Desde que recuerdo he tenido el “mal hábito” de pensar. Y también el de buscar la verdad, lo cual es peor, porque si lo primero es pecado, lo segundo es pecado mortal. Y recuerdo que cuando era niña me sentía mal cuando el cura o alguna maestra nos decían a los niños que pensar mucho era pecado y nos podía volver tontos o locos. Pero, aun así, no lo podía evitar. Y recuerdo también, con cariño y con ternura, algunos temas en los que conscientemente me enfrascaba en ejercitar las neuronas, a veces mientras jugaba, lo cual no está nada mal. Y todo ello era por un motivo muy simple: buscaba explicaciones, necesitaba entender, quería comprender el mundo que me rodeaba. Y no era, ni es, por amor a ningún arte, sino porque es en ese mundo en el que vivo y eso me concierne directamente.

Una de las conclusiones a las que llegué tras alguna de esas reflexiones infantiles es una idea en la que, con el paso del tiempo, creo mucho más. No sé muy bien de dónde la saqué entonces, aunque no iba mal encaminada: “No me gusta la humanidad. No es buena. No me gustan las masas. En lo que sí creo es en algunas personas por separado, en personas en particular”. La recuerdo bien porque la llegué a verbalizar tímidamente varias veces, supongo que, ante el asombro de los interlocutores, y supongo también que sin tan siquiera entenderla muy bien. Seguramente era una intucición basada en algunas percepciones y circunstancias que me rodeaban. A día de hoy es una certeza para mí. La humanidad como especie me parece predadora, inconsciente y despreciable en muchos casos y en muchos aspectos. Pero, afortunadamente, existen personas, individuos maravillosos que hacen que, aun perteneciendo a una especie destructiva y destructora, siga mereciendo la pena seguir teniendo esperanza, por tantas cosas buenas que existen en una parte de la humanidad o, en muchos casos, en una parte de buena parte de los humanos.

Técnicamente, alrededor del 13% de la población adolece de algún trastorno de los que los psicólogos llaman “tríada oscura”, son inconscientes y malvados por definición; por cierto, muchos de ellos llegan a altos cargos en grandes empresas, en el mundo financiero, en la política y en lobbys varios, lo cual explica muchas cosas. Alrededor de otro diez por cien padece algún trastorno de tipo evitativo, lo cual les hace esconderse de algún modo de la realidad. Alrededor del 20-25% de la población mundial padece de algún tipo de enfermedad mental, aunque en cuestiones de honradez, de consciencia y de cordura, la salud mental, en principio, poco o nada tiene que ver; sobre estupidez, ignorancia u oligofrenia mejor no hablar. Pero estos datos son realmente muy gráficos, y nos hacen entender el mundo un poco más y nos hacen valorar enormemente, al menos a mí, a los seres humanos conscientes, sensibles, empáticos y bondadosos, sea cual sea su nacionalidad, su raza o su su sexo, porque, según las estadísticas, son realmente bastante pocos frente a “la inconsciencia general”.

Por eso es una enorme alegría encontrarse con ese tipo de personas de mucha consciencia y de corazón grande, especialmente si dan la cara por ayudar a los seres que sufren, de cualquier especie, humana y no humana (siempre explicito esto porque ese especismo en el que nos adoctrinan con la perversa moral judeocristiana es falso, atroz y responsable del desprecio general contra la vida de los animales).

“Un pequeño becerro, asustado y solo, frente a cientos de personas retrógradas y sin escrúpulos. Esta es la parte de la cultura de mi país que me da ganas de vomitar. Asco, pena y vergüenza”

Y hace tres días me volvía a encontrar con una de esas personas maravillosas que, como personaje conocido y público, pone su grano de arena, o su montón de arena, en mover conciencias. Me refiero al actor Dani Rovira, quien en su cuenta de una red social ha puesto unas terribles imágenes de maltrato animal, tomadas por PACMA en las fiestas de Bejíjar, Jaen, denunciando, una vez más, las monstruosidades que cometemos en España contra los animales.

“Un pequeño becerro, asustado y solo, frente a cientos de personas retrógradas y sin escrúpulos. Esta es la parte de la cultura de mi país que me da ganas de vomitar. Asco, pena y vergüenza” son las palabras con que Rovira expresaba su rechazo. Son palabras a las que me uno. Es una reflexión que comparto absolutamente, y son sentimientos profundos y muy sentidos a los que me sumo de todo corazón. No sólo por el dolor que tenemos que soportar las personas mínimamente sensibles al percibir el terrible sufrimiento que infligimos en seres indefensos, sino también por el silencio cómplice, oscuro y denso de los que  nos venden su moral, cuando éste es, sobre todo, un asunto ético y moral. Y también por algo que no es pecata minuta. Técnica y estrictamente un psicópata es literalmente quien carece de sentimientos de empatía, de compasión o de culpa ante el sufrimiento ajeno o ante el mal que inflige a los demás. Teniéndolo en cuenta, y teniendo en cuenta los miles de espectáculos salvajes, torturadores y sangrientos que se avecinan en las fiestas de muchos pueblos y ciudades de España, produce vértigo y hasta da miedo percibir que, sólo a la vista de tanta gente que disfruta con la agonía y la muerte de seres vivos e indefensos, en España, el país donde muchos llaman cultura a la tortura, estamos rodeados de sádicos y de psicópatas.