La cara actual del capitalismo es el neoliberalismo (o ultraliberalismo) que no es solo una teoría económica, sino toda una concepción de las relaciones humanas que se basa en la defensa a ultranza de la propiedad privada individual y, en consecuencia, en el ataque furioso contra los impuestos, entendidos como requisas, expropiaciones (si no robos) de esa propiedad que los neoliberales consideran sagrada. Por eso su ideal político es el Estado Mínimo (Exteriores, Defensa, Justicia y poco más) gestionado por gobiernos de tecnócratas que no intervengan en las transacciones privadas dentro de un mercado extenso, globalizado y desregularizado, y que privaticen o externalicen los servicios públicos.

Esto significa, claro está, que el neoliberalismo imperante es una actitud moral, un sistema de valores, que entiende como políticamente bueno el individualismo insolidario y como políticamente perversa la solidaridad y la protección social de quienes no tienen medios económicos suficientes; buena la libertad de mercado, pero malo sostener con impuestos los sistemas públicos de ayuda y protección social. Por eso, en este sentido, el neoliberalismo está más cerca del darwinismo social que del humanismo cristiano (y absolutamente en contra del socialismo). Es un sálvese quien pueda entendido como un sálvese quien tenga.

Sin embargo, quizá por pura estrategia de mercadotecnia, se presentan los libertarianos como profundamente religiosos y defensores de la familia y de los valores tradicionales (jerárquicos y androcéntricos) que prefieren la caridad piadosa a la distribución justa de la riqueza. Y buen ejemplo de ello lo tenemos en el llamado Tea Party, que alardea de fundamentalismo cristiano.

Aquí, en España, los neoliberales han encontrado su nicho natural en el PP, entre los ultraconservadores del nacionalcatolicismo de siempre. Y, en este caso, claros ejemplos los tenemos en este gobierno, en el que abundan ministros y ministras meapilas imponiendo moral e ideología. Particularmente es un buen ejemplo el tertuliano que aún está en el ministerio de educación (que sigue empeorando su valoración, bajando del 1,7 al 1,58 actual) dejando ya su huella ideológica en el BOE y en la LOMCE que se tramita: endurecimiento de las condiciones para la obtención de becas, criterios mercantilistas, clasismo, segregación, confesionalidad mal disimulada, nacionalismo españolista explícito, etc., señas claras de este neoliberalismo misionero, como alguna vez se le ha llamado certeramente.

Jesús Pichel es filósofo y autor del blog Una cuerda tendida