Pedro Sánchez no tiene límites ideológicos ni precauciones institucionales. Su Gobierno, sustentado por el nacionalismo catalán, ha llevado una modificación del Código Penal irresponsable, caprichosa y con consecuencias futuras para la estabilidad de España. Pensar esto, por cierto, nos convierte en fachas, porque, al no tener forma honrada de defender su reforma, se limita a acusar a los demás con palabras gruesas y conceptos obtusos.

Es un viernes negro para España. Pedro Sánchez, tras varios intentos, sale a la pista sin red. Dos reformas legales dudosas, injustificadas y llenas de prendas: Una servirá para controlar el Tribunal Constitucional. La otra para satisfacer a ERC mediante una modificación al gusto de uno de los delitos de corrupción, la malversación, que servirá para beneficiar a Oriol Junqueras y a sus compañeros de correrías republicanas.

Dentro de la proposición de ley para eliminar el delito de sedición, que esa es otra, se cuelan diferentes enmiendas que transformarán completamente nuestro Código Penal y prepararán la tierra para sembrar más separatismo, más inconstitucionalismo y más caos en un país que, con Sánchez y Podemos, está sufriendo una depauperación institucional indefendible. La excusa de la homologación europea ya palidece. Con esa idea, persistente y dramatizada, de que la justicia española es apenas un tentáculo de la derecha, y de que la izquierda debe defenderse copando los tribunales de «los suyos», por pura autodefensa, hemos desembocado en una batalla campal en la que las instituciones están saltando por los aires.

España atraviesa un páramo. No somos capaces de darle salida a los debates políticos más simples. Sólo hay frentismo y reformas legales que son pura supervivencia del poder. El PSOE llama acuerdos a cesiones y al PP le ha pillado este disparate sin músculo orgánico y con un líder que aún se está probando el traje de líder. Para colmo, la última ocurrencia de Vox: Una nueva moción de censura. Ya lo hizo en 2020, y terminó en gimnasia intrascendente para Santiago Abascal. Pero esta nueva moción podría ser diferente.

Los números no dan, pero los ánimos sí. Si en aquella Pablo Casado acabó despreciando a Vox en la tribuna, en esta Alberto Núñez Feijóo podría salir cuestionado. Inés Arrimadas, la líder de un partido en perpetua despedida, como es Ciudadanos, podría apoyar a Vox. Eso dejaría al Partido Popular solo en el arco de centro derecho. ¿Y si Isabel Díaz Ayuso pidiera que su partido apoyara con sus votos la ocurrencia de la ultraderecha? Más lío.

Lo que está claro, más allá de los movimientos de las derechas, es que la osadía de Pedro Sánchez no conoce límites. La gruesa cirugía que ejercerá con el Código Penal cambiará para siempre la realidad de Cataluña, porque tarde o temprano, viviremos un nuevo referéndum de autodeterminación, con el Estado menos blindado ante el delirio nacionalista excluyente. Él habla de que la convivencia allí ha cambiado. No es gracias a él, sino a la Ley que puso las cosas en su sitio, gracias a los jueces y gracias a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Esto no va de armonía, sino de ordenamiento jurídico, de protección de derechos. Temas más serios que este circo de pulgas al que nos tiene acostumbrado Sánchez y sus demás ministros.

¿Hacia dónde vamos? Ni Pedro Sánchez lo sabe. Su mirada al frente no llega más allá del 2023. Lo suyo es una huida hacia lo desconocido con extrañísimos compañeros de aventura. El Partido Socialista Obrero de España, el de siempre, el que ayudó a construir con sus manos esta democracia, debe estar íntimamente desconcertado. Otra cosa es lo que se diga delante de los micrófonos o en tuits más o menos orquestados. Lo que está haciendo Pedro Sánchez no hay militante que lo pueda defender sin voz temblorosa y mirada huidiza. Prueben en casa. En manos de Gabrel Rufián estamos. En manos de Irene Montero. En manos del podcaster Pablo Iglesias. Vamos a incendio por semana. Aquí no echan a nadie, por muy grande que sea su error. Todo vale. El salvaje, y mediocre, Oeste. Leyes tiernas, buenismo tuitero y una España cada vez más pobre, por dentro y por fuera. ¿Vosotros estáis contentos? Yo estoy acongojado.