Lejos de la floritura literaria con que el hoy visible Rajoy ha ido trufando su discurso, ese fin de la cita tan comentado, está el monosílabo escueto en respuesta a la petición casi unánime de que dimita: le responderé de forma muy clara y directa: no, ha dicho con el aplauso entusiasta de su mayoría soberbia. Aparentemente ese enfático no se lo ha dicho a Rubalcaba (hoy menos náufrago), aunque seguramente el mensaje iba dirigido a los mercados queriendo dar sensación de estabilidad. Y, sin embargo, se equivoca porque ese no rotundo (claro y directo), nos lo ha dicho a la mayoría de los ciudadanos y a su país.


Le ha pedido Rubalcaba que se marche: le pido un acto de generosidad, ha dicho. En realidad le debería haber pedido un acto de patriotismo, porque sabe perfectamente Rajoy que ahora mismo está haciendo daño a España empeñándose en no dimitir; que dejar el gobierno a alguien de su partido que no esté envuelto en este asunto, sería una fórmula limpia que añadiría un plus a esa confianza exterior que aparentemente tanto le preocupa. Por eso decir no a su dimisión es decir no a los ciudadanos y, desde luego, no es un acto ni responsable ni patriótico.


La investigación de los papeles de Bárcenas sigue en marcha y quién sabe qué nuevos datos, ciertos o no, irán apareciendo y dañando la imagen ya muy deteriorada de Rajoy. Y porque seguramente él es consciente de la fragilidad política en la que está inmerso, hoy su vicepresidenta se ha quedado sentadita en el escaño y ha sido Alonso (que ya se quemó en aquella Comisión que impidió la comparecencia de Rajoy) el que ha subido a la tribuna a terminar de achicharrarse políticamente. No me extraña que le haya abrazado cuando se ha cruzado con él. Rajoy hoy ha dicho no a los hechos que se le sospechan y no a la petición de dimisión, un no tan expresivo y tan rotundo como el que muchos ciudadanos diríamos si nos preguntasen si le creemos: no.


Jesús Pichel es filósofo y autor del blog Una cuerda tendida