“Si somos lo que debemos ser, prenderemos de fuego al mundo entero” (Santa Catalina de Siena)
El mundo lleva tiempo transitando un túnel saturado de estupidez. De estupidez en medio de profundas injusticias. El tecnofeudalismo, como asegura el economista y exministro griego Yanis Varoufakis, pudiera ser la nueva mutación del capitalismo. Un derivado del apetito del monstruo, ahora en una versión de dominio absolutista. El espacio virtual como detonante de una guerra cognitiva que reduzca al ser humano a cero, mientras el clan (detrás de los hilos) termina de apropiarse de los recursos del afuera. La estigmatización del pensamiento crítico, la mentira como doctrina, el discurso de las vísceras, la crisis de salud mental, el desequilibrio de la atención del individuo, el ruido de un soliloquio inducido, la idiotez generalizada, el olvido, la aniquilación de lo colectivo, son algunos de los dilemas que nos impone este entramado. La geopolítica del siglo XXI impuesta en un espacio abstracto. La nueva realidad la desarrollan a partir de la confusión de las mayorías.
No catalogar como una dictadura al gobierno de Trump es una cuestión de tiempo o de complicidad
En medio de este escenario, Donald Trump conquista su segundo mandato frente a la presidencia de los Estados Unidos. Bastaría una pequeña observación de su estilo, mucho más radicalizado en la soberbia y en la imposición, para comprender que él representa (como guionista y actor) la nueva maquinaria tecnofeudalista que pretende gobernar el mundo. Si bien ha sido característico de distintos gobiernos de Estados Unidos dirigirse al planeta como si fuera su jurisdicción, el caso de Trump ha ido mucho más lejos. El flamante amigo del pedófilo Epstein, no tiene reparos en lanzar leyes o mandar a masacrar pescadores en cualquier territorio externo al espacio estadounidense. Hasta el momento, toda la gestión de Trump ha puesto en vilo la serenidad de millones de personas dentro y más allá de su país. Muchas de sus decisiones están terminando de dinamitar la legalidad de las instituciones encargadas de velar por la justicia y los derechos humanos a nivel internacional. No catalogar como una dictadura al gobierno de Trump es una cuestión de tiempo o de complicidad.
En los casi once meses de mandato, Trump ha roto todas las normas que se le atribuyen a un servidor público. Lo que se supone debería ser un político es lo contrario a este modelo. Machismo, racismo, xenofobia, homofobia, transfobia; negacionismo climático, instrumentalización del poder político en beneficio de los magnates tecnológicos, son algunos de los males que este mercader (del bienestar colectivo) ha promulgado sin ningún reparo ni vergüenza. Si ya creíamos que el ser mala persona estaba de moda, Trump se ha encargado de reafirmarlo. No conforme con semejante prontuario, dicta una orden que excluye a enfermos, mayores o gordos para acceder a la residencia en Estados Unidos. Insulta a periodistas mujeres destilando en cada frase y mirada un nivel de misoginia digna de estudio. Le dice a la congresista demócrata Ilhan Omar, nacida en Somalia, que “su país apesta, y no los queremos en nuestro camino. Usted es basura, sus amigos son basura”. En su doctrina de criminalización de los inmigrantes, desde su reino de falsas noticias, cataloga a los venezolanos como “enfermos mentales y drogadictos”. ¿De qué presume este hombre con un amplio expediente contrario a la dignidad de los seres humanos?
Escribir sobre Donald Trump, desde la creación de concursos de “belleza” (propagadores del falso canon del físico femenino), pasando por su inclusión en “los papeles de Epstein”, hasta las recientes ejecuciones extrajudiciales en el Caribe, seguramente lo podría hacer mejor un psiquiatra o el dictamen de una hipotética Corte Penal Internacional futura. En este artículo solo pretendo dibujar algunas de las anomalías que este individuo le está inoculando al sistema democrático dentro y fuera de Estados Unidos. Y me hago varias preguntas: ¿Quién, que no sea su cómplice, puede tener a Trump como referente? ¿Será este sujeto el destructor de la idea democrática del siglo XX? ¿Seremos capaces de crear una respuesta política en medio de la confusión vigente? ¿Qué espera el mundo para oponerse radicalmente a la instauración del modelo tecnofeudalista?
El tema Venezuela en el expediente Trump, con el terrorismo psicológico y la amenaza militar (dirigida también a Colombia y México), tiene varias interpretaciones. Además del robo de los recursos venezolanos, Trump y su grupo envían diversos mensajes no solo a la Latinoamérica que ose votar por gobiernos independientes, también pone un muro entre China y los países del continente, en este caso centrado en Venezuela. La reciente injerencia del presidente estadounidense en las elecciones de Honduras, reafirman por dónde va el filo de la navaja que Trump pretende poner en el cuello de los votantes que adversen sus ideas. Sin olvidar el cinismo (contradicción ninguna) que representa el indulto a favor del narcotraficante Juan Orlando Hernández (expresidente hondureño), condenado a 45 años de prisión en Estados Unidos por permitir el tránsito de más de 400 toneladas de cocaína cambio de sobornos millonarios del Cártel de Sinaloa y otros grandes cárteles. Trump decide y grita, desprecia e insulta, convencido de que representa un tiempo en donde la altanería y la ignorancia se sienten incontrolables. La soberbia es tan atrevida que, por estos tiempos, ha dejado las formas en el basurero de la historia con el objetivo de primitivizar las relaciones entre el poder y los gobernados. Decía Friedrich Nietzsche que “Donde hay soberbia, allí habrá ignorancia; más donde hay humildad, habrá sabiduría".
Los venezolanos que han invocado esta intervención son cómplices directos de una posible tragedia de dimensiones incalculables
Oponerse rotundamente a un ataque militar de Estados Unidos en territorio venezolano no va de apoyar a un determinado gobierno, va de dignidad y de la defensa irrevocable de los recursos de Venezuela. Los venezolanos que han invocado esta intervención son cómplices directos de una posible tragedia de dimensiones incalculables. No vale decir que ignoran la destrucción que Estados Unidos ha ejecutado en cada país que ha invadido. La ignorancia jamás exculpa a nadie. Mientras, el grupo opositor que ha buscado esta masacre, de forma directa, deberá asumir que no podrá gobernar Venezuela nunca más. Señora Machado, su premio Nobel de la guerra la acompañará más allá de sus ambiciones. En cuanto a Trump, Rubio y acompañantes, representan la parte más patética de un imperio. Un clan que se ha quitado la careta y ahora pretende resucitar la vieja cultura de tener a América Latina como su patio trasero. Señor Marco Rubio, cúrese su rencor en alguna terapia extrema, pero no pretenda convertir al continente americano (porque América es más extensa que la geografía de su mente) en una sucursal de su visión del mundo. Tenga la seguridad de que, por mucho que el nuevo fascismo se empeñe en acudir a las vísceras, al olvido y a la idiotez, la humanidad todavía no se ha rendido.