Vox es una caja negra a cuyas claves solo tienen acceso el ‘duce’ Santiago Abascal y un reducidísimo puñado de fieles. La decisión de su caudillo de romper los pactos de gobierno que Vox mantenía con el PP en cinco comunidades autónomas ha desconcertado por igual a observadores mediáticos y a actores políticos, aunque a ninguno de ellos tanto como a los propios cargos públicos de la formación ultraderechista, que todavía siguen preguntándose por qué han tenido que abandonar unos cargos institucionales en los que, huelga decirlo, la nómina mensual era lo de menos comparada con el servicio a España Una, Grande y Firme que todos ellos venían prestando.

El único que por ahora ha desobedecido las órdenes de Abascal ha sido el experimentado cazador y extravagante consejero de Gestión Forestal y Mundo Rural de Extremadura Ignacio Higuero, que de haber renunciado al cargo habría tenido que regresar a sus cacerías, dado que no tiene plaza de diputado en la Asamblea de Extremadura. El resto de sus compañeros de los demás gobiernos regionales regresan a su escaño si lo tienen o a su anterior empleo si no les queda más remedio. España se lo pierde. Todo sea por Ella, todo por la Patria cuyas costas están amenazadas por las sucesivas oleadas de bárbaros del sur que si hoy apenas han cumplido los 10, 12, 14 años, mañana serán insolentes moros o fornidos negracos dispuestos a violar a nuestras niñas y atemorizar a nuestras mujeres, impíos sarracenos, enemigos de Cristo, súbditos de la Media Luna, tumor maligno ricamente alojado en el corazón de España por culpa de un Gobierno corrupto, comunista y pusilánime que ni siente la Bandera ni tiene Lo Que Hay Que Tener.

El filo de las espadas

La razón aducida por Abascal es conocida pero pocos acaban de creerla del todo: la decisión del PP de acoger en las comunidades donde gobernaban con Vox a poco más de un centenar de los varios miles de menores inmigrantes que colapsan los saturados servicios de acogida de Canarias. Tanto Vox como el PP han sacado a pasear sus elevados principios para justificar uno el sacrificio de salir los gobiernos y el otro el engorro de tener que gobernar en minoría.

Seguramente ambos sospechan que en el fondo nadie les cree: el severo, implacable utilitarismo de la práctica política ha devaluado hasta tal punto los principios que un día la inspiraron que los ciudadanos dejaron hace mucho tiempo de prestar atención a quienes simulan seguir guiándose por tales principios. Nadie ha resumido mejor este mal de nuestro tiempo que el gran Sánchez Ferlosio: “El cuidado por conservar el filo de las espadas suplantó todo cuidado por lo que tales espadas juraron defender”.


“Abandonaremos esos gobiernos inmediatamente. No seremos cómplices ni de los robos, ni de los machetazos ni de las violaciones”, dijo Abascal poniéndose ridículamente estupendo. “Nuestros principios no se someten a las amenazas de nadie, cueste lo que cueste”, replicaba sonoro Alberto Núñez Feijóo. Tal vez ambos sean sinceros, si no del todo, sí al menos un poco, pero todo sugiere que la razón principal del órdago del uno y del rechazo del otro vuelve a ser de orden utilitario, no de orden ético: Abascal cree que inflar, como ha inflado, hasta extremos criminales la criminalización de los menores inmigrantes es una buena jugada que, además de multiplicar las simpatías de la Internacional Xenófoba Europea que capitanea el siniestro Viktor Orbán, acabará dando buenos réditos electorales, como por ejemplo recuperar esos 800.000 votos que el energúmeno Alvise le ha robado a Vox.

Por su parte, Feijóo debe creer que desairar a Vox aceptando esa cuota insignificante de menores hoy hacinados en Canarias centra y blanquea al PP, fortalece su propio liderazgo, que tantas dudas suscita todavía entre los suyos, y en consecuencia es una buena apuesta electoral. No quiere decirse que Vox o el PP no tengan principios, claro que los tienen, incluso demasiados, sino que suelen relegar tales principios a la trastienda, para sacarlos al escaparate solo en los momentos épicos, como este de la ruptura que hemos conocido esta semana. Habrá que añadir, no obstante, que en ese reiterado ejercicio de doblez moral no les van por cierto muy a la zaga, ay, los partidos de izquierdas.

¡Por fin una buena noticia!

La prensa de derechas respira aliviada: ¡por fin puede atacar a Vox sin que ello perjudique a Feijóo! En general y excluyendo a los muy cafeteros, el aparato mediático conservador se ha sentido muchas veces incómodo teniendo que callar ante las barbaridades del socio de su partido amigo. Tras la ruptura, puede explayarse contra Abascal. Al mismo tiempo, la izquierda se verá obligada a hacer algunos ajustes en ese discurso suyo donde la alianza del PP con la extrema derecha ha venido ocupando un espacio estelar.

En todo caso y más allá de las urgencias electorales y el interés partidista, la salida de Vox de los gobiernos regionales es la mejor noticia política que hemos tenido desde hace meses. El portazo de Abascal nos mejora como país, aunque no por las razones que el ‘Duce’ cree sino más bien por todo lo contrario: sin él mismo saberlo, se diría que, como tantos otros en política, también el santurrón patriota Santiago Abascal escribe recto con renglones torcidos. La repugnante criminalización de los menores inmigrantes son los renglones torcidos; la soledad política de Vox al separarse de ese PP al que hasta ahora iba a todas partes cogido del bracete es la línea recta.