En Plácido (1961), la música no actúa como “decorado navideño” sino que sirve para tensar el contraste entre el ambiente festivo y el engranaje social que la película pone en marcha. Entre villancicos, retransmisiones y ruido de calle, Berlanga construye una Nochebuena donde la caridad se vuelve performance pública, y el protagonista —un trabajador precario con un motocarro que no puede pagar— queda atrapado en una carrera contrarreloj.
Un dato que condensa la relación con la censura: el título original previsto —vinculado directamente al lema de la campaña— no prosperó, y el filme acabó estrenándose como Plácido (tomando el nombre del protagonista). El argumento se mantuvo; el rótulo, no.
El contexto: cine, industria y época
España, 1961: el cine vive bajo el sistema de censura, y Berlanga ya llegaba “marcado” por problemas previos con los recortes oficiales. En ese marco, Plácido se apoya en una campaña de caridad navideña (“Siente un pobre a su mesa”) que el propio régimen había impulsado, y la convierte en argumento. Una ciudad de provincias organiza un gran evento benéfico con desfile, patrocinio y presencia de “artistas” llegados de Madrid. El resultado es una radiografía de cómo la solidaridad se convierte en escaparate y la doble moral cristiana una justificación para sentirnos bien.
La película fue la primera colaboración de Berlanga con Rafael Azcona, un tándem decisivo en el cine español. El guion plantea un mecanismo simple y demoledor ya que la campaña navideña necesita un “operario” que lleve la estrella y empuje la logística del acto. Ese operario es Plácido (Cassen), que esa misma noche debe pagar la primera letra del motocarro con el que se gana la vida. Mientras los organizadores buscan quedar bien, Plácido encadena recados, esperas, gestiones y humillaciones con el tiempo en contra. Un hombre de clase obrera, bueno y humilde, que debe lidiar con personajes egoistas que exponen al público esa doble moral anteriormente citada.
Hay un elemento especialmente recordado: el villancico final, que generó comentarios y polémica desde el estreno por su tono sombrío y su remate verbal. Más que “final feliz”, deja una última vibración incómoda:
′Madre en la puerta hay un niño,
mas hermoso que el sol bello.
Tiritando está de frío,
porque viene casi en cueros.
Pues dile que entre y se calentará,
porque en esta tierra
ya no hay caridad,
ni nunca la ha habido,
ni nunca la habrá.′′
Recepción, premios y legado
Plácido fue candidata al Oscar a mejor película de habla no inglesa en la 34.ª edición (correspondiente a películas de 1961) y finalmente perdió frente a Como en un espejo de Ingmar Bergman.
En España, obtuvo reconocimientos como las Medallas del Círculo de Escritores Cinematográficos (incluyendo premios principales) y premios en el circuito nacional, consolidándose pronto como un título mayor de su director.
Una de las claves de su permanencia es que Plácido no necesita explicar su tesis. La idea de la solidaridad convertida en evento —patrocinado, retransmitido, con celebridades y foto final— es perfectamente reconocible hoy, aunque cambien los formatos y las pantallas. Y su manera de contar (coral, ruidosa, con ritmo de “trámites” y urgencias) se sigue estudiando como marca de estilo.
Estrenada en 1961, Plácido logró colar bajo la censura una sátira social construida con precisión. Una Nochebuena “benéfica” donde la caridad se exhibe y el pobre se gestiona como atrezzo. El cambio de título, la alianza Berlanga–Azcona y su recorrido internacional (incluida la nominación al Oscar) explican por qué se convirtió en clásico. Pero lo que la mantiene viva es su dispositivo. Música navideña, ruido coral y un protagonista que corre para sobrevivir mientras los demás corren para aparentar.