Durante el siglo XV el litoral de las islas Canarias era territorio de piratas por lo que los primeros pobladores europeos se asentaron en el interior. En 1405 el conquistador normando Jean de Bethencourt fundó Betancuria, en el centro occidental de Fuerteventura, el lugar donde empezó la conquista de todo el archipiélago. Fue la capital histórica hasta que en 1984 se trasladó a La Oliva y, posteriormente, a Puerto del Rosario.
Con apenas 812 habitantes (INE 1924), es el municipio menos poblado de Canarias, pero es la guardián de siglos de historia y tradición. Esta villa de calles empedrados y casas encaladas forma parte del listado de los pueblos más bonitos de España, un galardón que otorga la asociación del mismo nombre. El municipio está dentro del parque rural de Betancuria, un espacio natural protegido de enorme valor geomorfológico y etnográfico.
Un entorno natural que atestigua el origen volcánico de Canarias
Con 16.000 hectáreas es uno de los enclaves más extensos y significativos de Fuerteventura. A diferencia de otras zonas naturales de Canarias cubiertas por laurisilva o pinar, aquí domina un paisaje árido y montañoso, profundamente erosionado, que guarda en sus formas el origen volcánico de la isla. Es una especie de libro geológico abierto, donde pueden observarse antiguos basaltos, lavas almohadilladas y sedimentos que datan de hace millones de años. De hecho, el parque contiene algunas de las rocas más antiguas de Canarias, vestigios del periodo en que emergió Fuerteventura del fondo del océano.
La vegetación es escasa y destacan especies adaptadas a sobrevivir con apenas unos milímetros de lluvia al año como el jable de risco, el espino, el cardón o la tabaiba. También es un refugio para aves protegidas, como el guirre, una subespecie endémica del alimoche que encuentra en estas montañas uno de sus últimos hábitats viables.
El parque es ideal para los amantes del senderismo, ya que cuenta con numerosos caminos rurales y antiguos senderos que atraviesan valles, lomos y vegas. Algunos conectan Betancuria con pequeñas localidades del entorno, como Vega de Río Palmas, Ajuy o Valle de Santa Inés, probablemente el segundo asentamiento de Fuerteventura, tras la fundación de Betancuria.
La ruta del barranco de las Peñitas, por ejemplo, es una de las más populares por su belleza y su interés geológico, y permite llegar hasta la ermita de la Virgen de la Peña, monumento declarado Bien de Interés Cultural en 1985. Desde lo alto de la degollada de los Granadillos o el mirador de Morro Velosa, el visitante puede comprender cómo la isla ha sido esculpida por el tiempo, el viento y el agua.
Una arquitectura que guarda la esencia de los primeros colonos
Con más de 600 años de antigüedad, el casco histórico de Betancuria mantiene la esencia de los primeros tiempos coloniales, con un trazado de callejuelas de piedra en las que no hay construcciones modernas, sólo casas encaladas típicas de la arquitectura tradicional majorera, adornadas con sillares de piedra volcánica. Muchas edificaciones conservan balcones de madera pintados en tonos verdes o marrones.
En el centro del pueblo se alza la iglesia de Santa María, levantada en 1410 y reconstruida después de sufrir un ataque de corsarios berberiscos en 1593. Su interior, de gran valor artístico, reúne elementos góticos, mudéjares y barrocos. Entre ellos destaca el retablo mayor, realizado en el siglo XVIII por el maestro Francisco Hernández.
A pocos pasos, las ruinas del convento de San Buenaventura recuerdan el impulso evangelizador que siguió a la conquista. Fundado por franciscanos en el siglo XV, fue uno de los primeros centros religiosos de Canarias. También destaca la ermita de San Diego, erigida sobre la cueva en la que se dice que oraba el fraile Diego de Alcalá, canonizado en el siglo XVI.
Museo arqueológico
El carácter insular, la lucha por el agua y la vida autosuficiente de generaciones enteras se entienden mejor al visitar el Museo Arqueológico de Betancuria, donde se exponen restos de los antiguos habitantes prehispánicos de Fuerteventura, llamados majoreros, en referencia al calzado que llevaban hechos con cuero procedentes de las cabras y que llamaban mahos o majos. El museo permite comprender cómo era la vida de los aborígenes canarios, antes de la llegada de los conquistadores: su cultura, su forma de vida, sus creencias mágico-religiosas y cómo lograron sobrevivir durante más de 2.000 años en una tierra árida y difícil.
Gastronomía majorera
No puedes dejar de probar el queso majorero si visitas esta zona, elaborado con leche de cabra. Tiene denominación de origen y algunas granjas permiten al visitante ver la elaboración de este delicioso manjar.
La gastronomía majorera es sencilla, elaborada con productos de la tierra, pescados y aliños como el mojo. Destaca por su antiguedad el llamado gofio amasado. Este plato se elabora con una mezcla de harina de grano (gofio) al cual se le puede añadir caldo, leche, agua, vino y miel. Se sirve en un zurrón o en una bolsa de tela.