“Nos enfrentamos a la máquina del fango y la desinformación”. Esta frase, pronunciada por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, el pasado 16 de septiembre, cobra hoy su máximo sentido después de verse, escucharse y leerse toda suerte de bulos y barbaridades a raíz de la desgracia que ha causado la Dana en Valencia.
A la desazón y la tristeza de la catástrofe, hay que sumar el dolor con el que algunos juegan alegremente inoculando dosis de odio, cada vez mayores, a cada desgracia que nos ocurre. Justo en la misma proporción en la que los desinformadores y amigos de la mentira aumentan la fantasía del bulo de turno.
Pasó con la Pandemia donde, recuerden, los muertos eran culpa de Sánchez y las vacunas tenían chips para rastrearnos. Pasó en Filomena, borrasca histórica en la que se llegó a decir que la nieve era de plástico porque no se derretía y se ennegrecía al acercarle la llama de un mechero. También Sánchez fue entonces el blanco de las iras de la derecha patria, a pesar de que desde el primer minuto el Gobierno desplegó las alertas meteorológicas y sacó al Ejército y la UME a despejar las calles de Madrid, ante el colapso de un Martínez Almeida tan sobrepasado entonces como lo está hoy Mazón. Y pasó con la erupción del Cumbre Vieja, cuando corrieron cientos de fotos y vídeos por las redes con espectaculares erupciones, supuestamente del volcán de La Palma que, en realidad, pertenecían a erupciones de Hawái, Guatemala, o Indonesia. Como si la situación del Cumbre Vieja no fuese grave ya de por sí. Pedro Sánchez tampoco se libró de los bulos de de aquello. Igual que el “si quieren ayuda que la pidan” de hoy, entonces fue un supuesto tuit suyo en el que se afirmaba que el Gobierno “estaba a punto de sofocar el volcán".
Valencia y la Dana es un punto y seguido en esta enfermiza y nauseabunda carrera del despropósito y la desinformación. Sánchez pasará a la historia por haber adiestrado al toro que mató a Manolete. La IA hoy lo puede todo. Al tiempo.
Pero lo realmente grave es que las fake news no son inocuas ni inocentes. Esconden estrategias para manipular la opinión pública y, en el mejor de los casos, ganar audiencia, followers o likes, y, en el peor, erosionar la estabilidad de los Estados y de sus instituciones por pura ideología. Cuando no por todo a la vez.
A los clásicos mentirosos desinformadores de siempre, los Negres y Alvises, y desokupos, se suman ahora los Ndongos, Gisberts, Gaitán, y hasta el tal Iker, sin que se tome ninguna carta en el asunto. Todo en orden.
Y en medio de todo este caos, desarrollado con premeditación y alevosía, hay que recordar algo tan básico como que el artículo 20 de la Constitución Española defiende el derecho de los ciudadanos a una información veraz.
Visto lo visto, lejos de parecer descabellado, el plan de regeneración contra la desinformación que ya anticipó Sánchez antes del verano, se revela como una imperiosa necesidad si queremos salvaguardar ese precepto constitucional y frenar esta espiral de degradación en la que algunos están sumiendo a nuestra democracia. Se trata de hacer cumplir la Constitución. Nada menos.
La máquina del fango está más presente que nunca estos días en Valencia, y mientras miles de voluntarios anónimos sacan el barro de las calles, otros, con nombre y apellidos, trabajan con el mismo ahínco para aportar más barro y más miseria al dolor.
Nuestro ecosistema informativo adolece de más transparencia, de más pluralidad y también de mayores garantías. Pero, además, es absolutamente necesario hacer más accesible la información veraz, que no verosímil, para combatir la desinformación.
Nadie reconocerá a Sánchez haber logrado para la reconstrucción de España tras la Covid los 160.000 millones de euros de fondos europeos, gracias a los cuales nuestra economía está a la cabeza de Europa y del mundo. Pero es así. Nadie le dará las gracias por haber salvado miles de vidas y puestos de trabajo con la pandemia. Pero también fue así. Nadie le dará una palmada por haber recuperado la convivencia en Cataluña, ni por los records de empleo, pero, al menos, deberíamos agradecerle que sea un gobierno socialista el que haya estado al frente de todas las catástrofes que han ocurrido bajo su mandato.
¿Se imaginan qué hubiera sido de España con un Gobierno del PP al frente de la Pandemia, el volcán o la Dana, visto lo que hicieron con el Prestige, Irak, el 11M o el accidente del metro de Valencia? Sumen al desastre de Mazón, los resultados de aquellas crisis que pilotaron Aznar y Rajoy. Para temblar.
El odio a la política, y en la política, ha alcanzado cotas inéditas de paroxismo que amenazan gravemente a nuestra democracia mientras, supuestos adalides de la libertad, siguen abonando la aversión, el rencor y el desprecio hacia nuestro sistema, sus instituciones y, singularmente, hacia el actual presidente del Gobierno.
Todo, sin pensar ni un minuto que, guste o no, la política sigue siendo el único instrumento del que disponemos las sociedades modernas para ordenar nuestra convivencia bajo unas reglas de libertad, justicia y equidad. Y hay, a la vista está, quien está dispuesto a destruirlo todo con tal de conseguir sus fines. Para pensar.