Confieso que iba a escribir sobre otra cosa. No tenía in mente volver al tema de Afganistán, porque es tanta la información diaria que corremos el riesgo de que, como con tantas otras cosas, se nos cubra el cerebro y el alma de ese impermeable de indiferencia tan habitual.

Pero no he podido evitarlo. Me ha llegado por varios medios el enlace de una noticia que me ha hecho un nuevo nudo en mi ya apretada garganta. Y escribir sobre ello quizás me ayude, si no a deshacerlo, al menos sí a aflojarlo un poco.

Leo que los talibanes han ejecutado a un cómico, Khasha Zwan, por hacer chistes sobre ellos. Leo también que continuó burlándose de sus verdugos mientras le arrastraban al pelotón de fusilamiento. Y lloro y río al mismo tiempo, aunque la cosa no tenga ni pizca de gracias. Lloro porque duele Khasha y todas y todos los Khasha de mundo que acaban, acabaron y acabarán, por desgracia, de la misma manera, solo por usar la palabra, el arma más peligrosa que existe. Y río, porque es lo que él hizo hasta el final y querría que se siguiera haciendo

Por desgracia, la memoria es corta. Nos rasgamos las vestiduras cada vez que una bofetada de realidad abate a la libertad de expresión, pero pronto lo olvidamos. No hace tanto que todos éramos Charlie, tras la matanza de Charlie Hebdo, pero ya apenas hacemos caso a los centenares de periodistas que son asesinados cada año. Y, tal vez lo peor de todo, hemos olvidado que no hace tanto tiempo aquí mismo se encarcelaba y se mataba gente por sus palabras, un peligro que siempre planea sobre nuestras cabezas camuflado en distintos disfraces.

Lloro porque duele Khasha y todas y todos los Khasha de mundo que acaban, acabaron y acabarán, por desgracia, de la misma manera, solo por usar la palabra, el arma más peligrosa que existe

Quienes de una u otra manera vivimos de la palabra y quienes, además, tenemos la posibilidad, por pequeña que sea, de transmitir un mensaje, no podemos mirar hacia otro lado. No podemos dejar que ese impermeable de indiferencia nos alcance y nos cubra. La libertad de expresión es demasiado fuerte y demasiado frágil al tiempo como para poder permitírnoslo.

Los enemigos, el horror, el odio y la intolerancia, son tan fuertes, que parece que no podamos hacer nada. Pero hay que recordar que, como dijo Galeano “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”. Y lo que no podemos hacer es callar. Porque si matamos a la palabra, matamos la libertad. Por Khasha Zwan y por tantos y tantas más, sigamos gritando. Y sigamos riendo, aunque el dolor nos ahogue.