Ado (Adolfo) Arrietta llevaba casi cuarenta años sin rodar un largometraje hasta la Bella durmiente, y aunque eso no quiere decir que haya estado inactivo, que se estrene su nueva película, resulta aplaudible. Porque el que fuese uno de los pioneros del cine underground –por llamarlo de un modo reconocible- español y europeo –ha vivido entre Madrid y París desde hace tiempo-, en realidad, es un nombre apenas conocido para el público general y, entendemos, para gran parte incluso de la cinefilia. Su obra, accesible en gran parte gracias a una reciente edición en formato doméstico, ayudó a recuperarla aunque no sabemos hasta qué punto logró sacar a Arrietta de unos márgenes en los que, por otro lado, se ha movido siempre de forma libre y voluntaria.

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En Bella durmiente adapta el famoso cuento de los hermanos Grimm de manera totalmente libre ubicando la historia en el año 2000 en un reino centroeuropeo, Letonia, en el cual, a su vez, se encuentra otro reino, el de Kentz, misterioso y legendario. Alejado y protegido por una jungla que ha crecido a su alrededor, este reino alberga a la princesa Rosemunde, quien lleva, como todos en el reino, casi cien años durmiendo a la espera del beso que la despierte y reinstaure la vida en el reino tras el hechizo de una de las hadas del reino. En términos generales, la película apenas parece contar algo, las cosas como son, más atento a cada momento, a su expresividad visual, que a la creación de un correlato bien ensamblado. En ocasiones se tiene la impresión de que Arrietta está más interesado en la construcción de la imagen y en su aspecto que en su significado y hondura. Imágenes que presentan extrañeza y un deliberado anacronismo que conduce a la película a moverse entre un presente irreal y un pasado legendario, fabulador. A pesar de la narración lineal de Bella durmiente, la película posee algo extraño y caótico en la consecución de los hechos, pasando de unos a otros con rapidez, de manera abrupta. La evidente falta de medios –algo que recorre la obra de Arrietta de principio a fin- puede ser vista de manera condescendiente en tanto a que el director consigue sacar hacia delante la película sostenida por unos mínimos elementos que exprime, en algunos casos con imaginación e inventiva, y que evidencia ese aspecto como parte de la esencia y de la personalidad de la película.

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Asumiendo unas formas anacrónicas en su puesta en escena, Bella durmiente nos introduce en un cine, o en una manera de hacer cine, que parece surgir de un pasado que quedó varado, en caso de haber tenido vida plena en algún momento. Un cine independiente o underground, o como quiera encasillarse, de apenas repercusión más allá de los circuitos más reducidos y que, actualmente, por fortuna, se puede recuperar, aunque a modo de piezas arqueológicas que ponen de relieve una creación, verdaderamente, en los márgenes. Frente a ellas, Bella durmiente se asoma como su pervivencia en el presente casi contra natura, fuera de época, ajena a su presente. O casi, porque su lectura del cuento proyecta una cierta mirada a una realidad dormida. ¿La europea? ¿La del cine? ¿La de los ciudadanos? ¿La de los espectadores? La de todo y la de todos, en realidad. Pero Arrietta, con sorna e ironía a lo largo de toda la película, pero sobre todo en su último tercio, muestra esa condición adormecida con una clara apuesta por la risa en torno al sinsentido en el que las vidas, nuestras vidas, se encuentran instauradas.

Bella durmiente es un experimento formal o, mejor dicho, un divertimento cinematográfico de un director en plena libertad creativa, ajeno en gran medida a su presente y deudor de un pasado en el que, como Rosemunde, habita Arrietta, despierto pero a su vez dormido, superviviente de un algo que nunca llegó a tener una forma definida, como su película, que avanza a retazos, resistiéndose a desaparecer, como si sus imágenes fuesen conscientes de su irrealidad y de su existencia imposible (o casi) en el presente. Porque Bella durmiente es una película que trascenderá poco, pero su presencia en nuestros cines resulta tan sumamente irreal, fantasmagórica y fantástica como ese reino de Kentz que persiste en el corazón geográfico de Europa con todo su peso legendario y fabulador. Dormitando y esperando a despertar.

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