Gabriel Rufián nos ha deleitado esta semana con otra de sus actuaciones estelares. El diputado de ERC, en un alarde de fina ironía, grácil uso del lenguaje y profundo conocimiento histórico, eructó y se peyó sobre la figura de Josep Borrell al que calificó como el "ministro más indigno de la democracia española". Como Rufián nunca miente (Diciembre de 2015: "No estaremos en el Congreso ni un día más de los 18 meses que marca la hoja de ruta") debemos dar por seguro que su señoría dice lo que piensa, que no es lo mismo que pensar lo que se dice, y que cree sinceramente que Borrell es más indigno que: Rodrigo Rato, Jaume Matas, Eduardo Zaplana o, para que no sean todos del mismo bando, José Barrionuevo, todos ellos ministros de la democracia procesados y condenados por diversos delitos. 

La puesta en escena del diputado de Santa Coloma de Gramanet fue tan brillante, que su compañero de escaño, Joan Tardà, prefirió hundirse en el asiento y taparse la cara con las manos, para no restar el mínimo protagonismo al que ya muchos consideran el Castelao del siglo XXI. Mientras Borrell le respondía de mala manera, Rufián aceptaba la crítica con los brazos abiertos, como el mesías que es, con tan mala fortuna que este humilde y noble gesto fue malinterpretado por la presidenta del Congreso, Ana Pastor, que lo expulsó del hemiciclo.

La animadversión de Rufián por Josep Borrell viene de lejos. Los sectores independentistas no perdonan al actual ministro de Asuntos Exteriores que escribiera un libro ("Las cuentas y los cuentos de la independencia") en el que demostraba con datos extraídos de los propios números publicados por la Generalitat, que el presunto expolio del Estado era, según él, infinitamente inferior del que aseguraban Artur Mas y Oriol Junqueras (por aquellos tiempos conseller de economía). Desde entonces, y aún antes, para Rufián y para muchos nacionalistas catalanes, Borrell es merecedor del peor insulto que se puede dedicar a un ser humano: "botifler", el equivalente exacto al "traidor", de los nacionalistas españoles. Teniendo en cuenta cual es la pena para los traidores en tiempos de contienda, no cabe mas que considerar la performance de Rufián como comedida y ajustada a lugar y situación.

Que largos se hacen los periodos entre plenos del Congreso, esperando con inusitado entusiasmo una nueva intervención de este hombre, que sabe disimular como nadie su enorme saber y su exquisita preparación académica, en aras de una mejor comprensión por parte de los menos capacitados. Pocas veces en la historia de la humanidad un hombre había conseguido hacer más honor a su apellido.