Las derechas españolas viven con el ‘corazón partío’ las elecciones catalanas de este crucial 12-M: su alma españolista prefiere una derrota humillante de Puigdemont pero, como el principal beneficiario de tal derrota sería 'Perro Xanche', su alma derechista musita, avergonzada y culpable, una plegaria en favor del expresident fugado, cuya posición de nuevo hegemónica en la política catalana que tendría unos efectos políticos devastadores para Sánchez.
En el Podio de los Enemigos de España levantado por los infatigables carpinteros de Génova 13, el cajón central lo ocupa sin discusión Pedro Sánchez; para Carles Puigdemont es por derecho propio la segunda plaza, mientras que el acreedor del bronce oscila en función de las necesidades y circunstancias del momento, siempre variables: tiempo atrás José Luis Rodríguez Zapatero, anteayer Pablo Iglesias, ayer Arnaldo Otegi, hoy Ernest Urtasun…
Formalmente, las de hoy son unas elecciones autonómicas catalanas y solo catalanas; materialmente, en cambio, son unas elecciones hispanocatalanas en las que la variable estatal tiene un peso no menos importante que la variable local, y no tanto por los virtuales efectos de su resultado en la gobernabilidad de España como por la composición tozudamente hispanocatalana de Cataluña.
En todo caso, esta naturaleza política y sociológicamente mestiza de las autonómicas del Principado no es un hecho nuevo en sentido estricto: en realidad, viene sucediendo de manera abierta y explícita desde las elecciones de 2015, aquellas adelantadas por Artur Mas tras el fracaso de CiU en los comicios, también adelantados, de 2012. Ampliando el foco se diría que desde 1980 todas las elecciones catalanas han sido siempre hispanocatalanas, si bien hasta ese año fronterizo de 2015 lo habían venido siendo de forma tácita, mesurada y más bien colateral.
Las dos orillas
La Cataluña española irrita a unos tanto como la Cataluña hipercatalana indigna a los otros (aunque existe también una Cataluña hiperespañola, hoy por hoy sigue siendo electoralmente marginal). La tentación de cada una de ellas es hacer como que la otra no existe…o pensar que está tan equivocada que no merece existir. Aunque históricamente situado en una de ellas, el PSC de Salvador Illa intenta hacer de puente entre ambas Cataluñas. Si gana hoy con autoridad y holgura será porque son mayoría los catalanes cansados de habitar en una de las dos orillas y deseosos de restaurar lazos emocionales y cruzar libremente a la otra ribera sin que esté mal visto.
Aun así, no se olvide que lo decisivo en cualquier elección no es tanto cuántos escaños saques sino qué cosas seas capaz de hacer con los muchos o pocos escaños que saques. Sánchez y Puigdemont, sobre todo este último, lo saben bien; Feijóo también debería saberlo, pero a la vista de su comportamiento tras la victoria nominal pero no real del PP el 23 de julio, se diría que no acaba de aprenderlo y sigue creyendo que lo que cuenta es cuántos escaños saques y no qué puedas hacer con ellos. Lógicamente, el día que que saque menos escaños pero pueda hacer con ellos cosas como formar Gobierno, cambiará de doctrina.
Territorio de frontera
Mientras, se diría que en el imaginario ‘indepe’ Cataluña sigue teniendo mucho de Marca Hispánica, el territorio fronterizo donde moría el imperio carolingio y tras el cual se alzaban los dominios gobernados por los Omeya. Cuentan los historiadores que, en aquella remota Edad Media, se suponía que la corte de Aquisgrán mandaba en la Marca, pero que quienes en realidad hacían y deshacían a su antojo eran los condes de Barcelona, hasta que Wifredo el Velloso, aprovechando la debilidad y fragmentación del reino franco, se independizaría de la tutela política y fiscal carolingia; en la edad actual, el Estado central se supone que gobierna en Cataluña, pero en realidad quienes mandan y hacen y deshacen efectivamente en el territorio fronterizo son los sucesivos titulares del Palau de la Generalitat. Artur Mas, Quim Torra, Carles Puigdemont: desde 2015, los presidentes derechistas catalanes han querido emular al audaz Guifré el Pilós, como si en los más de diez siglos transcurridos desde entonces no hubiera pasado nada.
Sea como fuere y aunque los sondeos son muy dispares y poco de fiar, no parece que en la batalla de hoy Puigdemont vaya a salir malparado o quede muy menguada –quizá todo lo contrario– su cosecha electoral. Un enemigo de España al que respaldan cientos de miles de ciudadanos formalmente españoles pero emocionalmente ajenos al Estado que los cobija es un enemigo singular cuya derrota efectiva solo puede tener lugar en las urnas, no en el banquillo. Lo que se decide este 12-M es si esa derrota empieza hoy.