Arranca el año 2025 con el socialismo andaluz preguntándose a sí mismo si desea verdaderamente celebrar primarias para elegir a quien haya de suceder a Juan Espadas al frente de la Secretaría General del partido. Se hacen la pregunta, pero no se la contestan sencillamente porque no están en condiciones de contestarla. Un militante de base resumía con cinismo de baja intensidad el dilema al que se enfrenta la alicaída federación andaluza: “¿Que si queremos primarias, preguntas? Tendremos que preguntarle a Pedro Sánchez qué nos apetece”.

En lo que ya todo el mundo parece estar de acuerdo es en que Juan Espadas no va a continuar en el cargo conquistado frente a Susana Díaz y Luis Ángel Hierro en las primarias de 2021: la victoria de Juan fue legítima, pero la competición estaba algo amañada porque el candidato finalmente ganador contaba con el aval inequívoco del ‘primo de Zumosol’, por otro nombre Pedro Sánchez. Nadie discutió el resultado, pero nadie tampoco dudó de que el piloto Juan ganó la carrera porque, sin discutirle sus habilidades, el coche con el que la disputó había salido de los talleres de la escudería Ferraz.

Indios y primarias

Si en el salvaje Oeste el único indio bueno era el indio muerto, en el Partido Socialista las únicas primarias buenas son las que no se celebran. Aunque inicialmente parecían una buena idea porque ser una herramienta impecablemente democrática, a la postre su efecto ha acabado siendo el contrario: hacen, ciertamente, más democrática la elección del líder, pero al convertir a este en el ‘puto amo’ hacen menos democrático al partido mismo: eso se llama hacer un pan como unas tortas.

Los resultados electorales y las sucesivas encuestas han matado a Juan Espadas, cuya designación cuatro años atrás no parecía entonces una mala idea, pues no vano era el único alcalde socialista de una gran ciudad española. Sin embargo, un año después, en 2022, perdía las autonómicas por goleada y al siguiente, en 2023, las elecciones locales consumaban el desastre con la pérdida de la capital, de muchas poblaciones medianas y de varias diputaciones. Solo se salvaron del naufragio las corporaciones provinciales de Sevilla y Jaén, que son precisamente las dos únicas provincias cuyos secretarios provinciales, Javier Fernández y Francisco Reyes, son escuchados con atención de Ferraz.

La incógnita sigue siendo hoy la misma que en 2022 y 2023: ¿será la ministra de Hacienda y vicesecretaria general del PSOE, María Jesús Montero, la sustituta de Espadas? Nadie lo sabe. Puede que ni siquiera lo sepa la propia Montero. El mismo militante abonado al cinismo zumbón diría que María Jesús sabrá a ciencia cierta qué le apetece solo cuando se lo pregunte a Pedro Sánchez. En el PSOE andaluz casi todo el mundo ve con buenos ojos que Montero sea su próxima secretaria general: el problema, a lo que parece, es que quien no acaba de ver esa opción con tan buenos ojos es la propia Montero.

Melones sin catar

La otra opción que se baraja es la del diputado jiennense Juan Francisco Serrano, adjunto a la Secretaría de Organización que dirige Santos Cerdán y político muy cercano al secretario provincial y presidente de la Diputación de Jaén, Francisco Reyes. Serrano es joven y capaz, pero desconocido. Es cierto que se trata de un melón por catar, pero no hay líder novato en el oficio del liderazgo que no lo sea. ¿Servirá Serrano para revitalizar un partido que se ha quedado en los huesos? Quién sabe. Lo primero que hace falta para ser líder es… querer serlo. Por edad y determinación, Serrano seguramente querrá serlo. No está claro, sin embargo, que Montero quiera serlo. Hasta no hace mucho no quería.

Al Manuel Chaves de los 90, entonces ministro de Trabajo, la derecha lo retrató como el ‘candidato a palos’, porque no le entusiasmaba bajarse al moro andaluz. Aquel Chaves de hace 35 años, como el Espadas de hace cuatro, también era un melón sin catar: aunque uno salió dulce y el otro soso, hay que apresurarse a añadir que en los 90 era mucho más fácil que ahora que al PSOE andaluz le salieran dulces los melones.

A una Montero secretaria general la derecha también intentaría desacreditarla con el sambenito de ‘lideresa a palos’, lo cual, ahora como entonces con Chaves, no tendría mayor relevancia si la para entonces ya exministra de Hacienda se hubiera mostrado capaz de hacer lo que todo líder no puede dejar de hacer: ganarse el puesto, ejercer de número uno, hacer valer su autoridad, convencer a los suyos de que con ella pueden derrotar a la derecha: todo eso que Juan Espadas no supo o no le fue posible hacer.