No soy yo persona que se interese por la vida personal de nadie. Es más, tengo verdadera fobia a los cotilleos y a los cotillas. Otra cosa es que, a nivel colectivo, en nuestras sociedades la vida privada de la gente se estructura en torno a los esquemas heredados, impuestos siempre por el poder tradicional, y basados, por descontado, en la dogmática religiosa; esquemas cuyo objetivo no es otro que el control social.

Las personas se emparejan, se casan, tienen o no tienen hijos, se separan, o no, dependiendo del país o del sistema político en el poder; y la gente monopoliza su vida afectiva a ese modelo impuesto que siempre he pensado que es una aberración, porque los seres humanos somos diferentes, la vida es diversa, la multiplicidad y la variedad no permiten constreñir la vida de todos a unos moldes inventados para determinadas conveniencias. Por tanto, la vida privada y la vida afectiva de las personas también son una cuestión política, porque reflejan el grado de libertad o de represión, de apertura o cerrazón, de atraso o modernidad marcados por la tradición mantenida y por el sistema político o la ideología imperantes.

Recordemos que nuestras madres o nuestras abuelas vivieron en una dictadura que las relegaba a la sumisión al marido y a la crianza de los hijos, y les alejaba de cualquier posibilidad de escapar a esa cárcel afectiva y social. Antes del siglo XX,  aún infinitamente peor. Afortunadamente, vivimos en unos tiempos en que existe cierta libertad para que cada quién pueda elegir su modelo, y pueda escapar al pensamiento único en el plano de lo afectivo y lo personal, aunque esos esquemas preestablecidos siguen estando ahí. Y, afortunadamente, existe el divorcio, algo que, ya digo, era en España una utopía y una “herejía” hace tan sólo unas décadas.

En este contexto, y desde este punto de vista, me ha llamado mucho la atención la famosa canción de la cantante Shakira, que acaba de marcar un hito en lo musical, y en lo social. A sólo unas horas desde su estreno se descargó más de 14,4 millones de veces convirtiéndose en el más grande debut en la historia de la música en español, y tras varios días se comenta la canción a todas horas y en muchas partes del mundo. El motivo es la letra, que narra aspectos personales sobre su separación con un conocido futbolista. Aspectos en los que no voy a entrar, porque, repito, la vida privada de las personas me parece digna del mayor de los respetos. Pero es obvio que esta canción va mucho más allá de lo personal, e incluso más allá de lo social, llegando a lo político y lo ideológico.

He leído y escuchado reacciones y críticas acusando a la cantante colombiana de airear aspectos personales de su ex pareja, o, en declaraciones de una superficialidad pasmosa, emplear calificaciones como “despecho”, “venganza” o “negocio”. Es obvio que esa canción es fruto de un impulso, de una reacción  a una ruptura dolorosa y traumática. Pero me sorprende comprobar que no es mucha la gente que tiene en cuenta que la principal fuente de inspiración en cualquier obra creativa, ya sea una ópera, una pintura, un simple graffiti o una canción pop, es la experiencia personal, especialmente las cuestiones de amor y de dolor. Y me sorprende que no se entienda que una mujer que se dedica a la música utilice la música como una herramienta de expresión de sus emociones, de catarsis ante una experiencia desgarradora de su vida.

Detrás de todo ello hay una historia feminista que marca el aspecto político de la cuestión. Shakira alza la voz, se niega al rol de estatismo y sumisión asignado a la mujer en la ideología machista, y clama en defensa de su autoestima y su amor propio. Hay una historia de fortaleza y de empoderamiento de una mujer ante una supuesta  situación de abuso, de sometimiento o de desprecio. A lo largo de la historia el concepto de masculinidad ha incluido la cosificación y la consideración de las mujeres como “animales de tercer orden” (palabras exactas de descripción del sexo femenino en los documentos eclesiales hasta finales del XIX); por lo cual ha sido muy frecuente, y sigue siendo en muchos casos, ignorar, obviar y menospreciar los sentimientos femeninos. Un maltrato normalizado hasta hace muy poco, y apoyado en esa moral machista que promueve  la religión, y que se sigue enseñando en las escuelas.

La misma Shakira lo ha explicado muy bien, y ha convertido su canción, además de en un desahogo, en un acto de compromiso feminista por el que las palabras empoderamiento, sororidad y dignidad femenina cobran significado en un mundo en el que muchas mujeres siguen siendo objeto de abuso emocional y de  maltrato de género: “Quiero abrazar a las millones de mujeres que se sublevan ante los que nos hacen sentir insignificantes. Mujeres que defienden lo que sienten y piensan, que alzan la mano cuando no están de acuerdo, aunque otros levanten las cejas. Ellas son mi inspiración”. Gracias, Shakira, por convertir tu dolor personal en un arma de apoyo a la dignidad y a la fuerza soterrada de las mujeres.