El cine pierde hoy a uno de sus grandes rostros y conciencias. Robert Redford ha fallecido a los 89 años en su domicilio de Utah, según ha comunicado su publicista, Cindi Berger, que precisó que el actor murió mientras dormía esta mañana.
Redford fue mucho más que el “chico de oro” de Hollywood. Actor, director, productor y activista, personificó una forma de entender el cine que combinaba el magnetismo de estrella con la defensa del talento independiente. En pantalla dejó títulos capitales: Dos hombres y un destino (1969), El golpe (The Sting, 1973), Todos los hombres del presidente (1976), Memorias de África (1985) o la proeza solitaria de Cuando todo está perdido (All Is Lost, 2013). Como director, ganó el Óscar a la Mejor Dirección por Gente corriente (Ordinary People, 1980) y regresó a la conversación de premios con Quiz Show (1994). Su despedida interpretativa fue con The Old Man & the Gun (2018), antes de reaparecer en 2025 con un breve cameo televisivo.
Pero su huella más profunda quizá esté tras la cámara y fuera de ella. En 1981 fundó el Instituto Sundance y, al calor de esa iniciativa, el Sundance Film Festival, la plataforma que cambió para siempre el mapa del cine independiente norteamericano y sirvió de catapulta a varias generaciones de autores y autoras. Aquella intuición —crear un ecosistema de desarrollo, formación y exhibición fuera de los grandes estudios— se convirtió en una política cultural alternativa, hoy imprescindible para entender la diversidad del audiovisual contemporáneo.
Hijo de una familia de clase trabajadora y criado entre California y Colorado, Redford forjó su carrera a base de disciplina, riesgo y curiosidad. A la fama masiva que alcanzó en los 70 con Paul Newman —una de las parejas más icónicas que ha dado el cine— le opuso siempre un afán por contar historias con conciencia social, ya fuera como actor o como director. En Todos los hombres del presidente, su Woodward simbolizó la defensa del periodismo como dique frente al abuso de poder; años después, con Quiz Show, se detuvo en la construcción mediática de la verdad. Su filmografía, mirada en conjunto, es un diálogo entre el espectáculo clásico y un humanismo crítico que se tradujo también en su activismo medioambiental.
El último tramo de su vida estuvo marcado por pérdidas familiares —su hijo James falleció en 2020— y por una retirada paulatina del primer plano, sin renunciar a la producción ni al impulso de Sundance. Incluso cuando anunció que se apartaba de la interpretación, Redford reapareció fugazmente en 2025 en la serie Dark Winds, casi a modo de guiño, recordando que su relación con el cine era —y sería siempre— una conversación abierta.
Hoy, Hollywood y la comunidad global del cine despiden a un referente transversal: el mito de la gran pantalla, el director sensible y el mecenas de nuevas voces. Su muerte llega en un tiempo en que la industria vuelve a preguntarse por su futuro; conviene recordar que Redford ya dibujó un mapa —Sundance— que enseñó a resistir y reinventarse. Esa, quizá, sea la forma más justa de despedirle: viendo a las cineastas y cineastas que nacieron al calor de su empeño y reconociendo que, sin él, el cine independiente sería hoy más pequeño.