Un delincuente confeso llamado Víctor de Aldama es el nuevo héroe de la derecha española tras acusar a medio Gobierno socialista de cobrar mordidas. Su declaración ante el juez de la Audiencia Nacional Ismael Moreno le ha abierto las puertas de la cárcel a pesar de que sigue existiendo un inequívoco riesgo de fuga porque el próspero pero no siempre intachable empresario cuenta con sobrados medios para llevarla a cabo. Si le diera por fugarse la justicia tendría un problema, pero si puede probar lo que le dijo al juez quien tendrá el problema será Pedro Sánchez.
Novedades de temporada
Las nuevas acusaciones que han llevado a Aldana al estrellato han sido tres: que le entregó 15.000 euros al número tres del PSOE, Santos Cerdán, en un bar frente a la sede del partido en la calle Ferraz; que le entregó 25.000 euros a Carlos Moreno, jefe de gabinete de la vicepresidenta del Gobierno, ministra de Hacienda y vicesecretaria general del PSOE, María Jesús Montero; y que el exasesor gubernamental Koldo García le pidió 50.000 euros para el ministro de Política Territorial, Ángel Víctor Torres, aunque Aldama admitió que no llegó a entregárselos.
En su declaración, el comisionista también mencionó tan maliciosa como oportunamente a la vicepresidenta Teresa Ribera y a la mujer del presidente del Gobierno, Begoña Gómez, aunque sin atribuirles ningún delito en concreto. También dijo Aldana haberle pagado al exministro José Luis Ábalos, hombre de confianza del presidente durante años, un total de 400.000 euros, en efectivo y en regalos, a cuenta de los negocios que este le habría proporcionado en la compraventa de mascarillas durante la pandemia.
Una espiral de ruido
Para la derecha, con Feijóo a la cabeza, la declaración judicial de Aldama es la verdad revelada que prueba sin ningún género de dudas que Pedro Sánchez es el capo de una banda de delincuentes a quienes urge expulsar del Gobierno de España. Para el Partido Popular y sus medios afines, todo lo dicho por Aldana es verdad; el Partido Socialista y sus medios afines se abonan más bien al célebre dictamen de Mariano Rajoy cuando se publicaron los apuntes contables de Bárcenas: todo es falso salvo alguna cosa.
Pero no nos hagamos trampas al solitario: que a nadie le quepa duda de que si los señalados por Aldana fueran miembros de un Gobierno de derechas, los intérpretes intercambiarían automáticamente sus papeles: los de izquierdas dirían que todo es verdad salvo alguna cosa y los de derechas que todo mentira salvo alguna cosa. Ese es el triste signo de nuestro tiempo: todos, derechas e izquierdas, estamos atrapados en una misma espiral mentiras, sospechas y medias verdades, pero al mismo tiempo todos, izquierdas y derechas, estamos convencidos de que los atrapados en esa espiral son únicamente los otros.
Convendría una cierta cautela, aunque en esta ocasión más por un lado que por el otro, pues los procesos de alto voltaje político suelen prometer penalmente mucho más de lo que finalmente entregan: una singularidad de los grandes ‘hits’ judiciales es que, pese al infernal ruido mediático que generan durante su gestación y desarrollo, muchas veces acaban diluyéndose en condenas insignificantes o incluso en absoluciones en masa cuando llegan al último tribunal competente, sea el Supremo, el Constitucional o el de Justicia de la Unión Europea.
¿Quién dijo pruebas?
¿Son verosímiles las acusaciones de Aldama contra Cerdán, Moreno y Torres y sus insinuaciones sobre Teresa Ribera y Begoña Gómez? Al rojerío no se lo parecen, no al menos hasta que Aldama aporte pruebas; sin embargo, los agazapados en la trinchera de enfrente no solo las encuentran perfectamente creíbles sino que incluso les es indiferente que el acusador presente o no presente pruebas. El extremo deleite con que las derechas han reaccionado a la declaración de Aldama da una idea de hasta qué punto consideran irrelevante la aportación de pruebas. Y como muestra de ello valga el botón de lo escrito por un periodista conservador a quien muchos del bando contrario siempre hemos tenido en muy alta estima ética y profesional, José Antonio Zarzalejos, cuyo artículo de hoy en El Confidencial se titula ‘La secta y Santos Cerdán’ y comienza así:
“Cerdán es el servilismo zote y el instrumento de ejecución de las órdenes despóticas en una organización política que, con la complicidad de los mediocres y de los aprovechados y el silencio de los vencidos, se ha convertido en una secta. Escribe –continúa el exdirector de ABC– el historiador británico Richard J. Evans: "¿Cómo explicamos el ascenso y triunfo de los tiranos y charlatanes? ¿Qué hace que alguien quede atrapado por el deseo extremo de poder y dominación?, ¿Por qué esos hombres —casi siempre son hombres— logran reunir en torno a sí discípulos y adeptos que ejecutan sus órdenes?, ¿Acaso el conjunto de los valores morales es tan débil, o está tan pervertido, que la disposición a violar los preceptos convencionales de la decencia humana acaba por no conocer límites?" (Página 10 de Gente de Hitler, editado por Crítica, noviembre de 2024)”. Sin comentarios, pero con perplejidad, con abatimiento, con hastío.