El presidente andaluz Juan Manuel Moreno Bonilla no es un hombre valiente. Pero que nadie se escandalice ni indigne demasiado: hoy en día casi nadie lo es, solo que a los políticos sin séquito y a los civiles sin fama se nos nota menos porque no estamos todo el día delante de las cámaras. Sin embargo, la ventaja de los presidentes sobre el resto de los mortales es que ellos suelen tener a mano a subalternos entre cuyos principales cometidos está el de practicar vicariamente esa valentía que quien los ha nombrado prefiere declinar en nombre de cosas tan peregrinas como la urgencia de “cumplir con la agenda de gestión”

El miércoles pasado hubo sesión monográfica en el Parlamento autonómico sobre la crisis político-sanitaria y el presidente optó por ausentarse, dejando que su segundo Antonio Sanz Cabello lidiara a solas con el torete del cribado fallido del cáncer de mama. Moreno se fue del Pleno cuando empezaba el turno de intervenciones de la oposición. El motivo de su ausencia lo dio al día siguiente: tenía que irse a su despacho para “cumplir con la agenda de gestión”. Esa tarde, el pobre consejero de Presidencia, Sanidad y Emergencias no logró ligar una faena aseada: más que torear, lo que hizo fue correr por el ruedo y protegerse tras los burladeros para que no lo cogiera el maldito toro.

‘La teta de Anabel’ 

Veinticuatro horas después, a Moreno vino a castigarlo el Señor: los pecados que no estuvo dispuesto a expiar en la sesión del miércoles hubo de enfrentarlos en la del jueves, cuyo momento estelar fue sin duda el protagonizado por la portavoz del grupo Por Andalucía, Inmaculada Nieto, al enarbolar una doble radiografía bajo sospecha que pasará a la historia del parlamentarismo autonómico con el sonoro sobrenombre de ‘La teta de Anabel’. Nieto explicó al presidente pecador que en la mamografía original estaba marcada la lesión y aparecía el nombre del radiólogo que la tramitó, pero marca y nombre habían desaparecido misteriosamente en la segunda radiografía.  

Ante la pistola aparentemente humeante empuñada por Nieto, a Moreno no se le ocurrió nada mejor que correr a esconderse tras los profesionales sanitarios: “¡Ha acusado usted a algunos de los 130.000 profesionales de manipular los datos!”, le replicó desencajado a la portavoz. ¡Mi reino por un caballo!, clamaba el rey Ricardo en la batalla de Bosworth Field tras ver derribaba su montura. ¡Mi palacio por una teta!, debió clamar para sí el inquilino de San Telmo ante la traicionera andanada radiactiva de Nieto. Parece que nadie, en todo caso, le recordó entonces al presidente las cosas que decía sobre la sanidad pública antes de llegar a San Telmo; cosas como esta: “Usted, señora Díaz, sabe el sufrimiento que supone para una persona que tiene un problema de salud, que tiene la incertidumbre y la ansiedad, y tiene que esperar días, semanas o meses para una cita médica”. O como esta: “Nuestros médicos y enfermeros merecen respeto y estabilidad; no más contratos temporales ni precariedad en la sanidad pública”. En el pasado, decir esas cosas era "hacer una oposición responsable"; en el presente, es "denigrar el sistema público de salud".

La orden misteriosa

Y solo veinticuatro horas después de la fatídica jornada del jueves, nuevo toro suelto embistiendo contra las puertas de San Telmo: el diario El País desvelaba que el origen de que 2.317 mujeres no hubieran sido informadas de su diagnóstico mamográfico dudoso estaba en “la orden que se dio a los profesionales del Hospital Virgen del Rocío a principios de 2022 para que dejaran de informar a estas pacientes por carta o teléfono porque el sistema informático, gestionado por la empresa de origen nipón NTT Data, se encargaría de hacerlo de manera telemática, algo que no ocurrió”. 

La oposición ve ahí los efectos letales del sigiloso proceso de privatización encubierta de la sanidad pública, los daños colaterales de la maquinación silenciosa de la derecha en favor de la sanidad privada. ¿Y el Gobierno qué ve? El Gobierno no ve nada. Muchas veces, para gobernar es preciso no ver nada, porque si ves algo corres el riesgo de abrir la puerta a dejar de gobernar, y eso es lo último que cualquier gobernante está dispuesto a hacer. La Junta ha restado toda verosimilitud a la primicia periodística: “Esa empresa solo se dedica al mantenimiento de la aplicación, no tiene otra función”, salió a decir no el consejero Antonio Sanz, sino la radióloga Mercedes Acebal, portavoz de la comisión de seguimiento del cribado de cáncer de mama. Moreno se esconde detrás de Sanz y Sanz detrás de Acebal. ¿Quién será el próximo alto cargo en hacer de escondite del anterior?

En busca del señor Lobo

Lo indiscutible en todo caso es que tres semanas después de estallar el escándalo el consejero Sanz no ha dicho qué diablos pasó y por qué pasó lo que pasó. Mientras no lo haga, el fantasma de la teta de Anabel no dejará de envenenar los sueños del inquilino de San Telmo. Hasta ahora y en tono más bien bronco, Sanz se ha dedicado más a negar que a aclarar, más a limpiar que a investigar, ha hecho más de Winston Lobo que de Sherlock Holmes.

El señor Lobo era, ya saben, aquel personaje de Pulp Fiction que acudía en auxilio de dos torpes sicarios que habían puesto su coche perdido de sangre de un rehén porque a uno de ellos se le disparó accidentalmente el arma. Se diría que el titular de Salud, en misión especial como titular de Emergencias, ha seguido los pasos de Lobo: “Señores, mi brusquedad se debe a que tenemos poco tiempo; lo primero, metan el cadáver en el maletero, limpien el interior del coche, cojan todos esos trocitos de cerebro, con respeto a la tapicería no hace falta sacarle brillo, no es para comer en ella, actúen deprisa si quieren salir de esta, cuando acaben les daré un caramelito”. No me llames Antonio, llámame Winston. No me llames Sanz, llámame Lobo, señor Lobo.

No es improbable que la escandalosa desinformación a miles de usuarias del programa de cribado, las radiografías bajo sospecha, los historiales modificados, tengan un origen parecido al del arma de Pulp Fiction disparada involuntariamente: puede que todo haya sido fruto más de la desidia que de la malicia, que tenga mucho más de chapuza que de conjura, puede, ciertamente, pero conviene puntualizar a renglón seguido lo siguiente: una chapuza que se prolonga en el tiempo durante varios años deja de ser una chapuza para pasar a ser otra cosa, otra cosa a la que, llegado el caso, la justicia deberá ponerle nombre. La política ya se lo ha puesto. Las mujeres insomnes, también.