Cabaret Voltaire reedita la autobiografía de Felicidad Blanc, viuda de Leopoldo Panero, que tras la fustrante experiencia vivida en el rodaje de El desencanto, decidió resarcirse a través de la narración de su vida que acaba siendo, además, el relato de la caída o la decadencia de una clase social.
En 1976, el director Jaime Chávarri dirigió el documental El desencanto, una de las mejores películas del cine español de la década y ya un auténtico clásico de nuestro cine que no solo no ha perdido con el paso del tiempo sino que se revaloriza como una intensa experiencia cinematográfica. A partir del recuerdo del día de la muerte del poeta Leopoldo Panero (1909-1962), Chávarri reunía catorce años después a su viuda, Felicidad Blanc (1913-1990), y a sus tres hijos: Juan Luis Panero (1942-2013), Leopoldo María Panero (1948-2014) y José Moisés (Michi) Panero (1951-2014) con la excusa de rememorar aquel día; sin embargo, lo que surgía de sus conversaciones ere el recuento de una vida familiar convulsa que, bajo su historia, acababa desplegándose una mirada hacia una época y un tiempo. Con momentos de enorme dureza, los hijos y su madre no dudaban en lanzarse reproches, en mostrar sus diferencias y su distancia. Pero también aquello que les unía.
Pero si alguien salía malparado, casi demonizado, en El desencanto, esa fue Felicidad Blanc, porque aunque era la única que preparaba sus intervenciones, se veía desbordada por la elocuencia de sus hijos, principalmente por Leopoldo María. No satisfecha del resultado del documental, y sobre todo de la imagen que de ella se desprendía, Blanc trabajó con Natividad Massanés durante largas jornadas. El resultado fue Espejo de sombras, su autobiografía, publicada en 1977, y que ahora recupera la editorial Cabaret Voltaire.
Aunque autobiografía, Espejo de sombras puede (casi) leerse como una ficción, como una novela gracias a la dinámica narrativa que Blanc imprime a sus recuerdos (entendemos que Massanés tuvo mucho que ver en ello) mediante un relato medido, atenta a los detalles pero sin ornamentar el texto en exceso, creando descripciones, tanto físicas como internas (estados de ánimo, pensamientos), precisas y directas. De principio a fin, Blanc nos introduce en su vida desde su niñez hasta poco después del rodaje de El desencanto para, ante todo, explicarse, para verse desde la distancia y desde la cercanía. Y, alrededor de su historia, presenciamos la historia de España desde comienzos del siglo XX hasta los años setenta.
Blanc imprime un tono al texto entre melancólico y sombrío, con ciertos momentos de luminosidad (principalmente en su recuerdo de su estancia en Londres y su relación con Luis Cernuda). Un tono que acompaña a un relato sobre una mujer que primero se recuerda como “hija de”, luego como “esposa de”, para, después, ser a su vez “madre de”. Y entre tanto, retazos en los que busca su lugar en el mundo, resignándose y claudicando (como en su carrera como escritora, incipiente pero nunca desarrollada al completo). Es, por supuesto, una mirada sesgada, dado que es Blanc quien recuerda, de ahí que expertos en los Panero durante años hayan señalado, al parecer, que en el libro hay inexactitudes. También es verdad que todo el texto está recorrido por una cierta necesidad de justificación por parte de Blanc, posiblemente derivada de esa imagen que ella pensó que transmitía en El desencanto.
Pero Espejo de sombras, tenga o no inexactitudes, sea o no una búsqueda de justificación personal, es una autobiografía fascinante de una mujer que, al recordar y verse en el pasado, se ve como una luchadora constante, también como una persona frustrada. Y que sin embargo, y a pesar de todo, quiso a todos aquellos quienes la rodearon durante todos esos años y, al final, apenas parece arrepentirse de algo. Un libro que varía en su tono, que evidencia a través de él cuáles fueron sus peores y mejores épocas, creando un estupendo ritmo narrativo. Su estupenda estructuración y orden del material, su juego con las elipsis, evidencia un trabajo de escritura muy elaborado y meditado, atendiendo a los acontecimientos más relevantes pero también a los momentos más íntimos, a los detalles más aparentemente livianos.
Y queda, además, como en El desencanto, el relato de una caída, de una decadencia. Y es que Blanc, hija de la burguesía, a la par que relata su vida nos habla de una clase social que de construcción decimonónica, poco a poco fue cayendo durante el XX, abrazando la superficialidad de los modos externos a pesar de sus problemas económicos, por ejemplo, pero manteniendo un cierto orgullo de clase que, en determinados momentos, era francamente ridículo. Y Blanc, como la última, posiblemente, representante en su familia, se erige como testigo privilegiado de esa caída. Aunque para ello tenga que sufrirla.