Cuando yo era pequeña, mi madre me respondía a cualquier petición que le parecía extravagante con una fórmula universal: cambiaba de género la palabra, y me decía eso de “ni una cosa ni otra”. Seguro que a casi todo el mundo le suena: “ni fiesta ni fiesto”, Hasta Mafalda lo vive en sus viñetas.
Esta idea es la que se me vino el otro día a la cabeza mientras hablábamos de esos bulos que tanto proliferan hoy, de los que mi madre, a buen seguro, dirá eso de “ni bulos ni bulas”. Y con razón. Porque son tan extravagantes como cualquiera de las peticiones que le pudo hacer la niña que fui.
Lo de los bulos no es nuevo, desde luego Quienes tenemos cierta edad, recordamos la famosa historia de Ricky Martin, la niña el perro y la mermelada, en una grabación que nunca existió. Por aquellos días todo el mundo conocía a alguien que a su vez conocía a alguien que lo había visto, pero nadie lo había visto en realidad. Como a la chica de la curva, vaya. Pero la historia corrió como la pólvora, y eso que entonces no había redes sociales que sirvieran de vehículo.
Hoy los creadores de bulos lo tienen muy fácil, porque las plataformas y redes sociales se lo ponen fácil. Es la versión 3.0 del refrán castizo de “coge fama, y échate a dormir”. O el de “injuria, que algo queda”. Porque las redes hacen como el río, sonar, para que la gente sepa que llevan agua. Aunque ignoremos cuánta ni de qué tipo.
A poco que una se pare a mirar los bulos que se difunden, alucina. Pero más alucina de que a día de hoy, gente teóricamente formada pueda creer a pies juntillas toda lo que le pretenden colar. Y la única explicación es la de que quieren creerlo. Y como, además, el sistema hace que cada cual siga a quien quiera, quienes quieren creer en lo que sea solo leen a aquellos que refuerzan sus creencias. Hasta el infinito y más allá.
El problema es que las cosas que se difunden pueden ser peligrosas. Y, además, se puede crear cualquier historia para perjudicar a alguien, y hacer que se extienda sin remedio. Volviendo al ejemplo con el que empezaba, todavía hay quien recuerda la historia falsa de Ricky Martin, y lo que es peor, quine sigue diciendo que aquello pasó y nos lo han ocultado.
Lo malo es que, aunque el dicho rece eso de que “las mentiras tienen las patas cortas”, hoy no es así. Hoy una mentira bien contada puede llegar a todas partes y producir efectos devastadores. Lo estamos viendo cada día con cosas como la atribución de todo tipo de delitos a la población migrante, lo que produce un rechazo cuyas consecuencias se están viendo en todas partes.
Pensémoslo antes de creer cualquier cosa que veamos en internet.