El paso del tiempo es, quizás, el mejor tamiz para relativizar la vida y los viajes. Tan inevitable como respirar y tan necesario como alimentarse. Pero cuando, a pesar del minutero, todo el mundo recuerda lo mismo de un lugar, es que no hay más, es que has dado con su esencia. Música, ron y habanos es Cuba en la memoria de quien ha pisado La Habana alguna vez; y Cuba es todo eso, por supuesto, más su gente.

Desde que volví de esta isla hace ya casi dos meses, he compartido mi experiencia con otros viajeros que la han conocido en otras épocas (con y sin Fidel) y, entre otras lecturas y documentales, me he bebido un diario de viaje que escribió mi padre hace nada más y nada menos que 22 años cuando visitó, justamente, la zona oriental de la isla que yo no he pisado. Ha sido en vano, no he encontrado otro recuerdo mayoritario. Cuba siempre permanecerá en nuestras retinas diluida en un Havana Club, con olor a tabaco del bueno y al compás de una pegadiza música que, provenga de un grupo en directo o salga del altavoz de un coche a modo de reguetón, te invita como ninguna otra a dejarte llevar.

Asumida esta esencia fuera de tópicos y dejando a un lado el análisis político (que daría para tratados), aquí 15 sugerencias y recomendaciones para quienes viajen durante 9 o 10 días por la parte noroeste de la isla y quieran sumergirse en una experiencia inigualable.

1. Alucinar con todos los usos que tiene un preservativo

Mi primera sorpresa recién llegada a la Habana fue con los condones. Era de noche y a lo largo del Malecón había decenas de pescadores con sus cañas tiradas al mar y rodeadas de unos extraños globos alargados y blanquecinos. El ingenio y la escasez económica (los preservativos son muy baratos allí) han hecho de los profilácticos los mejores cebos y boyas, aunque también se le dan otros muchos usos. Al principio, no das crédito; al tercer día, ni te inmutas cuando ves a un niño jugar con uno de ellos.

2. Descubrir los orígenes afro-cubanos en el Callejón de Hamel

Podrá parecerte un lugar muy turístico (y lo es) con los artistas pasando el sombrero habitualmente y un constante sonido de flashes a tu alrededor. Pero si logras evadirte de ello y centrarte en el espectáculo de música y baile que tendrás frente a tus ojos, merecerá la pena. En este callejón de apenas 200 metros repleto de murales e instalaciones contemporáneas, son las mujeres las que marcan el ritmo. Su frenética percusión hace sudar a los bailarines que, ataviados con coloridos trajes que representan a distintos dioses y orishas cubanos, son la muestra viva del particular sincretismo religioso y cultural de la isla.

3. Aprender de propaganda política

Aunque te interese poco el comunismo y disientas de sus postulados, hay una cosa que no se le puede negar a Fidel Castro y es que comprendió, como pocos, el poder de la imagen y su valor para transmitir al pueblo mensajes propagandísticos. Allá por donde pises encontrarás un cartel, una valla, una bandera o una reproducción de Fidel con su correspondiente texto ensalzando la Revolución. Verás a Fidel de joven, de viejo, vestido de revolucionario o con el chándal típico de sus últimos años para ensalzarlo como el “atleta mayor” de Cuba. Igual con la archiconocida estampa de Ernesto Ché Guevara, cuyo rostro preside, además de cualquier tipo de souvenir, la Plaza de la Revolución junto con el de Camilo Cienfuegos. “Hasta la victoria siempre”, reza la leyenda de este famoso relieve escultórico que, de noche, iluminado, adquiere un aire fantasmagórico que no es de extrañar que resulte efectivo para recordar quiénes son los padres de la patria. El Museo de la Revolución, el Capitolio y el Museo Nacional también son visitas obligadas para comprender lo magnánimo de estas figuras y su peculiar interpretación de la historia.

4. Poner fin al atardecer con un buen cañonazo

Reconozco que me chifla ver caer el sol sea donde sea, pero hacerlo desde el Castillo del Morro con una botellita de ron y la compañía adecuada, es un plus difícil de superar. La fortaleza, herencia del periodo imperial español, está situada en una cima a la entrada de la bahía de La Habana y desde ella se contempla todo el Malecón, así como un cielo infinito que pondrá punto y final al día pero que será el anuncio de la tradicional ceremonia conocida como ‘El Cañonazo’. Cada día, a las 21.00 horas, tiene lugar en la fortaleza contigua de San Carlos de la Cabaña (se puede llegar dando un paseo de una a otra) el disparo de un cañón que rememora cómo en la época colonial se cerraban los portones de la muralla que protegían a la ciudad de ataques de piratas o enemigos. Los chicos que la representan van vestidos de época, con pelucas rubias y corsarios blancos y, a juzgar por sus caras, se toman muy en serio este ritual que dura casi media hora y se produce en medio de un silencio nada habitual en la isla.

5. Tomar y tomar

No te mimetizarás con el ambiente hasta que no cumplas con el dicho de “allá donde fueres, haz lo que vieres”. Si lo cubanos toman cerveza Cristal o Bucanero desde bien temprano, tú lo mismo. Si beben chupitos de ron, con o sin hielo, a cualquier hora del día, prepara tu estómago y tu cuerpo para aguantar el ritmo y levantarte dignamente al día siguiente. La mayor parte de lo que tomes, lo sudarás sobre la marcha, así que tampoco te preocupes en demasía. Moderación, eso sí, como con la comida, aunque es difícil resistirse a unos buenos frijoles con arroz y pollo, a la tradicional ropa vieja o a un heladito de Coppelia. Eso sí, no te recomiendo ni tomarte un daikiri en el Floridita ni pararte más allá de un trago rápido en La Bodeguita del Medio, ya que se han convertido en sitios caza-turistas. Entra, haz la foto y busca otro lugar más auténtico.

6. Quedarte con las ganas de adoptar una mascota

Sí, has leído bien, pasear por el centro de La Habana puede ser sinónimo de encariñarte con un perrito y querer llevártelo en la maleta. Y es que hay decenas de chuchos adorables custodiando algunos de los edificios más visitados de la ciudad y hay que ser muy insensible para no caer rendido a sus miradas. Sobre todo, cuando en la identificación que el Gobierno les ha colgado en el collar puedes leer su nombre y el museo u organismo público en el que vive, además de su acreditación de estar esterilizado.

7. Creerte un personaje de Grease en el lugar equivocado

Uno de los atractivos más pintorescos de La Habana es su amplia flota de Crevrolet descapotables de los años 50 que, sin duda, te transportarán a una película de esas en las que la gomina y las chupas de cuero lo inundan todo, sólo que con más calor. No es nada barato montarte en uno de ellos y un paseo de una hora puede costarte lo mismo que tener un taxista común a tu disposición todo el día, así que piénsatelo dos veces antes de sucumbir a sus encantos. La foto, que es lo que importa a muchos, te la puedes hacer en cualquiera de los aparcamientos que existen por la ciudad (en el Parque Central y a la entrada de la Habana Vieja, por ejemplo). ¡Ah! Y si puedes resistirte a no tener wifi durante unos días, lo mejor es que sigas imaginando que vives en otra década y te olvides de redes sociales y hasta del reloj.

8. Ver La Habana a vista de pájaro

Para situarte en la ciudad, una de las mejores cosas que puedes hacer es subir a la cámara oscura que la Diputación de Cádiz regaló a esta ciudad en 2001 y que está en la torre del edificio Gómez Vila de la Plaza Vieja. Gracias a su juego de espejos, al efecto de la luz y al periscopio ubicado en la torre y a más de 35 metros de altura, puedes observar la vida de La Habana en directo en un paneo de 360º y ubicando los edificios más importantes de la ciudad. Puestos a descubrir legados andaluces en La Habana, tampoco puedes olvidar visitar el Centro Andaluz de La Habana, con una maravillosa terraza hacia el Paseo del Prado.

9. Gozar con música en directo

Si te gusta la buena música, sería imperdonable que te fueras de La Habana sin escuchar a un grupo cubano en una de las dos Casas de la Música; o sin ensimismarte durante un concierto de jazz en ‘La Zorra y el Cuervo’ o ‘El Gato Tuerto’. En comparación con otros lugares, la entrada te puede parecer un poco cara (entre 10-20 CUC), pero merece mucho la pena sentir (y bailar) estos ritmos en vena. De todos modos, podrás escuchar a bandas y músicos callejeros en cualquier rincón de la ciudad, así que no te podrás escapar.

10. Sentirte un romántico

Y no hablamos de amor ni de toda la cultura del piropo que tan ampliamente desarrollada tienen los cubanos. Nos referimos al síndrome del viajero romántico, ese que te hace ver belleza hasta en lo más ruinoso y destartalado del paisaje. Los edificios apuntalados y desconchados, las calles llenas de baches y agujeros y las tuberías rotas se convierten, ante los ojos del que mira, en cuadros impresionistas llenos de sentimentalismo y estética. La luz y el ambiente hacen el resto.

11.  Aprender a liar un puro y probar la Guayabita del Pinar

Estando en el valle de Viñales, cuna del tabaco y el café, es obligatorio visitar una plantación y probar las maravillas que la madre tierra nos ofrece. Lo habitual es hacer esta excursión a caballo, lo que posibilita una mayor conexión con la naturaleza y adentrarte por senderos impracticables para otro tipo de transporte. Caerás rendido ante el contraste de la tierra rojiza y el verdor de los mogotes y, como premio final, aprenderás a liar y fumar un auténtico habano artesanal. Junto con la degustación de la Guayabita del Pinar, un licor típico de la zona, conforma un ritual guajiro perfecto para empezar la ruta por la provincia de Pinar del Río.

12. Bailar como si no hubiera un mañana

Tal cual. Aunque no sepas mover un pie detrás de otro, y sobre todo si eres chica, tendrás a decenas de “profesores” de salsa cubana dispuestos a enseñarte a mover el esqueleto cual si fuera tu último día en este mundo. Déjate llevar, no te preocupes por sudar (está todo el mundo igual de empapado que tú) y libera tu cuerpo. Hay pocas cosas más desestresantes y cansadas, peor de eso no te darás cuenta hasta la mañana siguiente.

13. Trasladarte al Jurásico

El mural de la Prehistoria de Viñales es otro punto de referencia en este valle y, aunque sea de lejos, bien vale acercarse. Se trata de uno de los mayores frescos a cielo abierto del planeta y su estado de conservación, pese a ello, es admirable. Esta obra, de 120 metros de altura y dibujada sobre rocas del período jurásico, ha sido declarada Paisaje Cultural de la Humanidad y fue creada a finales de los años 50 por Leovigildo González, discípulo de Diego Rivera, del que se percibe el gusto por el colorido.

14. Pelearte con mosquitos (y moscones)

Si llegados a este remoto y casi desierto punto de la isla aún no te ha picado ningún mosquito, considérate una persona muy pero que muy afortunada. Pero debes de saber que, justo a la caída del sol, lo mejor es que te embadurnes bien de repelente y te resguardes porque sufrirás el mayor ataque que hayas visto nunca de insectos voladores. Meterse en las cristalinas y cálidas aguas de la playa de este cayo y seguir disfrutando del atardecer es otra opción; lo único es que puede que haya ciertos “moscones” que no se vayan ni con agua. Es lo que tienen las playas paradisíacas, que invitan al romanticismo.

15. Sumergirte en un acuario natural

Aparte de descansar, comer y dormir hay poco más que hacer en Cayo Jutías, así que aprovecha este trocito de Caribe para bucear o hacer snorkel. La vida marina es alucinante, con preciosas estrellas de mar de tonos rojizos intensos, langostas del tamaño de un brazo que después te dará pena ver a la brasa y grandes corales repletos de coloridos peces tropicales.

Después de hacer todo esto, y seguramente alguna cosa más, llegará el peor momento del viaje: volver. Aunque con esfuerzo, es algo que se supera. Lo bueno de ir a Cuba es que siempre te quedarán ganas de volver. Y eso es algo de lo que no pueden presumir todos los destinos

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