A Contracorriente edita en DVD y en Blu-ray Paris, Texas y El cielo sobre Berlín (de la que hablaremos en breve) con el máster restaurado y un nuevo transfer digital en impecable calidad. Una ocasión perfecta para recuperar dos grandes títulos en la filmografía de Win Wenders y, en el caso de Paris, Texas, una obra maestra.


Del desierto a la ciudad. Del exterior al interior. Del paisaje vacío a las enormes arquitecturas. Travis (Harry Dean Stanton) aparece en medio del desierto. No sabemos de dónde viene –en realidad nunca lo sabremos de manera exacta- ni a dónde va. Porque en un primer momento él tampoco lo sabe. Camina sin rumbo aparente, aunque en realidad sí sepa a dónde se dirige. A Paris, Texas.



Cuando el director alemán rueda Paris, Texas, a partir del guion de Sam Shepard, en una de las más acertadas uniones entre un escritor y un cineasta que se repetirá años después en Llamando a las puertas del cielo, había realizado ya varias road-movie: Alicia en las ciudades, Falso movimiento, En el curso del tiempo o El amigo americano, incluso El relámpago sobre el agua, excelentes películas cuyos planteamientos acabaron desembocando en Paris, Texas, quizá su destino último. Wenders, cineasta europeo en esencia –en sus comienzos- pero americano en forma –en cierto sentido-, tenía que, tarde o temprano, acabar realizando una road-movie desde un acercamiento más puramente norteamericano, de ahí que tomar el guion de un escritor como Shepard fuera un punto de partida excelente, porque aunque Wenders no puede evitar en gran medida que la película esté recorrida de forma transversal por una mirada de fascinación y de extrañeza, ésta acaba siendo tamizada por la de Shepard, creando un magnífico equilibrio que acaba transmitiéndose a las imágenes y a su relación con la palabra.



Escritor y cineasta dan forma a una película sobre la soledad y el aislamiento, tanto interior como exterior, en la que el relato importa en tanto a que avanza, o hace a los personajes avanzar, aunque en realidad es más relevante la exploración emocional que llevan a cabo a través de un personaje que, según va recobrando la memoria, se encuentra con un pasado del que debe redimirse. A su alrededor, el paisaje, tanto natural como urbano, supone una extrapolación o continuación de un estado emocional mucho más amplio. Wenders sitúa a los personajes tanto en la soledad y en el vacío del desierto como encerrados en unos planos en los que las arquitecturas modernas –que, además, suponen perfecto paisaje contextual de la época - atrapan a los personajes, y muestran, igualmente, la soledad y el vacío. Tan solo parecen a salvo en la carretera, en el continuo movimiento. El contraste entre unos paisajes y otros acaban dando forma a un discurso visual basado en la magnífica dialéctica entre dos espacios diferentes en su aspecto pero que, sin embargo, esconde unas emociones muy cercanas.


De perfecta construcción en sus partes y en su desarrollo dramático, el espléndido guion de Shepard logró equilibrar los en ocasiones excesos “intelectuales” de Wenders, creando una película en la que la reflexión sobre aquello que cuenta viene dado por las imágenes, por lo que nos dicen de los personajes, tanto como por lo que éstos nos dicen. Wenders, como en aquella época Fassbinder o Herzog, cabezas del nuevo cine alemán del momento, se sentía fascinando por la cultura norteamericana en todas sus facetas. Sin embargo, consiguió a través de las imágenes de Paris, Texas alejarse de la mera imaginería para realizar una película que si bien no oculta esa fascinación –de hecho Paris, Texas posee momentos cercanos a ciertos elementos del western- consigue recrearla yendo más allá de la mera recreación. No estamos ante la mirada del europeo –casi siempre desde la altivez- sino desde el extraño, lo cual acaba ayudando a Travis, porque la película se asienta en su mirada.



Una mirada que en las dos famosas secuencias en el peep-show alcanza cuotas extraordinarias de composición en todos los sentidos, tanto visuales como verbales, tanto emocionales como narrativas e, incluso, metafóricos. Al final, partiendo del vasto desierto, Travis ha encontrado lo que buscaba encerrado en un habitáculo en el que, tras un cristal, se encuentra quien fuera su mujer (Nastassja Kinski), a quien nunca podrá recuperar. A modo de confesionario ambos se piden perdón por sus actos, para al final cada uno poder seguir su camino. Porque Paris, Texas, en el fondo, no es tanto una película que gire alrededor de encontrar a una persona –ya sea la mujer, el hijo o el propio Travis, quien debe reencontrarse con su memoria perdida y, por tanto, con él y su pasado- sino sobre los sentimientos que se perdieron por el camino. Como esa porción de Paris, Texas, que Travis compró y que tan solo vemos en una fotografía, cuyo verdadero significado reside más en el deseo que albergaba que en su existencia física.