El Teatro Lara de Madrid recupera la hilarante obra El gran atasco de los hermanos Sánchez - Cabezudo, que están detrás de series como Crematorio o El Ministerio del Tiempo.


Jorge Sánchez-Cabezudo es el director de una de las mejores películas –y una de las más inquietantes y sociales- que se han hecho en España en los últimos años, La noche de los girasoles. Además, junto con su hermano Alberto, está detrás de algunas de las series más aclamadas de nuestra televisión reciente, como Crematorio, basada en la extraordinaria novela homónima de Rafael Chirbes, Gran Hotel o El Ministerio del Tiempo. Y en 2004, ambos se unieron a un tercer hermano, Fernando, para poner en marcha, esta vez en el terreno del Teatro, la productora Mr. Kubik. Uno de sus montajes, Metro Cúbico, fue premiado en Broadway en 2010. Ahora, el Teatro Lara de Madrid recupera su hilarante obra El gran atasco, que evoca aquella cinta italiana homónima que en los años 70 protagonizaron Fernando Rey y Marcello Mastroianni, y a su vez se basaba en La autopista del Sur, de Cortázar.


Lo que comienza siendo una pieza que llama la atención por su dramaturgia y escenografía, ya que en sus primeros minutos se desarrolla dentro de un coche de los años sesenta, y por su divertida estética, termina destacando por ser una estupenda heredera de la comedia del disparate española, que cultivaron, a principios del siglo XX, Miguel Mihura (con Tres sombreros de copa, por ejemplo) o Tono (Ni pobre ni rico sino todo lo contrario). Una comedia, aquella, que convivió con el humor de La Codorniz, y emparentaba con el Teatro del Absurdo de Ionesco, sin alcanzar su extremismo.


El humor de la comedia del disparate, y el de El gran atasco, se une a lo trágico en su trama. Fernando Sánchez – Cabezudo dirige este montaje y lo protagoniza, interpretando a un personaje que caricaturiza al hombre de oficina clásico de los años 60, ingenuo y pícaro, cubierto de una gabardina, un sombrero y una torpeza muy a lo Jacques Tati. El actor hace gala de una vis cómica y una expresividad corporal deliciosas, que ya había demostrado hace años en su papel en Ubú Rey, la obra que se considera, por consenso, la precursora del Teatro del Absurdo. Como copilota en escena, Ana Cerdeiriña, dando vida a otra caricatura, la de una seudo femme fatale de lo más española, pero con toques de aquel Asesino sin gajes de Ionesco.


Sánchez Cabezudo domina los resortes del humor del disparate no solo con estos dos irónicos personajes que se encuentran por casualidad y transitan a la intimidad (aunque ella a él lo llame siempre por su apellido) por un camino imposible. También se sirve de una trama que se vuelve más y más irracional por momentos, y que, paradójicamente, revela el absurdo de nuestra realidad. O con juegos de palabras, razonamientos fútiles, tópicos y convenciones que se subvierten a base de ridiculizarlos, objetos que aparecen y desaparecen como en cajas de sorpresas, y se acumulan sin sentido y sin uso, como en el circo...


Mihura escribió Tres sombreros de copa en 1932, y la comedia del disparate se siguió trabajando en los años posteriores, los peores del siglo XX para nuestro país. Sánchez-Cabezudo levantó este montaje en 2010, en un momento social que, salvando las distancias, tampoco nos era (y sigue sin serlo) demasiado propicio. En el atasco de la escena, que aparentemente es el de una autovía, se refleja también una sociedad atascada metafóricamente, y así se habla de privatizaciones, ministros de cuya incompetencia se hace gala en la radio (a cuyo locutor le presta su voz el dramaturgo Alfredo Sanzol, también productor de la obra), de profesiones insólitas o de gestiones de crisis desesperantes.


Una obra desternillante, otra constatación del talento de los Sánchez-Cabezudo.


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