Lo tenía difícil Andrés Lima para superarse a sí mismo tras su último éxito, Medea, una pieza de la que el teatro español hablará durante años y que no ha salido tan bien parada en la edición más reciente de los Max como se esperaba. Pero lo ha conseguido, con un nuevo trabajo inteligente y de compleja estructura. Tras aquella experiencia enmarcada en el Teatro de la Ciudad, iniciativa que impulsó para revisitar los textos clásicos junto con Alfredo Sanzol y Miguel del Arco, y que tenía un tono más épico que esta nueva, nos ofrece ahora un texto contemporáneo, que resulta ser extraordinario, El jurado, del menos conocido dramaturgo español Luis Felipe Blasco Vilches, e interpretado por la compañía cordobesa Avanti Teatro.

Así vuelve Andrés Lima, quien fue durante mucho tiempo la materia gris de Animalario, a la que ha sido una de sus temáticas más recurrentes, la política. Y en esta ocasión, conecta este poder del Estado con otro, el judicial, y en concreto, con la figura del jurado popular. Una institución cuya existencia prevé nuestra Constitución, aunque no fue hasta la década de los 90 cuando se reguló legalmente y comenzó a intervenir en juicios, pero que desde siempre ha levantado polvareda. Sí, el jurado sirve para dar la palabra a los ciudadanos en la justicia, para reforzar la democracia, eso que ahora tanto se predica. Pero continuamente se pone en cuestión que sus miembros sean los más indicados para juzgar casos como los casos de Mikel Otegui, Dolores Vázquez, el caso del yerno de los joyero Tours o, más recientemente, el caso Camps, por citar solo alguno de los que se han visto con más recelo.

Juzgar o prejuzgar

Es un caso de corrupción política al que ha de enfrentarse el jurado en la ficción que nos ocupa. Blasco Vilches nos plantea, como en su día hizo Doce hombres sin piedad, el propio proceso de debate y decisión por el que los miembros han de pronunciarse sobre el acusado. Por el que han de asumir la pesada carga moral de condenarlo o absolverlo. Y en concreto nos plantea, por un lado, respecto a sus intenciones, si de verdad están dispuestos a juzgar o solo a prejuzgar, y por otro, de manera extrínseca a ellos, hasta qué punto puede manipularlos la retórica política. Dos yugos difusos, a veces imperceptibles, que, lejos de las instancias judiciales, nos someten a diario, en los juicios y prejuicios que emitimos sin parar y por todas partes, y no siempre con tanta información, libertad y entendimiento como presumimos.

Por el camino, El jurado plantea también cuestiones esenciales en la democracia, de esas sobre las que los académicos se preguntan sin saber del todo qué responderse, sobre las que tan bien nos viene reflexionar en estos tiempos electorales tan dilatados que vive nuestro país, en los que la política despliega todas su verborrea y sus trampantojos. ¿De verdad somos moralmente mejores que nuestros políticos? ¿De verdad nos tomamos en serio nuestros procesos democráticos, somos conscientes de lo que nos jugamos en ellos? ¿Actuamos con responsabilidad? ¿Estamos convenientemente formados e informados en el funcionamiento de la política y la administración?  ¿Estamos dispuestos a acabar con los clichés? ¿En serio todos los votos han de valer lo mismo? ¿Cómo puede importarnos más la Selección Española de Fútbol que nuestro propio concepto de democracia?

Inteligente escenografía

El texto es absorbente y tiene ritmo a pesar de la densidad del tema planteado y la cantidad de aristas que lo componen. Es una maquinaria de relojería perfecta. Le saca el lado bueno al concepto de cliché, reuniendo en el jurado a distintos perfiles sociales de nuestro entorno –el pijo, el hombre a punto de desahuciar, el ama de casa mayor de formación escasa, el choni, la inmigrante, la solidaria, la víctima del Sistema Sanitario…- . Tampoco preocupa la previsibilidad en la trama. La intención es analítica, reside en la profundidad de la temática, y se logra sin caer en demagogias o frases panfletarias, un mal del que adolece gran parte del teatro político español –que actualmente lo hay, y mucho, y también con grandes exponentes como el Teatro del Barrio- .

Diálogos frescos, naturales, rápidos, y una solución escénica inteligente, basada en la desnudez de un escenario frío que realza la fuerza de la palabra, fundamental en un proceso judicial, y en una peana giratoria que dinamiza la obra –vivan las soluciones escénicas imaginativas que ya reclamaban Antonine Artaud y Zola, y en las que Andrés Lima siempre demuestra talento-, redondean la pieza y ayudan a aligerar una temática que, a priori –estén tranquilos-, podría resultar densa. Así como un elenco de rostros conocidos, más en la pequeña pantalla que en el teatro, como Pepón Nieto, Víctor Clavijo, Canco Rodríguez, Isabel Ordaz o la mismísima Usun Yoon, todos ellos haciendo un gran papel en su trabajo coral, especialmente en los curiosos momentos en que éste es mímico y gestual, técnicas de las que Lima se sirve para poder plantear varias escenas simultáneamente.

El jurado Matadero Madrid. http://teatroespanol.es/