Al mismo tiempo que los noruegos salían a la calle con flores para homenajear a las decenas y decenas de jóvenes asesinados en la isla de Utoya, en un restaurante del centro de Madrid detenían a un hombre, que estaba comiendo con su mujer y comenzó a insultar y a tirar vasos a sus vecinos de mesa porque eran dos homosexuales que se acababan de dar un beso.

Se perfectamente que no es comparable que te tiren un vino por la cabeza a que maten a un gran número de jóvenes pero en España la lista de juicios y demandas por agresión ultraderechista, racista, xenófoba y homófona es larguísima, aunque escasamente difundida.

Coincido plenamente con las reivindicaciones de Esteban Ibarra del Movimiento contra la Intolerancia al afirmar que se deben crear fiscalías contra los delitos de odio y formar y especializar a la policía”.

Pero existe, desgraciadamente, la idea entre la ciudadanía que esos crímenes no van contra nosotros, que van dirigidos a inmigrantes, negros, homosexuales o vagabundos, pero esa no es la realidad. Se trata de una violencia contra los seres humanos, que somos todos.

Un sector de esas personas, que aunque no disparen, lanzan discursos que pueden acabar en violencia, opina que el problema son esos trabajadores extranjeros que quitan el trabajo a los españoles. Quizás no se hayan enterado que gracias a ellos el sector de la construcción así como otros muchos prosperaron en España gracias a su mano de obra, que cotizaron a la seguridad social y que pagan impuestos como todos los trabajadores, que no importantes fortunas, de este país.

A lo mejor es que no han leído que en el último año han salido más españoles a trabajar al extranjero que inmigrantes han llegado a España. Ahora somos nosotros los que buscamos trabajo allí donde haya. Pero a pesar de estos hechos el 31% de los españoles echaría del país a los inmigrantes en paro, según el último Informe anual sobre el racismo.

Por supuesto no voy a argumentar que todos los seres humanos, independientemente del color, lengua o rasgos, somos todos iguales, porque lo considero elemental, pero es obvio que la ultraderecha lo ve de otra manera. Y lo peor es que no se consideran extremistas sino simplemente gente de orden, conservadores civilizados que luego se rasgan las vestiduras cuando sale algún asesino en serie como el noruego. Son creadores de odio latente.

Se calcula que en España hay diez mil militantes de la extrema derecha, pero a esos hay que añadir a muchos miles más que no militan, ni levantan el brazo el 18 de julio, ni se rapan el pelo, pero que desde su conservadurismo lanzan destellos de racismo y discriminación allá donde van. Son los que van sembrando odio poco a poco desde posturas mejor vistas por la sociedad, desde ambientes muy respetables.

Este tipo de personas no están lejos de nosotros en la vida cotidiana. Marta Ferrusola, esposa de Jordi Pujol tenía miedo hace unos años a que Catalunya fuese un mar de mezquitas o su amigo Durán i Lleida pensaba que un simple velo era algo a desterrar de las calles.

Y no digamos esos alcaldes como el de Badalona, militante del PP, que basa sus campañas en el tema de la inmigración como antes hicieron otros en las poblaciones de Vic, Salt y otros ayuntamientos, los cuales permiten que en sus poblaciones se realicen conciertos neonazis. También podríamos recordar las cuatrocientas páginas web ultras que se gestionan desde España.

Es deplorable ver cómo representantes políticos, que desde foros públicos, impunemente comienzan esa cadena de ideología de extrema derecha que puede acabar en una trifulca de barrio o en un atentado de grandes dimensiones.

Quizás sería bueno para refrescar memorias y actitudes, hacer un gran listado sobre todos los actos protagonizados por la extrema derecha en España durante un año. ¡Se nos caería la cara de vergüenza!

Mercè Rivas Torres, periodista y escritora