Lo escuchaba hace poco en un informativo, dicho como de refilón. Uno de cada cuatro niños en el mundo sufre de pobreza alimentaria severa. Es decir, que esos niños y niñas no comen, ninguno de los días de su vida, de todos los grupos de alimentos que se recomiendan para una adecuada nutrición. Y eso si comen algo, que no siempre está claro. Por poco que parezca importar.
Siempre recuerdo las imágenes con las que nos torpedeaban de vez en cuando en televisión cuando era pequeña. Eran imágenes de las hambrunas en África, con criaturas esqueléticas de vientres hinchados y ojos que se salían de sus órbitas. Me impresionaban entonces y me impresionarían ahora si las viera, pero nos las enseñan poco, Y, visto lo visto, no es porque no existan.
Oía esta noticia inmediatamente después de haber visto en Internet otro bombardeo de noticias, la de toda clase de dietas milagrosas, cremas anti grasas y todo tipo de productos para llegar al verano con un cuerpo que responda al estereotipo de delgadez imposible. Y no sé si ha sido por el contraste, o porque me ha pillado más sensible, pero me he avergonzado de nuestra superficialidad. La superficialidad de un mundo que gasta sin freno tanto para comer como para no comer, mientras en la otra parte del mundo se mueren de hambre.
Lo peor de todo es que estamos hablando de la infancia, de niños y niñas que, simplemente, han tenido la desgracia de nacer en el momento equivocado en el sitio incorrecto. Porque si estuvieran en otro tiempo y lugar, es posible que estuvieran peleando por enfrentarse a la obesidad infantil. Son los contrastes y las paradojas de este mundo nuestro en el que no deberíamos conformarnos con mirar para otro lado y resignarnos a que las cosas son así.
Quizás si imaginamos por un momento como nos sentiríamos si nuestras hijas e hijos no tuvieran para comer, si viéramos que pasan hambre un día tras otro hasta que su cuerpo se resienta de manera que no tenga marcha atrás, seríamos capaces de tener empatía. Pero esa parece una cualidad de consumo escaso en los tiempos que corren.
Y no hace falta irse tan lejos. Esas cosas pasan sobre todo en otros continentes, pero no únicamente. Hay criaturas en nuestro país que comen lo justo, aunque sería mejor decir que comen lo injusto. Porque es injusto que esto siga ocurriendo cada día en muchos más lugares de los que debería.
Pensemos un poco en esto antes de adquirir nuestro próximo producto mágico o de acometer nuestra enésima dieta milagrosa.
SUSANA GISBERT
Fiscal y escritora (twitter @gisb_sus)