se respira en el ambiente.

Las que se examinan en los próximos meses tienen más prisa por acertar en el diagnóstico. Aragón y Castilla y León saben que no tendrán la mayoría absoluta. El caso de Azcón se parece al extremeño, sobre todo por la candidata del PSOE, la ya exministra Pilar Alegría. La debacle se descuenta, pero la potencia de Vox también. Fernández Mañueco, por su parte, también ha mantenido un enfrentamiento sostenido con su antiguo socio de gobierno, que aspira a una crecida importante en esa autonomía.

En el PP se libra un dilema profundo entre aquellos que prefieren huir del fascismo y aquellos que asumen su dependencia. Sin duda, ambas opciones acreditan la validez de la ultraderecha como interlocutor crecido que no sólo ha impuesto su agenda sin gobernar, sino que ha movido el marco del diálogo hasta un punto de no retorno. Feijóo no puede obviar a la derecha radical que tanto necesita como llave de gobierno, y por ello, está dispuesto a perder su relato para ganar en las urnas.

Vox impone unas condiciones inamovibles en cuestiones como la inmigración, la cultura y el cambio climático. Cuanto mayor sea su poder, mayor será su capacidad de exigencia. El único barón con mando en plaza que tiene opciones de reeditar la absoluta -o, al menos quedarse muy cerca- es Moreno Bonilla. Pero los tambores de Vox no dejan de sonar y podrían arrebatar incluso ese legado al presidente andaluz.

La otra dificultad que afrontan los barones del PP es que a Vox no le pasa factura sus candidaturas autonómicas. Es Abascal quien ejerce en la práctica como candidato, incluso aunque su cartel regional sea un completo desconocido. Los populares también asumen, con amargura, que no le pasan factura los capítulos de división interna y otras polémicas como la de su organización juvenil. "Da la impresión de que está de moda, que es una tendencia, y que eso no se puede frenar", coinciden los dirigentes consultados por el diario ABC.

Hace tiempo que los ejecutivos monocolor han dejado de ser habituales en democracia y se prevé que los gobiernos que próximamente se van a reeditar seguirán esta premisa: estarán compuestos por un PP preocupado por la corriente favorable que empuja Vox, y una ultraderecha que sabrá jugar su papel.

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