Luis Roldán los engañó a todos; Santos Cerdán, también. Con Santos Cerdán regresa a la sede socialista el fantasma no de Filesa sino de Luis Roldán. Fallecido hace tres años, el espectro del director general de la Guardia Civil con Felipe González se aparece ahora todos los días y a todas horas en Ferraz: imposible desalojarlo, seguirá ahí hasta que la justicia esclarezca lo mucho que todavía queda por esclarecer.

Se diría que este país, y quizá todos, perdona más fácilmente el robo corporativo que el robo personalizado: saquear las arcas del Estado para engordar las arcas del partido y de paso quedarse con un piquillo para uno mismo parece estar menos feo que hacerlo pensando únicamente, como cualquier buen padre, en el futuro de tus hijos. Detrás de toda fortuna se esconde un crimen, escribió el clásico; y detrás de todo crimen se esconde un sueño: el de Koldo, Ábalos y Cerdán ha acabado en pesadilla, en oprobio, seguramente en cárcel.

Tu cara me suena

Salvando todas las distancias, la fisonomía de Santos Cerdán se asemeja a las de esos capos mafiosos a quienes, por su aspecto y sus costumbres, nadie habría atribuido una fortuna multimillonaria: conducta sobria, gustos de pueblo, gesto campechano, rasgos faciales más bien toscos, ostentación cero.

Será interesante saber cuánto dinero aproximadamente ha robado el exsecretario de Organización del PSOE amañando concursos de obra pública: ello dará una idea de hasta dónde llegaba su pericia como delincuente con doble vida. Si la fortuna oculta es corta, y sin duda lo será comparada con la amasada por el gran Luis Bárcenas, diremos que era el pringado arrebatacapas ibérico de toda la vida que por cuatro cuartos arruinó a su partido y manchó el nombre de su familia para unas cuantas generaciones sin haberles dejado la situación económica desahogada que siempre soñó. Si por el contrario la fortuna es larga, nos preguntaremos si amasar tanto dinero le compensaba, teniendo en cuenta que nunca disfrutó de él, pues de haberlo hecho habría levantado sospechas.

Hedor propio, hedor ajeno

La corrupción es como los pedos: se huye de los ajenos tanto como se convive de buen grado con los propios. Al PP le resulta insoportable la corrupción del PSOE no tanto porque sea corrupción como porque es del PSOE; y a este le sucede más o menos lo mismo pero al revés, si bien con la diferencia de que a la gente de izquierdas le avergüenzan sus corruptos mientras que las de derechas suelen indignarse por la falta de profesionalidad y pericia de los suyos: “Rodrigo Rato, Rodriguete, si no sabes robar pa qué te metes”.

El utilitarismo que rige la política es brutal. Lo es desde hace siglos, muchos siglos: no solo desde Cavour o Richelieu, no solo desde Maquiavelo, lo es desde Tucídides, desde Plutarco, desde Tácito, Salustio, Tito Livio… La dimisión de Pedro Sánchez y la consiguiente convocatoria de elecciones, legítimamente reclamadas por la oposición, se plantean con la crudeza con que se vienen planteando no tanto porque el capitán socialista nombrara, uno después de otro, dos segundos ladrones que sisaban en la bodega como porque no cuenta con los remeros suficientes para asegurarse de que el barco siga navegando.

El buque Moncloa no puede mantenerse a flote únicamente con los leales brazos de los remeros propios: los marineros sin carné socialista no quieren estar dentro si el barco se hunde, y ello aun siendo conscientes de que es su propia huida la que provoca y acelera el hundimiento del que intentan escapar culpando, no sin razón, del naufragio al desarbolado capitán de la nave.

El adelanto del 96

Felipe González no adelantó las elecciones de 1996 porque le resultara política y moralmente insoportable el saqueo protagonizado por Luis Roldán: las adelantó porque Jordi Pujol ordenó a sus remeros que dejaran de bogar y se pusieran a salvo ante lo que se les venía encima: el barco socialista quedó varado en el cieno, hubo elecciones y ganó la derecha. Es muy probable que ahora vuelva a suceder algo parecido: quizá no hoy, ni mañana, pero seguramente la cosa no pase de pasado mañana.

Pujol sostuvo el Gobierno de González dos años largos: el caso Roldán estalló en diciembre de 1993 y CiU no le retiró su apoyo al PSOE hasta ese mismo mes de 1995. Hoy los tiempos van mucho más acelerados que entonces: ninguno de los socios del Gobierno de Sánchez está dispuesto a sostenerlo durante los dos años que quedan de legislatura, puede que ni siquiera durante un año, quizá ni seis meses.

La pregunta del millón

La pregunta del millón, la misma desde por los menos las guerras médicas: ¿debe Sánchez dimitir y convocar elecciones por haberse equivocado tan gravísimamente como lo ha hecho en la designación de los secretarios de Organización Ábalos y Cerdán ? No, todavía no, no hasta ir conociendo en su integridad el resultado de la investigación judicial, aún en marcha. Todo indica, sin embargo, que esta vez Pedro Sánchez está atrapado sin salida: lo que se sabe hasta ahora es mortal, pero lo que queda por saberse puede serlo aún más.

Si no se produce algún vuelco significativo en el curso de la investigación que convenza a los remeros no socialistas de la necesidad de seguir doblando el lomo, a este Gobierno le quedan meses. Aguantar hasta junio del 26, cuando arranca el viacrucis judicial del PP por sus casos de corrupción, parece más imposible que improbable, dado que los socios del Gobierno han entrado, y no les faltan motivos, en pánico, sin que esta vez el doctor Sánchez tenga a su alcance ninguna milagrosa medicina con la que devolverles el sosiego.