Tuve que hacerme paso para llegar hasta él. La escalinata se llenó de personas que habían ido a escuchar la presentación de su novela en la ecléctica e increíblemente hermosa Biblioteca Municipal de Bidebarrieta. “Somos amigos en Facebook”, me dijo con una sonrisa después de presentarme, y me hizo comprender que esa amistad tenía un nuevo valor para quien, probablemente, vive inmerso en un mundo de fantasía y amistades relativas. Terminó de escribir su dedicatoria a una amable señora que iba por delante de mi en la cosa de la firma y, mirándome de nuevo, exclamó en voz baja “y aparece Galíndez”. Esta advertencia y lo de la amistad en las redes me confirmaban algunas cosas que suponía sobre Iñaki Martínez como el personaje que de muchas maneras aparece en su novela “Donde los hombres llevaban sombrero” (Ediciones Destino, mayo 2018), además de ser su autor.

Intentamos buscar un lugar apartado del ruido exterior del Arenal en Bilbao y nos refugiamos en el café subterráneo del kiosko modernista de cristal en el que toca los domingos la banda municipal. Había dicho el día antes que alguna vez escribirá una guía sobre el Bilbao de los espías internacionales en la España anterior al comienzo de la guerra europea y durante su desenlace. Habla en profundidad de la doble personalidad del espía, pero a él le cuesta abrir hueco entre la piel que se le ha curtido en Centroamérica y su origen vasco, concretamente el de su padre, un soldado del Batallón Guernica durante la segunda Guerra Mundial.

El espía no actúa por dinero, sino por ideales

En la pista del espía

Nacer en Guatemala de madre panameña es parte de un destino que le ha acompañado toda vida. Activista político y cofundador del partido EIA, del posterior Euskadiko Ezkerra, cónsul honorario de Panamá en el País Vasco entre 2004 y 2009, miembro de la comisión de relaciones internacionales de la guerrilla salvadoreña y delegado del Gobierno vasco para Colombia, Venezuela, y Ecuador, con sede den Bogotá, es un recorrido vital que le llevó desde su afición a escribir a la curiosidad por el oficio, el conocimiento de la vida de espía y su responsabilidad. A eso se refiere cuando le preguntas sobre la vida del espía, del agente de inteligencia, a muchos de los cuales ha conocido personalmente hasta tener perfectamente dibujado el perfil general y muy especialmente el de algunos de ellos.

De ese conocimiento y su deseo de escribir nació su primera novela, Arresti, sobre el chantaje económico de ETA a  empresarios, y el posterior salto al mundo del espionaje con “La ciudad de la mentira”, centrada en el Tánger (Marruecos) de los años 40; un salto que le dejó como finalista del Premio Nadal de Novela en 2015 y pasó a ser reconocido en ese género de historias, la del espionaje o agentes de inteligencia, que para él viene a ser lo mismo, amén de otros distingos dentro de esa casi inaccesible profesión.

Para el ojo ajeno, tres novelas pueden ser poco para definir a un autor como especialista en ese género, pero en este caso el arte de escribir va unida a la historia personal, por eso dice que “es un género en el que me siento a gusto. ahí está mi mundo y lo resuelvo de manera más o menos solvente”, por el momento, añade.

Has asomado el ojo a ese tipo de trabajo, en países muy diferentes, escenarios políticos y sociales en crisis. ¿La vida del espía es soportable?

Esa vida puede llegar a ser vocacional. He conocido personas de diferentes servicios de inteligencia por los avatares de mi vida política e internacional y he llegado a timar cn algunos de ellos, amistad que me ha permitido abordar con ellos ese tipo de vida. La mayor parte de los espías que he conocido están muy a gusto con su vida. Desde muy jóvenes se sintieron muy vinculados, sabían lo que querían ser: espías, agentes de inteligencia.

Pura zozobra

¿Y todos lo viven igual, están cortados por el mismo patrón?

El agente de campo es el encargado de las tareas sucias, en el sentido de que se puede encargar de servicios a veces terribles. Diferente es el agente de inteligencia que analiza lo que ocurre en un determinado país y se dedica a hacer efectivos, optimizar esos análisis: si hay suficiente información y si hay que desplegar más medios ahí, o lo que es lo mismo, reclutar más agentes, informadores.

Este trabajo del analista es muy importante desde el punto de vista del resultado y del hombre que se dedica a reflexionar y atar los cabos sueltos para conseguir resultados. Hay grandes profesionales vocacionales. Yo los he conocido, y de todos los colores.

¿No caminan sobre un suelo de barro cuando se trabaja en sociedades como las que se recogen en sus libros?: Tánger en 1943, La Habana 1953; el hundimiento del sueño del Protectorado español en Marruecos y los movimientos prevolucionarios en Cuba. Son sociedades en ebullición. ¿Es un terreno propicio para el espía?

En sociedades endebles, el gran riesgo para el espía es que su trabajo sea desmentido o desautorizado por sus gobiernos, y eso es muy frecuente. La vida del espía es pura zozobra personalLa gran zozobra sobre el peligro de sus informadores. Todos los agentes tienen sus informadores y no siempre los comparten. En el caso de Stanley (el espía de “Donde los hombres llevaban sombrero”) hay un gran miedo sobre la veracidad de las fuentes.

El triunfo moral del secreto

¿Les influye lo que ocurre en la sociedad donde trabajan, espían?

Lo que ocurra determina el trabajo de los agentes. Les he preguntado si comparten su vida con alguien, esposas, maridos, padres… Y todos me han dicho que no. Todos los espías viven con una apariencia formal, bajo una cobertura. Conocí a uno que tenía una tienda de lámparas. Sea cual sea el tipo de sociedad donde vivan, el espía no puede compartir nada con nadie. Ese es uno de los poquísimos ejes de la seguridad de un agente de inteligencia, porque ya sabemos que la vida personal es impredecible y quien hoy te ama mañana puede ser tu peor enemigo.

Hay un punto de secreto, de soledad obligada. Pero pese a ese sentimiento de soledad absoluta, saberse dueños de un secreto que solo ellos conocen, lo viven con cierta satisfacción. Es una especie de triunfo moral sobre el resto. El triunfo moral del espía es poseer un secreto que nunca se comparte. Saber, y más en esta sociedad de redes sociales, que ese secreto no se ha roto en 30 o 40 años.

Hay un cierto orgullo en los agentes profesionales, porque no están en este oficio por dinero, sino porque creen en determinados ideales. Esa idea de creer en unos ideales a mi me llena de interés.

En “Donde los hombres llevaban sombrero” ha dado vida de nuevo a los tres protagonistas de su anterior novela “La ciudad de la mentira”, pero no son la primera y segunda parte de una misma historia, aunque ls personajes coincidan.

Entre una y otra han pasado diez años y, también para mi, eso es mucho tiempo. No dejamos de ser quienes somos, pero podemos cambiar muchísimo.

Reinventarse

Uno de los personajes principales, el ex sacerdote, parece el espejo del autor en muchos aspectos y en una y otra novela es el protagonista masculino de una compleja historia de amor, que nació en Tánger y revolucionó su vida.

En Martín, el ex-cura, hay un número importante de trozos de mi mismo. También en los demás. Martín tiene la obligación de reinventarse constantemente, que es lo que me ha ocurrido a mí en cierta forma, y en esa reinvención entra la definición del personaje, obligado a ser diferente sin dejar de ser la misma persona.

¿La vida del espía ha cambiado mucho en Cuba?

Estuve en La Habana hace unos meses y las cosas no han cambiado demasiado. La necesidad de los servicios de inteligencia de conocer lo que ocurre al otro lado de la ventana, sigue siendo la misma que en 1953. Han cambiado los métodos, los instrumentos, pero sigue siendo esencial el trabajo humano, el que recibe la información. Su experiencia y habilidades le tienen que conducir a desechar el 99 por ciento de la información por contaminada o inútil, y aprovechar el único hilo del que tirar para valorar la información. El factor humano es el gran valor de este negocio.

La sombra de Galíndez

 “Y aparece Galíndez”, me dijo con una sonrisa irónica, tal vez cómplice, tal vez indicativa de que la presencia del conocido espía vasco en la novela de Iñaki Martínez fuese algo más que una casualidad, tal vez un trozo más de si mismo pegado al cuerpo de otro personaje. También Galíndez (nacionalista vasco nacido en Madrid y asesinado en 1956) recorrió medio mundo como hombre de confianza del lehendakari José Antonio Aguirre y cualificado informador de los servicios secretos norteamericanos.

¿Su recorrido geográfico y profesional coincide con el de Galíndez por los avatares literarios y nada más?

Galíndez tiene el gran mérito de no aceptar el chantaje de Rafael Leónidas Trujillo, el dictador de la República Dominicana. Trujillo quiso comprarle el libro de 700 folios escrito por un Galíndez en el que denunciaba sus manejos y asesinatos. Pero el espía, escaso de recursos, se negó a ponerle precio. Galíndez fue muy coherente, creía en los valores del capitalismo que Estados Unidos representaba entonces y era de los convencidos del PNV de que la alianza con esos valores occidentales iban a ser beneficiosas para la causa vasca.

El principal acierto de los jóvenes de Euskadiko Ezkerra fue cruzar el umbral de la violencia

Coherencia debajo del sombrero. ¿También la tuvieron los fundadores de Euskadiko Ezkerra que llegaban desde AI y, antes, de ETA-pm?

No, no llevábamos sombrero. Los jóvenes de Euskadiko Ezkerra cometimos un gran número de errores y algún acierto también. El principal acierto fue cruzar el umbral de la violencia y reconocer que no se podía vivir de ese modo. Pero es cierto, si quieres ser coherente siempre te dejarás muchos pelos en la gatera y los que impulsamos EE nos dejamos muchas cosas por el camino. 

La historia de los “euskadikos” hizo que me olvidase de preguntarle cual era su nombre secreto. El próximo día que nos veamos.