José Vila del Castillo es un escritor con un recorrido propio de una novela de aventuras. Nacido en Madrid, nacionalizado dominicano, ha vivido y recorrido muchos países. Cultiva la poesía, el ensayo y la novela. Y es precisamente en la novela en donde rompe con varios convencionalismos del género histórico. A partir de una familia marcada por el teatro, los libros, el miedo y la necesidad de sobrevivir, relaciona aspectos de la vida cotidiana con sucesos de la Guerra Civil Española y de la Segunda Guerra Mundial. El autor dice que con esta obra “No planteo una tesis política, sino una pregunta ética: qué lugar ocupa cada uno de nosotros en lo que ocurre a nuestro alrededor y hasta qué punto somos responsables”.
Pregunta: - Polifónica cuenta acontecimientos históricos, pero no es una novela histórica al uso. ¿Estás de acuerdo?
Respuesta: -Sí. Polifónica nace de hechos documentados, pero no responde a la estructura clásica de la novela histórica. La Historia, con mayúscula, irrumpe en la vida de sus personajes sin pedir permiso, altera su curso y los obliga a mirarse en un espejo roto. Es, más bien, una novela de la memoria: una voz que busca entender su vida mientras atraviesa los escombros físicos y morales del siglo XX.
P: - ¿Qué tiene que ver una familia con la Guerra Civil Española, la Segunda Guerra Mundial y el expolio cultural en Europa?
R: - En apariencia, muy poco; en profundidad, casi todo. Nadie vive al margen del tiempo que le ha sido dado. En la novela, la familia protagonista y el coro de figuras que la rodean funcionan como una caja de resonancia donde vibran los ecos de guerras, exilios, traiciones y expolios. Lo que sucede en los frentes, en los despachos o en los archivos saqueados se filtra en la vida íntima: en el miedo, en el silencio, en la manera de seguir viviendo cuando todo se tambalea.
P: - ¿La responsabilidad en la vida particular termina siendo una réplica de los sucesos colectivos?
R: - No se puede decir que sea una réplica, pero sí una prolongación. Las grandes catástrofes son la suma de pequeñas decisiones individuales. La novela explora cómo una persona aparentemente corriente puede contribuir, por acción u omisión, a un clima de violencia o de abuso colectivo. No planteo una tesis política, sino una pregunta ética: qué lugar ocupa cada uno de nosotros en lo que ocurre a nuestro alrededor y hasta qué punto somos responsables. Tolstói formuló esta inquietud muchas veces: no preguntarse qué harán los otros, sino qué debe hacer cada uno. Esa tradición moral me compromete. En Polifónica, esa reflexión se convierte en una pregunta más íntima y directa: “¿Y tú qué haces?”.
P: - Polifónica se inicia contando el perfil de una familia. ¿Quiénes son estos personajes?
R: - Es una familia marcada por el teatro, por los libros, por el miedo y por la necesidad de sobrevivir. La madre, actriz, encarna la fragilidad luminosa de quien resiste desde el escenario; el padre, atrapado entre la obediencia y la culpa, es un hombre que intenta conciliar sus sombras; el hijo reconstruye ese territorio emocional para comprender la herencia que recibe. Alrededor de ellos circulan figuras llegadas del expolio cultural, del exilio y de las guerras, todos atravesados por la misma pregunta: qué hacer con el legado, a veces luminoso, a veces insoportable, del siglo XX.
P: - ¿El estudio de la historia olvida lo particular?
R: - Con frecuencia sí. La historia, para poder narrarse, necesita simplificar; y en ese proceso se pierde la textura de lo vivido: un objeto confiscado, una carta quemada, una conversación apenas susurrada. Polifónica se mueve, más que en la microhistoria, en lo que Unamuno llamaba la intrahistoria: esa vida silenciosa y continua que transcurre bajo la superficie de los grandes acontecimientos, como el fondo del mar que permanece mientras arriba golpean las tormentas.
No discuto la historiografía; intento complementarla con la memoria encarnada en personas concretas. La mayor parte de la Historia no aparece en los libros: queda guardada en los arcones de lo cotidiano, en los recuerdos de quienes ya no están, en los gestos íntimos que no forman parte del relato oficial. El tiempo colectivo, la Historia, es la suma de todas esas vidas anónimas. Los grandes hechos no son más que la consecuencia de millones de actos pequeños, anónimos y silenciosos, igual que un universo entero puede caber en los estantes de una biblioteca y multiplicarse en decenas de miles de libros, la mayoría de ellos olvidados.
P: - ¿La velocidad de los sucesos actuales pone en riesgo la observación de los detalles?
R: - Creo que sí. Vivimos en un torbellino de información que erosiona los matices. Pienso en aquella pintada del Mayo francés en la Sorbona: “No sabemos lo que queremos, pero lo queremos ya”. La literatura exige lo contrario: lentitud, atención, silencio. Polifónica se escribe desde esa pausa necesaria para ver un gesto, un libro robado, una frase dicha en voz baja. Leer y escribir son un modo de resistir al vértigo del presente: avanzar incluso sin saber exactamente qué buscamos, pero dispuestos a construirlo con tiempo y paciencia.
P: - Con esta obra inicias una trilogía, ¿qué viene?
R: - La trilogía sigue el rastro de los libros expoliados y de las vidas que quedaron marcadas por ese saqueo. Cada volumen transcurre en un escenario distinto, pero todos comparten el mismo eje: memoria, culpa y responsabilidad. No pretendo levantar una saga monumental, sino tres novelas que dialogan entre sí y que, reunidas, trazan un mapa moral del siglo XX. Tres miradas sobre un tiempo en el que Europa perdió, y trató de recuperar, su alma.