Uno. El año Trump

2025 ha sido un Año Trump, como seguramente lo serán 2026, 2027 y 2028. Trump es ya un tema nacional, no simplemente internacional, es una figura periodística local, tanto como puedan serlo Pedro Sánchez, Alberto Núñez Feijóo o Santiago Abascal. Al contrario que sus antecesores en el cargo, el presidente norteamericano ha dejado de ser un personaje remoto que nos caía mejor o peor: ahora es, como diría Scorsese, uno de los nuestros.

Dos. Pegarle fuego a algo

Contra Donald Trump se ha dicho casi todo, pero no se ha hecho casi nada porque el tipo da mucho miedo, quizá por la sospecha de que no está del todo en sus cabales. La singularidad del caso Trump es que nunca en la historia de los Estados Unidos los norteamericanos habían elegido como presidente a un mono con un hacha. Tampoco en la historia general de los imperios ha debido de haber muchos casos parecidos al de Donald Trump: los únicos que nos vienen a la cabeza a quienes no somos historiadores son los nombres de los emperadores Calígula y Nerón. Calígula murió asesinado y Nerón se suicidó. Del primero se recuerdan su megalomanía, su crueldad, sus ridículos pero temibles delirios de grandeza; del segundo, su paranoia, su tiranía y haber culpado alevosamente a los pobres cristianos del Gran Incendio de Roma, que quizá provocó él mismo. A nuestro hombre en Washington tampoco se le dan mal los incendios. Todavía no ha decidido a qué cristianos les echará la culpa del próximo Gran Incendio que él mismo provoque, pero es solo cuestión de tiempo que acabe haciéndolo. Aun así, apenas lleva un año en la Casa Blanca y ya le ha pegado fuego a: los derechos humanos, la división de poderes, el recuento de votos, el Tribunal Supremo, la legalidad republicana, el orden internacional, el respeto a sus aliados, el pacto trasatlántico...

Tres. Abofetear a un moribundo

Será difícil que en el futuro alguien supere su historial de estragos políticos, a los que en fecha reciente acaba de sumar la incalificable abyección de ultrajar sin piedad a un hombre recién asesinado. Prescribe el proverbio andalusí que “no se debe apuñalar a un moribundo”: ¡cuánto menos a un difunto! El cineasta Rob Reiner y su mujer Michele Singer fueron apuñalados mortalmente por uno de sus hijos, con problemas de salud mental. Todo el mundo reaccionó con empatía y compasión. Salvo Donald Trump, que señaló como causa de la muerte “la ira que provocó en los demás por su enorme, inflexible e incurable afección mental, conocida como Síndrome de Trastorno de Trump, a veces denominado STD. Reiner -añadía- era conocido por volver locos a los demás con su obsesión furiosa por el presidente Donald J. Trump, con su evidente paranoia alcanzando nuevas cotas a medida que la Administración Trump superaba todos los objetivos y expectativas de grandeza y con la edad de oro de EE UU sobre nosotros, quizá como nunca antes. ¡Que Rob y Michelle descansen en paz”. Calígula, Nerón, Tiberio, Cómodo, Domiciano, almas torturadas que vagáis por los Infiernos: no digo lo mejoréis, solo igualadlo.

Cuatro. ‘Las nueve señales del hijoputa’

Esa reacción a la muerte de Reiner tiene mucho más alcance moral y es mucho más reveladora de la turbadora personalidad de Trump que cualquier discurso que haya pronunciado e incluso que cualquier medida política que haya adoptado: traicionar a sus aliados, dejar a Ucrania en la estacada, asesinar venezolanos o amenazar a gobernantes europeos son decisiones políticamente detestables, pero no retratan la personalidad última de Trump tan fielmente como lo hacen sus repulsivas palabras tras la muerte de Reiner. Hasta el más sucio, desaprensivo y maloliente cerdo ibérico etiqueta negra habría votado a favor de expulsar a Donald Trump de la piara de haber formado el inquilino de la Casa Blanca parte de ella. Si Camilo José Cela hubiera conocido al presidente norteamericano cuando escribía su novela ‘Mazurca para dos muertos’, quizá habría incluido entre “las nueve señales del hijoputa” alguno de los rasgos físicos que identifican a Trump.

Cinco. Y seréis como dioses  

De Calígula cuentan las crónicas antiguas que tenía un comportamiento megalómano, imprevisible y despótico que se materializaba en exigencias tan disparatadas como la de ser adorado como un dios viviente o en antojos tan escalofriantes como el de nombrar cónsul a su caballo. En materia económica tampoco se quedó corto: su obtusa fanfarronería, que él tomaba por genialidad, dejó exhaustas las arcas de Roma. Trump no va muy a la zaga a Calígula en impredecibilidad y megalomanía; en cuanto a lo del caballo, recordemos que solo lleva un año en la Casa Blanca. No querríamos dar ideas a nadie, que en Estados Unidos hay mucho zumbado suelto, pero su precedente romano fue asesinado por la Guardia Pretoriana en el año 41 d. C.

Seis. Vigilad vuestras cabezas

Trump es el gran tema de nuestro tiempo. No hay verdaderos expertos sobre Trump porque, por definición, no puede haberlos, pero muchos observadores sugieren que en su persona se condensa el espíritu de los tiempos que vivimos. Haber llegado tan alto no a pesar de tus pecados sino gracias a ellos es un fenómeno políticamente singular. También los historiadores han visto en Nerón una cifra de su tiempo. Del hijo de la pobre Agripina sabemos que ordenó el asesinato de su madre, crimen horrendo que ciertamente Trump no podrá cometer por razones obvias. Como él, también Nerón se creía un genio, opinión quizá algo exagerada pero que el tirano veía cada día refrendada tanto por quienes integraban su círculo más íntimo como por no pocos senadores, lo que no fue impedimento para que mandara asesinar a muchos de ellos, que tuvieron el mismo destino que su esposa Octavia. Mejor que Melania Trump no se interese por la historia de los césares…