La casualidad ha querido que, en menos de dos semanas, haya visto cómo a tres personas de mi entorno cercano les han estafado de distintas formas, siempre mediante el engaño, para acceder on line a sus cuentas corrientes. En el caso más grave, han sido 1.500 euros. En los otros dos, 375 y 225. Hay un común denominador para las tres acciones; te cogen con la guardia baja. Evidentemente ellos son los profesionales del delito y saben por dónde entrar.

En el primer caso fue por la modalidad del hijo en apuros, con un buen amigo cuya hija está estudiando en Alemania. Que me han robado el móvil y el ordenador, que necesito comprar unos nuevos con urgencia, que me hagas bizum a este número de mi compañera cuanto antes, etc. En total, 1.500 euros. Luego, consumado el delito, pasas de la incredulidad al ridículo y quieres que te trague la tierra, preguntándote cómo es posible que hayas caído en ese engaño. Que cómo no se te ocurrió llamar a tu hija, que las compras nunca son tan urgentes, etc.

El segundo fraude fue por fiarse de un comprador de wallapop, que pidió a una amiga no seguir el trámite establecido, si no que él le enviaba la confirmación del pago y ella le remitía con urgencia el artículo, porque era para un regalo urgente. Evidentemente, el dinero nunca llegó. 375 euros perdidos. Que cómo se te ocurre fiarte de un extraño tal y como están las cosas; que para eso están los cauces habituales, para garantizarte la venta, etc.

El último caso es una versión reducida de lo que le ocurrió al Ayuntamiento de Sevilla, al que simplemente cambiaron el número de cuenta de una factura y le estafaron un millón de euros, correspondiente al pago de la iluminación de Navidad del año 2022. En este caso volaron 225 euros destinados a una gestoría, que fue a la que atacaron para modificar únicamente el dato del lugar del ingreso. Que yo no tengo la culpa, que la entidad se tendrá que hacer cargo, etc.  

En los tres casos, te domina la vergüenza personal y la intención de que se entere la menor gente posible y no tener que dar explicaciones. Comienza entonces una lucha contra los elementos, donde el principal actor, tu entidad bancaria, intenta asumir las mínimas responsabilidades posibles, pues fuiste tú el que facilitó los datos; o no es problema nuestro, es de un tercero, que es quien debe ayudarle a usted.

Lo cierto es que hay pocas probabilidades de que mis tres amistades recuperen el dinero estafado. Ni siquiera en el tercer caso, porque la cantidad la consideran tan baja que nadie parece mover un dedo, empezando por la propia gestoría, que, por supuesto, quiere cobrar por sus servicios.

Cuando analizas los hechos desde la racionalidad, todo parece claro. Se podían haber evitado estos tres fraudes, y todos los que están por llegar, de manera sencilla si cada uno de nosotros hubiera hecho lo que le corresponde; pero lo cierto es que vivimos tiempos en que hacemos muchas cosas sin pararnos a pensar las consecuencias, confiados en un sistema basado en el máximo beneficio con el menor esfuerzo.

Y que nadie diga para sus adentros esto no me va a pasar a mí nunca, porque todos tendremos en algún momento esos dos minutos de guardia baja y emoción subida, suficiente para que el estafador aproveche su oportunidad y nos aligere el bolsillo. Los rateros están ahora a miles de kilómetros, esperando su oportunidad. Es hora de que esta sociedad se enfrente de lleno a esta amenaza, sin quedarnos en los argumentos habituales de portavoces económicos, a menudo cómplices de la gestión bancaria, que se deshace con rapidez de sus propias responsabilidades.

Por cierto, el mayor destrozo económico ha sido para quien perdió los 225 euros, que le hacían mucha faltita. Cuestión de perspectivas, que, a menudo, pasan desapercibidas.