Alex de la Iglesia concibe una vertiginosa y delirante comedia coral sobre el mundo de la televisión que transcurre durante la grabación de una gala especial de Nochevieja

A Alex de la Iglesia le sucede como a los niños con sus juegos, que a veces se emocionan tanto que acaban estropeando los juguetes. Si hay un lugar donde le gusta jugar ese es el del terreno del humor esperpéntico como puso de manifiesto en dos de sus mejores títulos, El día de la bestia (1995) y La comunidad (2000). Pero a veces, y aunque siempre parte de buenas ideas, se deja llevar tanto por el entusiasmo que ese humor acaba transformándose en un caótico y enardecido delirio como sucede en Balada triste de trompeta (2010) o Las brujas de Zugarramurdi (2012), por dar un par de ejemplos sobre la marcha. Y Mi gran noche, sin llegar a los extremos de aquellas, vuelve a ser uno de esos juegos que se le ha vuelto a ir de las manos, a pesar de que ha partido de una atractiva idea como es retratar con una mirada irónica los entresijos del mundo de la televisión a través de la grabación de una gala de Nochevieja.

Mi gran noche sigue en cierta manera el espíritu alocado y vertiginoso que poseen algunas comedias de Peter Bogdanovich, en concreto, ¡Qué ruina de función! (Noises off!, 1992), cuya trama transcurría durante una función teatral y en la que, al propio enredo de la obra que se representa sobre el escenario, se unían los conflictos entre los miembros de la compañía, dando lugar a un sinfín de situaciones disparatadas. Sin embargo, la trama de Mi gran noche tiene lugar en un plató de televisión donde coinciden personajes tan dispares como la veterana figura de la canción que interpreta Raphael en un papel autoparódico con el proverbial nombre de Alphonso, el nuevo ídolo musical de la jovencitas, Adanne, a quien encarna Mario Casas, así como sus respectivos seguidores, entre ellos el inquietante fan del primero (Jaime Ordóñez) o las dos amigas (Marta Guerras y Marta Castellote) que persiguen al segundo con fines muy concretos. Y luego la pareja de presentadores de la gala (Hugo Silva y Carolina Bang) que se profesan un odio mutuo, los miembros del equipo técnico o los figurantes, entre los que se encuentra José (Pepón Nieto), un parado que ha sido enviado ahí por una empresa de trabajo temporal y quien conocerá a otra figurante, Paloma (Blanca Suarez), con una particularidad especial, además de representantes al borde de un ataque de nervios, productores de dudosa integridad moral, caraduras que aprovechan la ocasión para sacar beneficio propio o piquetes de huelga, dando lugar a un cóctel en el que se mezclan amoríos, sexo, conspiraciones, juegos sucios y actuaciones con ese tono kitsch salpicado de serpentinas y luces de colores tan característico en este tipo de espectáculos, además de un sinfín de circunstancias que tampoco se van a desvelar.

Pero esa mirada sarcástica hacia esa gran farsa que es una gala especial que celebra la entrada de un nuevo año, y cuya grabación tiene lugar en el mes de agosto, acaba convirtiéndose en una vertiginosa acumulación de situaciones que, unida a esa tendencia hacia el exceso de su director, dan lugar a un delirante paroxismo, dejando esbozadas unas cuantas excelentes ideas en medio del caos, como es el hecho de concebir un fresco coral que participa en un programa que, en realidad, es una gran simulación en la que todo el mundo, y no sólo los figurantes, tiene que fingir lo que en realidad no es.

Sin embargo, Mi gran noche pone de manifiesto una vez más la gran capacidad del cineasta vasco para la puesta en escena, concibiendo algunas secuencias tan divertidas como esa primera aparición de Alphonso vestido a la manera de Darth Vader en su camerino. Un camerino cuya decoración minimalista se asemeja a la estancia de una nave espacial. De hecho, las secuencias protagonizadas por Raphael, quien hace gala de un gran sentido del humor, son de las más sobresalientes de la función, notándose además que el cantante, al igual que el propio cineasta, se lo ha pasado en grande durante el rodaje.