La primera plana de Ciudadanos está manteniendo duras negociaciones de puertas para adentro para encarar la política de pactos municipales y autonómicos que se vislumbra en el horizonte. El sorpasso no fue posible, el ataque directo a los populares no sirvió para obtener el puesto de la derecha, pero más allá del análisis cuantitativo, los naranjas son conocedores de su poder estratégico.

Han doblado concejales y diputados autonómicos, la estructura ha crecido y el poder orgánico también. En un partido relativamente nuevo, que no hace más que engrosar sus puestos en la mesa de negociación con cada paso por las urnas, mantener la paz entre bastidores se vuelve crucial. Tal y como comentaba Inés Arrimadas frente a Irene Montero en un reciente debate mantenido en Salvados, Ciudadanos (hasta ahora) ha sabido mantener sus trapos sucios en secreto, dejando la crítica y la ruptura apartadas del foco mediático.

Sin embargo, la hegemonía del núcleo duro de Rivera empieza a ponerse en cuarentena. Son muchos las plazas en las que se aprecia un cierto escepticismo ante la falta de autonomía e independencia de sus dirigentes a la hora de alzar la voz para imponer sus intereses particulares. La amenaza es clara: en un partido centralista y acostumbrado a acallar, o apartar (aún resuenan los pucherazos denunciados a lo largo y ancho de España), a los críticos, cada vez son más las voces discordantes con la gestión del sector oficialista.

La opción predilecta del séquito de Rivera es el Partido Popular. Se han esforzado en defender esta hoja de ruta, calificando a Sánchez como peligro público y ondeando la bandera nacional frente a las “cesiones” realizadas por el equipo socialista. Ahora piden que aquellos dirigentes del PSOE que quieran entablar conversaciones con ellos renieguen públicamente de su líder y aboguen por la implantación del 155.

Un ejercicio de equilibrismo el realizado para defender hipotéticos pactos que se demandan desde dentro, para salvar su propia palabra frente a los medios de comunicación en los que ha defendido, a capa y espada, de forma reiterada y sin cesar, que el Partido Socialista no era una opción.

Valls e Igea han sido los primeros en levantar su voz. El candidato a las elecciones en Barcelona ha ofrecido, sin condiciones, sus concejales a la candidatura de Ada Colau. Francisco Igea, por su parte, ha dejado entrever ante las cámaras de televisión su preferencia por derrocar el imperio popular en Castilla y León desde que José María Aznar se impusiera con el mandato de la región.

Pero no son los únicos. Internamente lo saben y empiezan a temer que su ordena y mando acabe generando un desplome sin parangón. Tal y como ha podido constatar ElPlural.com a través de diversas fuentes, muchos amenazan con convertirse en tránsfugas, romper la disciplina impuesta desde Madrid y si fuera necesario acabar en el grupo mixto o los no adscritos. El pulso está servido, y agrava, una vez más, los pormenores que se viven de puertas para adentro y que empiezan a aflorar en el partido autodenominado como el garante de la regeneración y el cambio sensato.