Publicada por la Editorial Turner en su nueva colección "El cuarto de las maravillas", La tejonera es la tercera novela del escritor galés Cynan Jones, una novela corta sorprendente por su capacidad de síntesis narrativa, por lo físico de su estilo, por la violencia impactante y directa de su narración. El autor ha estado en Madrid y hemos tenido ocasión de conversar sobre él acerca de su novela.


Cynan Jones se encuentra en la vanguardia de la nueva literatura británica actual, en especial de la escrita en Gales. Considerado por la prestigiosa revista Granta como uno de los talentos más importantes de la actualidad, Jones ha destacado por su trabajo en el terreno del relato y la novela corta. De las tres novelas que ha escrito es La tejonera la que se considera hasta el momento como su mejor obra. Ha recibido elogios en la prensa británica, sobre todo porque ha conseguido despistar a los críticos literarios debido a la aparente sencillez de su propuesta a la par que por su profundidad narrativa y discursiva.


Jones es maestro en las descripciones breves pero profundas, sencillas pero incisivas. Usa un estilo directo y sin ornamento que impacta por su sequedad, por su capacidad para la narración. Si hay quien ha visto en Jones una mezcla de Corman MacCarthy, Ernest Hemingway y resonancias de Dylan Thomas y Ted Hughes, el lector también podrá perfectamente encontrar en La tejonera una cierta tendencia de la literatura actual que hace de la novela de Jones una apuesta muy actual y cercana para los lectores. Así, salvando las distancias pero también creando cercanías, su lectura puede recordar a la aridez formal y al acercamiento a la naturaleza de un David Vann, también por su apuesta por mostrar a un ser humano desatado en su comportamiento. O bien al Rafael Pinedo de Plot en su relato de resonancias bíblicas. También al Jesús Carrasco de Intemperie y su trabajo con el paisaje en relación con los personajes. Autores de frases cortantes y directas, que van al grano y describen con los adjetivos necesarios, que crean atmósferas asfixiantes y personajes encerrados con frases de una enorme elaboración y complejidad.


La tejonera es, en definitiva, una novela sobre el bien y el mal, pero sin una clara definición de lo que es cada uno en una lucha por la tierra, por dominarla, por vivir en ella, por saber a quién le pertenece y por qué, y todo ello rodeado de una violencia, a veces contenida, a veces muy explícita, que impacta en el lector en cada página.


-La tejonera es una novela muy física, muy muscular.


“La historia impone el estilo. Cuando eliges una historia sobre dos personajes como los de esta novela, cuyas vidas son tan físicas, entonces el estilo tiene que ser así. Tenía que encontrar la manera de ser observador, testigo de sus actos, pero a su vez transmitir en cada frase sus acciones, la dureza del entorno y de su trabajo. Necesitaba un lenguaje, como dices más físico y muscular que emocional para narrar su historia”.


-Aunque la novela es muy realista en muchos sentidos, también hay otro muy mitológico, más atávico. ¿Te influyó la mitología galesa al escribir o crees que es algo que tienes asimilado y sale de manera natural?


“En este caso, lo más importante para mí era introducir el elemento mítico dentro de la historia de una manera universal. Incluso el nombre de Daniel, es un nombre bíblico, nada galés. No hay nada realmente de la mitología galesa en la novela, pero sí en un sentido más amplio. Aunque La tejonera es una obra, como dices, muy realista, también tiene un sentido mítico, pero mi idea era que fuera comprendida por cualquiera, no solo en un contexto, diríamos, galés”.


-En La tejonera apenas hay diálogos, los personajes están solos y no hablan, pero en cambio sí interactúan con los espacios en los que viven.


“Es posible que transmita la imagen de ser un escritor un poco vago al no usar diálogos… Pero en realidad quería que los personajes proyectaran realismo, veracidad, cercanía, y la verdad es que a las personas a quienes representan no hablan demasiado. Son hombres muy callados. De hecho, cuando lo hacen, apenas son conversaciones, es más bien un intercambio de expresiones monosilábicas. Solo hay una conversación como tal en la novela y sucede cuando aparece un personaje fuera de ese entorno. Se expresan de otra manera”.


-Los personajes parecen una extensión del paisaje. O viceversa.


“Exacto. Todo tenía que estar conectado, creo que es algo importante en la historia. Incluso cuando no se establece de manera directa, esas conexiones están ahí. Cuando comencé a elaborar en mi mente la novela, interconectaba sensaciones físicas para que cuando me sentara a escribir estuvieran ya dentro de la historia. El paisaje es el paisaje en el que vivo, y lo observaba y me imaginaba a los personajes ahí, como parte de él, pero también a ellos como elementos propios de su entorno, producto de él.  Vi rápidamente que en el paisaje había cosas que debían hablar del paisaje pero tenía que transmitirlo sin necesidad de decírselo al lector. También hacer hincapié que uno no está aislado del entorno o del paisaje en el que vive, que es parte de él”.


-¿Cómo te llegó o cómo llegaste a la historia de La tejonera?


“Siempre me han interesado las historias que enfrentan a personajes con problemas. Pero quería trabajar esto a partir de aquello que me rodeaba y escribir sobre ello. Me fascinaba la idea de poder hablar de ese enfrentamiento dentro de un espacio muy particular que acaba convirtiéndose en un problema más. En mi primera novela quise escribir sobre cómo ciertas elecciones de la vida afectan a las personas y opté por un estilo más fluido, más psicológico. En La tejonera, sin embargo, al pensar cómo los personajes se veían inmersos en un paisaje así, tan físico, opté por otro camino menos psicológico y más directo y muscular, como hemos hablando antes. Incluso el lenguaje cambia notablemente”.


-Vida y muerte, bien y mal,  se enfrentan en la novela, sobre todo porque la línea que separa a esos términos no está muy clara.


“Cierto. Esa visión dual está muy arraiga en mí desde siempre y viene condicionada en gran medida de mi vida en el campo en Galés. En un simple paseo puedes encontrarte contrastes en todo momento. Hay visiones en el campo que son tan desagradables como fascinantes. Siempre me ha gustado el contraste, pero ante todo el punto intermedio entre dos elementos, esa línea que los separa y que puede llevarte de uno a otro. Del mismo modo, cada decisión que tomamos puede ir en varias direcciones, y cuando la tomamos estamos situándonos en una línea, en un punto de inflexión que pueda conducir tu vida en cualquier dirección. Me interesaba que los personajes de la novela vivieran así, ante la incertidumbre”.


-El tiempo parece suspendido en la narración, como si importara más el componente físico que su desarrollo.


“Me interesaba más el espacio. En realidad, mi concepción del tiempo está muy marcada por el lugar en el que vivo, donde todo pasa más despacio y a un ritmo totalmente diferente a una ciudad como Londres o Madrid. De hecho, cuando voy a Londres me siento desbordado, por la multitud, por el ritmo de la vida. Donde vivo no hay un sistema de organización temporal tan agobiante, todo sucede una manera más natural. Si no vives ahí, tras estar un par de semanas pierdes cierto sentido temporal, si vives solo incluso puedes perder la noción de la realidad en ese sentido. Por eso quise transmitir esa sensación en la novela”.


-La novela también habla sobre la persistencia para conseguir o para asentar algo, sobre cómo luchamos por retener lo nuestro.


“Sí, ambos personajes representan una forma de lucha, de persistencia, pero en diferentes maneras. El big man lo hace de una manera anti-social, de aislamiento, mientras que Daniel lo hace para aferrarse a su tierra, a lo suyo. Y en su comportamiento testarudo aparece el conflicto. Me gustaba la idea porque transmitía muy bien cierta esencia de aquellos lugares y personas de quienes quería hablar”.


-La tejonera tiene algo de novela de terror: el big man tiene algo de presencia terrorífica, sobre todo enfrentado Daniel, más vulnerable.


“Sí, y de hecho fue la parte más complicada a la hora de escribir la novela, más que su estilo o su lenguaje. Cómo logar que ambos personajes y sus historias avanzaran hasta el enfrentamiento, cómo conseguir que éste fuera impactante. Tenía que ir creando bajo ellos una capa de violencia, de malestar, que al final estallara. Ambos, cada uno a su manera, poseen un poso de crueldad”.


-Por otro lado, juegas con momentos de gran violencia que es muy física e impactante, con otros más líricos, más pausados.


“Buscaba también una dialéctica entre momentos. Que algunos pasajes de la novela fueran muy duros en relación a lo que acontece pero que sucedan en un marco amable, lírico si quieres. Amplia el sentido de la tragedia, lo hace todo más complicado. A veces suceden cosas terribles pero necesitaba ese balance lírico para rebajar la tensión, para dar un espacio al lector para respirar. Son pausas que ayudan, además, a que los momentos más terribles sean más impactantes, porque al rebajar la tensión recuerdas de dónde viene el personaje, qué le ha sucedido”.