Si nadie lo remedia, si Vallecas, Parla, Villaverde o Getafe, si barrios o pueblos de trabadores no votan en la misma proporción que barrios como el de Salamanca, Chamartín, Aravaca o municipios como Pozuelo, o Boadilla u otras zonas de clase media alta, la “chamberirera”, la candidata y actual presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Natividad Díaz Ayuso, ganará con enorme holgura los comicios autonómicos el próximo 4 de mayo.

Si esos vaticinios demoscópicos se cumplieran y Ayuso llevara al PP al entorno de los 60 diputados, nos encontraríamos ante un fenómeno sociológico digno de estudio al pasar en menos de dos años a duplicar los escaños con la atenuante de lograrlo sin gestión alguna a no ser que se considerase saldo positivo no haber conseguido aprobar un presupuesto, haber legislado una sola ley -además recurrida- y aportar un balance de lucha contra la pandemia muy superior en contagios y fallecidos a la media nacional. Todo ello en un contexto de un partido, el PP, no precisamente en su mejor momento.

Para analizarlo habría que partir de la debacle electoral que redujo a su partido a una representación de tan solo 30 escaños el 26 de mayo de 2019, lejos, muy lejos del obtenido por Esperanza Aguirre en 2011 con 72 escaños, los 67 de 2007 ó los 48 obtenidos por el PP el 24 mayo de 2015. La suerte de tener un socio salvavidas como Ciudadanos con apoyo externo de Vox, hizo que con el peor resultado de la historia, paradójicamente, el Partido Popular pudiese gobernar. Se trata de la “dulce derrota”, esta de ganar perdiendo al igual que ocurre en Andalucía, Murcia y Castilla y León.

Para llegar a esta situación de comodidad electoral y ascenso meteórico de los porcentajes, Ayuso ha seguido a pie juntillas las recomendaciones de su particular rey de Chipre, Miguel Ángel Rodríguez. Sin el modelaje de su particular Pigmalión, Ayuso convertida en la Galatea del vallisoletano no habría llegado a estar en las encuestas de ahora en el pódium del oro y marcando distancias sobre la plata. MAR, hay que reconocerlo tal cual, ha hecho de Ayuso una referencia política que traspasa lo regional y la ha llevado a la esfera de lo nacional. Si tenemos en cuenta que Ayuso, sin gestión, sin ser brillante, no destacando como un portento intelectual, sin pasado profesional solvente, careciendo de un discurso político potente y con una retórica e “incapacidad” dialéctica simple y abúlica, con todo este “sin bagaje político, estar en la cima de todas las opciones electorales en Madrid, merece el reconocimiento sin paliativos del exitoso trabajo de su máximo spin doctor vallisoletano.

Pero a ese modelaje de respuestas de argumentario matutino y de actitudes frentistas de la presidenta, hay que añadirle una estrategia también en el ámbito de lo ideológico que sin llegar a ser un corpus doctrinal en toda regla, si que ha hecho del “ayusismo” una oferta que bebe de fuentes muy conservadoras y absorbe idearios que incorpora a su mochila atrayendo a una parte importante del electorado madrileño. Se trataría del “Ayusismo no ilustrado” pero sí “reverenciado” por sectores que se identifican con esos mensajes.

Claves de las fuentes ideológicas de Ayusismo

No es fácil identificarlo con una ideología concreta o con un movimiento doctrinal singular. Ayuso y su filosofía está hecha a base de cachitos de aquí y de allí, trocitos de unos y otros que, bien agitados y vendidos por los numerosos medios que controla, enraízan bien con distintos espacios electorales y segmentos sociales. Y eso no se hace en un día sino que es labor premeditada y constante en un laboratorio con probetas donde mezclar y experimentar los distintos ingredientes para su comprobación práctica.

El nacionalismo madrileño


Por un lado, Ayuso ha agitado la bandera del enfrentamiento contra un supuesto ataque constante y voraz del Gobierno de España. Ha situado a Madrid en el centro de la diana del sanchismo y de sus socios “bolivarianos”. Sin remilgos y sin ninguna gota de responsabilidad institucional el laboratorio de ideas de Ayuso puso en circulación que Madrid era un oscuro objeto del deseo de La Moncloa. Dentro de ese ideario imaginario el Ejecutivo central disparaba y marginaba a Madrid por ser la capital de España y por simbolizar la resistencia activa al izquierdismo monclovita. Madrid es “El Álamo” sitiado que Sánchez “Santa Anna” y Podemos pretenden destruir frente a una Isabel Crockett dispuesta a defender la Numancia norteamericana del asedio. Esa tesis, de nacionalismo paniaguado y rústico, un día y otro y otro repetida, ha calado entre una madrileñismo que nunca existió (Madrid es la tierra de todos y de nadie a la que nadie se le pregunta de dónde viene, según Trapiello). En este punto podemos colegir que el ayusismo ha creado una especie de nacionalismo madrileño, un PP peneuvista y una idea similar a la de los independentistas catalanes que se traduciría en un “España no odia, nos viene a por el PP vienen a por nosotros”. En poco tiempo, y eso es un milagro, el Madrid universal, abierto y cosmopolita que no se identificaba ni con su bandera, ni con el concepto de región y sin el más mínimo matiz identitario, ha pasado a ser el Madrid autonómico y nacionalista.

El negacionismo en monodosis ultraderechistas


La apuesta por minimizar la pandemia, por establecer un clima de opinión en el que comer en sitios cerrados no es científicamente peligroso, que las aglomeraciones no contraen más peligro que la dehesa extremeña y que la ciencia se equivoca, ha calado. Como una especie de “Sensación de vivir”, Madrid y sus bares, la capital y sus restaurantes atiborrados, las fiestas guiri beodas y clandestinas en apartamentos turísticos o la Puerta del Sol y adyacentes atiborradas de acentos y sudores franceses, son el ejemplo  de lo que no debe de hacerse pero que en Madrid, la ciudad inmune, puede ser sin miedo al contagio. El ayusismo mantiene que las teorías científicas y la gestión del resto de las regiones, son las equívocas, una variante de negacionismo científico rayano con las tesis ultraderechistas a las que capta con este mensaje y, de paso, anula las expectativas de Vox. Todas y todos con el paso cambiado menos ella. En ese aspecto bebe del bolsonarismo que tiene en default los hospitales y a los brasileños sin ni tan siquiera bombonas de oxígeno. Y si me permiten hiperbolizar, Isabel Díaz Ayuso, a pesar de con su blanca palidez, tenía en común con el mandatario negro, John Magufuli, presidente de Tanzania, algunos aspectos del gran líder negacionista de la pandemia de coronavirus en África que pensaba que su país tenía una protección especial de carácter divino.

Liberalismo y el laissez faire tabernario


A fuerza de incidir en que el Gobierno arruinaba a sectores tan vitales y dinámicos como la hostelería o el ocio, Ayuso se ha erigido en la protectora de los bares, los restaurantes, los comercios y los empresarios del ocio. Es  la nueva Juana de Arco de Ríos Rosas, la Agustina de Pozuelo y la diosa del hedonismo chulapo. El mantra que cala como chirimiri, o mejor calabobos, es que gracias a ella se está salvando la economía, lo que es estadísticamente falso en datos del PIB o de la propia EPA. Reino Unido comenzó apostando por salvar negocios a fuer de perder vidas… y rectificó. Suecia puso por delante continuar en una vida cotidiana normal pensando que la inmunidad de rebaño llegaría pronto y ante los luctuosos resultados corrigió. Donald Trump se reía del uso de las mascarillas,  de las distancias de seguridad, minimizó el virus “chino” y al final de su mandato, tarde ya, echó para atrás y Biden tuvo que poner en marcha un enorme proceso de rectificación para enderezar una senda trágica que llenaba morgues y colapsaba hospitales y UCIs. Ayuso lo intentó y lo sigue intentando, ese laissez faire de barra, caña y tapa a pesar de que todas las gráficas muestran que el resultado son muchos, pero muchos, más muertos y contagiados que en otras regiones. Un laissez faire que identifica con la defensa de la libertad amenazada, una libertad para chocar contra las normas y para defender que como “España nos miente” y los científicos engañan, hagamos pues lo contrario. La pregunta que perseguirá a Ayuso y al PP madrileño y al nuevo nacionalismo de Madrid será ésta ¿cuántos muertos de más justificaron una debacle económica algo de menos?

El paternalismo trufado de victimismo y los gilets bleus

Y otro de los códigos doctrinarios que componen el catecismo ayusista tiene que ver más con el sentimiento que con la ideología. Se trata del victimismo trufado de paternalismo. Las lágrimas en la Almudena, el “conmigo que no cuenten para cerrar bares” y las poses de diosa protectora, ha hecho de Isabel Natividad Díaz Ayuso una referencia de aquellos sectores económicos que peor lo están pasando. Ayuso ha creado miles y miles de agentes electorales dinámicos y muy activos en el gremio de la restauración y el ocio, es su ejército de fervorosos gilets bleus. Eso tiene un precio en votos pero también en fallecidos… pero los muertos no votan. Yo os acojo, yo os ayudo, yo os cuido, son los mensajes diarios que la presidenta y su tupida red de medios regados y a su servicio emiten cada hora, cada día, cada semana. Yo os cuido, soy la “salvaora” bares, camareros, comerciantes, restauradores, empresarios de la noche y del ocio, jóvenes y personas con deseos de calle y los afectados de fatiga pandémica. Y eso surte un efecto electoral enorme.

Insensatez falsamente libertaria y la insumisión como doctrina

Lo que en otros sitios supone responsabilidad institucional y hacer piña en torno a una crisis sanitaria, en Madrid es bolsonarismo puro, trumpismo inicial en estado puro. Ayuso sigue la estela de los perfiles más conservadores europeos. El propio “Socialismo o Libertad” es un plagio de ex presidente Strauss, el león ultraderechista de Alemania, ex presidente fallecido del land de Baviera y líder de la sección más integrista y conservadora de la CDU. Ayuso quiere hacer de Madrid la Múnich del Sur. De momento lo está consiguiendo en consumo de jarras de cervezas y en celebración de Oktoberfest a los madritense.

Antisistema por la libertad

Y por último no falta, curioso en una presidenta muy de derechas, el rasgo antisistema, entendiendo este el atribuido a quienes están en contra del orden establecido o status quo actual de las restricciones derivadas de la pandemia. La presidenta madrileña se ha envuelto en la bandera de la libertad frente al supuesto sanchismo comunista y totalitario. Dice representar y defender los valores de la libertad. Pero su libertad no es la auténtica, no es la que dejó miles de fusilados en cunetas por derrocar una dictadura, no es la que pagó con prisión o campos de concentración su enfrentamiento con el poder autocrático, sino la libertad para no aceptar confinamientos, para ser la última en la imposición de la mascarilla, para intentar que los cierres perimetrales no se ejecutaran ¿Libertad para qué? Libertad para llenar las calles, hacer fiestas ilegales, empatizar con caceroladas y concentraciones ultras, llenar los bares, abarrotar IFEMA repartiendo bocatas de calamares, enfrentarse a las limitaciones de movilidad y reclamar que la gente harta, cansada y enferma de fatiga pandémica venga en masa a llenar las calles de un Madrid “uno, grande y libre”.

En eso, en todos esos trocitos doctrinarios bebe y come el ayusismo. Todos juntos, en probetas previas, son mezclados para luego, ya envasados mediáticamente, ser lanzados para gusto del consumidor.  No es un corpus doctrinario, no es una ideología, es un contenedor de ideas y la suma de filosofías, las peores de cada casa.