Cada día leo un buen número de periódicos, en ediciones digitales o impresas, escucho la radio también a diario, con la misma periodicidad veo la televisión, y además consulto a menudo algunas redes sociales. Vengo haciendo todo esto desde hace muchos años. Lo hago por profesión -llevo ya más de cincuenta y cinco años de ejercicio del periodismo-, por afición y tal vez incluso por vicio, por una cierta deformación profesional. A lo largo de todos estos años he leído, escuchado y visto de todo. Sería lógico, por tanto, que ya nada me pudiera sorprender. Pero resulta que no: casi a diario, cada vez con más frecuencia en numerosas ocasiones en el mismo día, leo, escucho o veo declaraciones y actos que me sorprenden, y que en no pocos casos llegan incluso a provocar mi estupor.

Cuando escucho a José María Aznar diciendo “¡que Dios nos pille confesados!”, no puedo dejar de preguntarme si el expresidente ya confesó sus pecados, por ejemplo sobre aquella gran mentira de la nunca demostrada existencia de unas armas de destrucción masiva en poder del Iraq de Sadam Hussein con la que él y su gobierno pusieron a España de hoz y coz en la invasión de aquel país, origen de tantas calamidades de toda índole que se han producido desde entonces en Iraq y en muchos otros países, también en España. ¡Confiésate, Josemari, aún estás a tiempo de salvar tu alma, aunque ya no podrás evitar ni una sola de las víctimas que provocaste!

Cuando escucho a mi viejo conocido Josep Lluís Carod Rovira afirmando que los hijos que agreden a sus padres en Cataluña son castellanohablantes, tengo que rebobinar para oír de nuevo una sandez tan enorme, porque no consigo entender qué puede tener que ver la lengua con este tipo de agresiones. Lo mismo me sucede cuando escucho a otro viejo conocido, Josan Puigcercós, compañero de Carod en ERC y en los gobiernos tripartitos de progreso de la Generalitat, diciendo sin ruborizarse en uno de los programas de agitación y propaganda de TV3 algo tan chocante como que “España aguanta cien muertos en Cataluña, no tienen complejos”, porque ello me lleva a preguntarme si estos “cien muertos” es la cifra máxima de “mártires” que el presidente Quim Torra parece dispuesto a ofrendar a cambio de la independencia de Cataluña.

Hay motivos mucho más que sobrados para asombrase, escandalizarse y sentir estupor. Por ejemplo, cuando uno asiste a una de estas explosiones de ira de la ínclita portavoz del PP en el Congreso, Cayetana Álvarez de Toledo, cuando ni se inmuta ni sonroja al soltar al referirse a las actuales negociaciones de PSOE y PSC con ERC y decir que “esto es como si Felipe Conzález hubiese negociado con Tejero en la cárcel en 1982”. Aunque las declaraciones de la marquesa de Casa Fuerte sin duda dan mucho más de sí: “Cuando ETA mataba era un momento terrible desde el punto de vista humano, pero el momento político actual es más difícil porque antes estábamos juntos PP y PSOE en el mismo bloque”.

Claro está que entre quienes critican y atacan a la portavoz y portacoz del PP los hay también que se pasan cien mil pueblos, como un tal Àngel Mascarell, concejal del Grup Gent d’Ador en el municipio valenciano de este nombre, que se refirió a ella con una obscenidad machista inadmisible: “¿Soy el único que ve que esta señora tiene un pene con cojones y todo atragantado en la garganta?”.

Puestos a proseguir con este tipo de lenguaje, ¿qué puedo decir de una colaboradora habitual de TV3, la televisión autonómica catalana, que instó a “masturbarse en catalán”?

Ya nada puede sorprenderme, escandalizarme o causarme estupor. He llegado al fin a una conclusión que me parece difícilmente rebatible: ¡Todos se han vuelto locos! O será quizá que soy yo quien ha enloquecido.