En Mustang, debut de Deniz Gamze Ergüven en la dirección, la cineasta ha optado por un camino muy interesante a la hora de abordar un tema realmente complejo en su representación. Cinco hermanas huérfanas, de edades comprendidas entre los doce y los diecisiete años, y que viven con su abuela y su tío, se ven recluidas en su casa en un pueblo rural de Turquía debido a que su comportamiento, inmoral e impropio dada su condición de mujer, aunque acorde con sus edades, no es bien visto por los vecinos. Su tío precipitarán la búsqueda de marido –concertado en todos los casos exceptuando uno- a todas ellas para evitar ser el punto de atención de la comunidad.
Gamze Ergüven, y su coguionista, Alice Winocour, han optado por narrar todo lo anterior desde el punto de vista de la pequeña de las hermanas, quien observa como el grupo va poco a poco desintegrándose según se producen los casamientos de las jóvenes u otros acontecimientos. Así, esa mirada infantil, aunque con clara capacidad crítica para discernir lo que sucede alrededor, condiciona el relato en tanto a que se ajusta perfectamente a ella: no vemos nada que no vea ella, incluso cuando relata algún suceso fuera de la casa obedece a que alguien le ha contado qué ha pasado. Pero no se trata de una mirada infantilizada sobre el tema, ni mucho menos. Gamze Ergüven utiliza a la joven para mostrar, más si cabe, la absurdidad y la injusticia de la situación pero sin caer en un dramatismo exacerbado –aunque no lo rehúye-. Para mostrar una realidad que se escapa de su entendimiento por su crudeza. De ahí que los elementos más escabrosos pasen en un segundo plano, pues ella no es testigo de ellos, y tan solo se sugieran, lo cual es suficiente para comprender algunas cosas que están sucediendo en la casa.
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La comparación de Mustang con Las vírgenes suicidas, incluso con La casa de Bernarda Alba, los dos referentes que se han manejado a la hora de hablar de la película de Gamze Ergüven, son interesantes en tanto a que las tres plantean temas similares en contextos muy similares, pero también en gran medida pueden operar en contra de la propuesta de Gamze Ergüven, ubicada en una realidad muy particular. Por ejemplo, el estilo visual cercano a la ensoñación de Sofia Coppola en Las vírgenes suicidas no tiene nada que ver con las imágenes de Mustang: en ellas, la cineasta, ha optado por un naturalismo visual limpio, directo, de encuadres bien construidos que resalten el sentido de opresión de las hermanas en el interior de una casa convertida en cárcel. También hay cuestiones de tono: Mustang desde el drama, introduce no pocos elementos de humor que aligeran, pero no banalizan, la narración. La elección puede tener, sin duda, un cierto componente ‘comercial’, hacer más vendible una película que toca temas tan peliagudos; una manera de poder hacer llegar a un público más extenso una problemática que, aunque conocida por cualquiera que esté medianamente atento con lo que sucede, no es ajeno a ella.
Por otro lado, Gamze Ergüven muestra una realidad compleja en la que dos ‘turquías’ conviven entre la modernidad y la tradición creando unos choques que, en la historia de las cinco hermanas, encuentra su mejor representación. No cae en relatar la miseria, sino que nos sitúa en la casa de una familia, en apariencia, bien situada social y económicamente. Hay un claro intento por parte de la cineasta de entregar un trabajo matizado en la medida de lo posible, de ahí que, por ejemplo, una de las hermanas consiga casarse con el joven del que está enamorada; algunas de las demás, cada una a su manera, no tendrán tanta suerte.
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De manera paralela a la denuncia de una situación, importa en Mustang también cómo se introduce dentro del relato de iniciación adolescente, de descubrimiento del mundo. De ahí que la película esté atravesada en muchos momentos de una gran sensualidad visual que traduce el despertar de las jóvenes ante el mundo, el cual, encuentra un muro frente a las tradiciones y las obligaciones impuestas. Las primeras secuencias en las que las jóvenes juegan en el mar con otros chicos, detonante en gran medida de toda la situación, son reveladores al respecto.
La postura de Gamze Ergüven es, por supuesto, arriesgada, pues es sabido que, para algunos, muchos de los temas expuestos en Mustang tan solo pueden venir dados desde un planteamiento más duro y, de ser posible, a través de un trabajo formal más hermético, menos claro, que den pie a adaptar la película a intereses discursivos/teóricos personales antes que a discernir si la propuesta es o no válida. Considerar, como se ha hecho, que Gamze Ergüven trivializa, por ejemplo, la violanción a una menor, es un error. Quizá moleste, retomando la idea, que sea la mirada de una niña la que establezca las pautas narrativas y, en gran medida, el tono de la película, pero encontramos en la idea una aproximación interesante para alejarse de grandes discursos y buscar un relato más cercano, más inocente si se quiere, pero no exento de fuerza en el planteamiento.
Mustang se abre y se cierra con la joven y su profesora. Al comienzo despidiéndose de ella; al final reencontrándose para fundirse en un abrazo que viene a significar de manera directa que, quizá, la educación sea la salida.