Sabíamos esta semana de uno de los casos más escalofriantes de violencia machista que he conocido. Nada menos que hasta noventa y dos violaciones sufridas durante diez años por una mujer cuyo marido la ofrecía como si fuera una mercancía, tras haberla drogado. Es difícil imaginar un acto más perverso, más cruel, más deleznable. Tanto, que no resulta extraño que la propia hija del matrimonio hay escrito un libro cuyo título se refiere al día en que dejó de llamarle “papá”.

Pero, por escalofriante que resulte el caso, hay algo mucho más llamativo. Y es la extraordinaria dignidad de la víctima, Gisele Pelicot, que ha pedido expresamente que su nombre se publique, porque no es ella quien ha de avergonzarse de nada. También se ha opuesto, por las mismas razones, a que el juicio se celebre a puerta cerrada, porque cree que semejante barbarie -término con el que ella define los delitos de que fue víctima- ha de ser conocida para que todo el mundo conozca lo que no solo su marido, sino todos esos tipos que participaron en las violaciones le hicieron. Porque, según ha dicho, ya es hora de que la vergüenza cambie de bando.

Desde luego, Gisele, además de una entereza y una dignidad admirables, tiene más razón que un santo. Hemos asumido como algo normal el hecho de que las víctimas se tengan que esconder tras parabanes, que se pixele su imagen o que se celebren los juicios a puerta cerrada como si ellas tuvieran algo que ocultar. Y, al final, son ellos los que acaban beneficiándose de esa restricción de la publicidad. Si a eso le sumamos su derecho, como acusados, a preservar su imagen, acabamos encontrándonos con una imagen un tanto chocante, que hace que parezcan más protegidos los autores que la víctima. Por mas que, al final, la ley caiga con todo su peso -espero- sobre semejantes bárbaros.

La lección de dignidad de Gisele es lo único de bueno que nos trae este espantoso delito.  Ojalá nos sirva para reflexionar sobre cómo tratamos y cómo vemos este tipo de delitos. Porque los delitos sexuales, junto con la violencia de género, siguen siendo, a día de hoy, los únicos de los que la víctima se avergüenza, de los que habla en voz baja y, a veces, se niega a denunciar por temor a ser cuestionada. Por eso es tan importante la actitud y la frase de Gisele. Porque es preciso que, de una vez por todas, la vergüenza cambie de bando.

SUSANA GISBERT
Fiscal y escritora (twitter @gisb_sus)