Es bien sabido: el origen del procesamiento del Fiscal General del Estado estuvo en la decisión de su titular Álvaro García Ortiz de desmentir la mentira puesta en circulación por el jefe de gabinete de la presidenta de Madrid, Miguel Ángel Rodríguez, el Trolas. Ahora que anda en plena gira el gran Enrique Villarreal, el Drogas, eximio rockero y sobresaliente ciudadano, el alias por el que es conocido el mítico líder de Barricada acude a la mente por semejanza fonética y contraste ético con el sobrenombre que Rodríguez se ha ganado a pulso merced a su controvertida relación con la verdad. En España, pues, tenemos un ‘Drogas’ y tenemos un ‘Trolas’. El primero es buen músico y mejor persona; el segundo, mal político y todo sugiere que peor persona. Si te dan a elegir, pío lector, entre el ‘Drogas’ y el ‘Trolas’ para irte de cañas, no te espante el sobrenombre del primero ni simpatices cándidamente con el desvergonzado alias del segundo: vete con Villarreal, no con MAR.
Hay una España del ‘Drogas’ y una España del ‘Trolas’. La primera es talentosa, tolerante y compasiva; la segunda es descarada, vengativa y mentirosa. No quiere decirse que los españoles que pueblan una y otra sean todos ellos personalmente como proclama la denominación de la España en la que moran. Obviamente, la España del ‘Drogas’ alberga a muchos mentirosos, al igual que la del ‘Trolas’ alberga a mucha gente bondadosa y veraz, pero la causa, la doctrina, el proyecto, el ideal de país y de sociedad que inspira a una y otra son de muy diferente calidad política y envergadura moral. La máxima que guía la conducta de Rodríguez nunca podríamos, atendiendo a Kant, convertirla en ley universal; sí podríamos hacerlo, en cambio, con los principios que han guiado la conducta ya en su madurez de Villarreal, viejo rockero que cuidó personalmente de su madre enferma durante años. Cierto que el ‘Drogas’ frecuentó no pocos paraísos artificiales en su remota juventud, pero habrá que añadir en su descargo que nadie, salvo los santos, puede permitirse el lujo de ser kantiano sin interrupción.
La distancia sideral que hay entre Enrique Villarreal y Miguel Ángel Rodríguez vendría a ser la misma que hay entre Manuela Carmena e Isabel Díaz Ayuso: la una pertenece sin duda a la España del ‘Drogas’, la otra a la del ‘Trolas’. La exjueza y exalcaldesa de Madrid es una mujer políticamente avanzada y personalmente compasiva; la presidenta de Madrid y ex ‘community manager’ del perro ‘Pecas’ de Esperanza Aguirre es una mujer políticamente montaraz y personalmente desconsiderada, eso como mínimo, aunque el hecho de tener contratado como fontanero mayor del palacio gubernamental de la Puerta del Sol a alguien como el ‘Trolas’ revela de ella mucho más de lo que podría hacerlo el más severo de los adjetivos.
Dos empeños incompatibles
Aunque todavía le queda mucha carrera profesional por delante, el mayor éxito político cosechado hasta ahora por MAR ha sido desencadenar el procesamiento del Fiscal General del Estado. El juicio terminó el jueves pasado y la sentencia se conocerá en pocos días o semanas. Los siete jueces del Supremo lo tienen difícil para cohonestar dos empeños tan aparentemente incompatibles como ser justos con Álvaro García Ortiz y dejar en buen lugar a la Justicia, pues la virtual absolución del procesado, que la mayoría de expertos consideran inexcusable, desacreditaría a este mismo tribunal juzgador por haber consentido que llegara a juicio un caso que no reunía los indicios suficientes para someter a tan ilustre reo al calvario del banquillo: calvario por no decir condena, ya que este juicio guarda con el célebre proceso a Josef K. la pavorosa similitud de que en ambos, como escribió Kafka, “la sentencia no se dicta de repente: el proceso se convierte poco a poco en sentencia”.
En el extraño juicio al Fiscal General del Estado, los acusadores, de algún modo émulos del ‘Trolas’, pretenden que sus sospechas sean tomadas por pruebas, sus prejuicios por evidencias y sus obsesiones por indicios. Y, aunque las crónicas periodísticas de la vista oral discrepen entre sí no menos que los partes de guerra de dos ejércitos enfrentados, en las del bando periodístico declaradamente antisanchista se aprecia nítidamente que están escritas con pies de plomo, con una cierta cautela derivada seguramente de haber constatado que la endeblez de las pruebas examinadas bien podría derivar en la absolución de Álvaro García Ortiz. Más rigor, coherencia y determinación se observa en las crónicas de los medios sanchistas, seguramente porque intuyen que van ganando la batalla de la razón y que el desenvolvimiento del juicio ha avalado la hipótesis de que Ortiz es inocente, si no inocente al cien por cien sí lo bastante inocente como para acumular tantas dudas razonables que imposibilitarían un fallo condenatorio.
Un desgaste desgarrador
En todo caso, ¿cuál es la imagen que quedará más socavada a raíz del juicio a García Ortiz y la inminente sentencia: la imagen del Fiscal General del Estado por sentarse en el banquillo o la imagen de la Justicia española por haberlo sentado en él? Aunque no sea condenado, el daño es seguramente irreparable. Álvaro García Ortiz ha debido de sufrir un desgaste desgarrador, tanto que difícilmente podrá ser paliado ni por su absolución ni por la condena del delincuente fiscal cuyo estado civil está en el origen de este caso al ser dicho defraudador pareja de Isabel Díaz Ayuso y, a raíz de esta circunstancia, al haber interferido mendazmente en el mismo el ‘Trolas’ para exculparlo.
El daño padecido por el Fiscal General al haber sido procesado se asemeja al que sufre la víctima de un delito: como ha señalado en distintos foros y escritos la exmagistrada Carmena, que el delincuente acabe en prisión no repara el dolor de la víctima, quizá lo alivie, sí, pero no puede repararlo: la reparación solo podría venir de una petición sincera de perdón, de un arrepentimiento genuino y de la disposición del victimario a compensar personalmente y en la medida de lo posible el daño ocasionado. Si el culpable de todo ello fuera el ‘Drogas’, podría haber disculpas; siendo el culpable el ‘Trolas’, no espere García Ortiz reparación alguna.