Desde que Jordi Pujol decidió retirarse de la primera linea política, los  posteriores candidatos a president de la Generalitat han sido elegidos por su predecesor con dos únicas premisas: que fuera obediente a quien con su dedo lo señaló para el cargo y lo suficientemente mediocre como para que no supusiera un handicap si el predecesor decidía regresar. Pero ya se sabe que una vez saboreado el poder, resulta muy desagradable volver a comer lo que el resto de los mortales.

La elección de Carles Puigdemont por parte de Artur Mas, en el último suspiro antes de tener que convocar nuevas elecciones autonómicas, sorprendió a casi todos, pero mucho menos que la opción de Torra. Como había hecho Puigdemont con Mas, la primera actuación de Quim Torra fue rendir pleitesía a su elector, prometiendo mantenerse en el cargo sólo hasta el regreso del auténtico rey.

Los meses han pasado desde entonces, los viajes a Waterloo se han ido espaciando, para alivio de las arcas autonómicas, y se han comenzado a observar las primeras diferencias entre presidents. La más sonada se produjo la semana pasada en las negociaciones por la alcaldía de Santa Coloma de Farners, pueblo de la familia (literalmente) de Quim Torra. Puigdemont había dado vía libre a la candidata de JxCat para llegar a un pacto con el PSC que le permitiera gobernar el municipio los próximos cuatro años. Sin embargo, Torra no podía permitir semejante componenda "antinatura", según sus propias palabras, y ordenó que se anulara el acuerdo al que habían llegado y se concertara una gobernanza compartida con ERC, con dos años de alcaldía para cada partido.

La discusión en el pleno del ayuntamiento fue subiendo de tono y abundaron los insultos de todo tipo dirigidos, sobre todo, a los regidores del PSC. La candidata a alcaldesa, Susagna Riera, haciendo caso de las directrices dadas por Puigdemont, intentaba justificar su acuerdo, hasta que la hermana y la cuñada de Torra (que no habían sido elegidas por nadie) decidieron retirar la fotografía del president situada en una de las paredes de la sala. No se sabe muy bien si la retiraron porque los allí presentes no eran dignos de ver su linda figura o tal vez para que el president no fuera testigo, ni tan siquiera en imagen, del pacto con los demonios socialistas.

Este acto, que a algunos puede parecer anecdótico, no es más que una señal del empoderamiento del cargo por parte de Torra. La adoración de imágenes tiene mucho más que ver con la religión que con la política, pero el nacionalismo, incluido el español, por supuesto, no deja de ser realismo mágico. En Corea del Norte, por ejemplo, es auténtica devoción lo que se tiene por las imágenes de Kim Jong-un. 

Lo que la hermana y la cuñada de Quim Torra iniciaron esta semana, es sólo el primer paso en la defensa numantina del puesto. Pero como Torra no es hombre al que le gusten los riesgos, ha decidido formar su propia guardia pretoriana, dos centenares de mossos d'esquadra elegidos entre los más fieles a su figura, para que lo protejan. Que la hermana y la cuñada no siempre pueden estar presentes.